miércoles, 23 de febrero de 2022

El retorno a Jerusalén (Hechos 21:1-16)



Después de la reunión con los ancianos de Éfeso, Pablo y los hermanos se embarcaron rumbo a Jerusalén bordeando las localidades de Cos, Rodas y Pátara. En este último lugar hacen transbordo a una nueva nave, mucho más grande y resistente que la que estaban usando, para así poder cruzar el mediterráneo mar adentro en vez de estar ceñidos a la orilla de la costa (1). La ruta de regreso tuvo como primer destino el puerto de Tiro, lugar al que llegaron para descargar mercadería. En Tiro los hermanos estuvieron siete días, y Pablo fue advertido de sus futuros padecimientos en Jerusalén: "Y hallados los discípulos, nos quedamos allí siete días; y ellos decían a Pablo por el Espíritu, que no subiese a Jerusalén" (Hch 21:4). 

 

Lamentablemente, esta advertencia de los hermanos ha generado ciertos malos entendidos. Se ha dicho que Pablo obstinadamente desobedeció la voz del Espíritu Santo, el que le advertía sobre lo que sucedería en Jerusalén. Para clarificar este asunto es pertinente comparar esta situación con otra similar que vivió Pablo durante su segundo viaje misionero: "Y atravesando Frigia y la provincia de Galacia, les fue prohibido por el Espíritu Santo hablar la palabra en Asia" (Hch 16:6). Como se puede observar, este versículo muestra al Espíritu Santo dando una clara instrucción al apóstol, el cual obedeció de inmediato. En Tiro, en cambio, los hermanos no comunican a Pablo instrucción u orden alguna, sólo advierten sobre los futuros padecimientos que tendría en Jerusalén. Con toda probabilidad, los hermanos incorporaron sus humanos deseos de bien para el apóstol en el contexto de esta revelación. 

 

Después de estos siete días en Tiro, los hermanos parten a Tolemaida, localizada a 40 kilómetros al sur. En este lugar Pablo no perdió la oportunidad de saludar y ministrar a los hermanos presentes, apresurándose para partir al próximo destino, Cesarea, ubicada a 65 kilómetros al sur.

 

Cesarea, puerto de Jerusalén, estaba a unos 100 kilómetros de distancia de la ciudad santa. En este lugar vivía Felipe, evangelista y uno de los siete diáconos de Hechos 6. La Palabra de Dios registra ampliamente su predicación al eunuco etíope, lo que lo constituye en uno de los pioneros en predicar el evangelio a no judíos. La familia de Felipe incluía "...cuatro hijas doncellas que profetizaban" (Hch 21:9). No se añade mas información al respecto. John MacArthur señala que un "profeta" es algo diferente a un creyente individual con el don de profecía (1º Co 12:10), distinción dada -entre otras cosas- por el alcance de la revelación que entregan. Esto es concordante con el hecho que el Nuevo Testamento no permite que mujeres asuman roles de predicadoras o maestras en la congregación (1º Co 14:34-36; 1º Ti 2:11-12), por lo que difícilmente estas doncellas podrían haber desempeñado un rol profético de la forma tradicional. Por esta razón, es probable que Lucas haga esta mención como una manera de destacar la participación de toda aquella familia en el Reino de Dios. 

 

En este contexto de revelaciones espirituales aparece el profeta Agabo, el cual ya tuvo una participación registrada en las Escrituras (Hechos 11). En aquel pasaje el profeta predijo una hambruna para el tiempo de Claudio "Y levantándose uno de ellos, llamado Agabo, daba a entender por el Espíritu, que vendría una gran hambre en toda la tierra habitada; la cual sucedió en tiempo de Claudio" (Hch 11:28). De esta manera, Agabo era un profeta genuino, de los últimos que desarrollaban este oficio a la manera del Antiguo Testamento. De hecho, la dramática representación que hace Agabo del futuro arresto de Pablo en Jerusalén evoca a los profetas del Antiguo Pacto (Is 20:2-6; Jer 13:1-11; Ez 4-5). 

 

Agabo le dice a Pablo: "Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles" (Hch 21:11). Esta revelación confirma lo expresado por los hermanos en Tiro, e impulsó a los compañeros del apóstol a rogarle a no viajar a la ciudad santa. Nótese que el profeta sólo advierte lo que sucederá en Jerusalén, no entrega ningún tipo de instrucción o prohibición de visitarla. De esta manera, la voluntad de Pablo no debe ser considerada como obstinación, sino como la expresión palpable del valor de la convicción verdadera. 

 

El texto sugiere que entre los hermanos se estaba dando un cuadro de tristeza, llanto y ruegos para que Pablo no viajara, coaccionándolo emocionalmente. La respuesta de Pablo fue: "¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy dispuesto no solo a ser atado, mas aun a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús." (Hch 21:13). La respuesta del apóstol fue categórica, él siempre estuvo dispuesto a morir por Cristo, como lo declaró posteriormente: "Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia" (Fil 1:21).

 

Los hermanos descansaron en la voluntad de Dios, "como no le pudimos persuadir, desistimos, diciendo: Hágase la voluntad del Señor" (Hch 21:14). Finalmente, Pablo llega a Jerusalén desde Cesarea. En esta última localidad se sumo Mnasón, de Chipre, el cual participó facilitando el hospedaje en la ciudad.



[1] John Macarthur, Comentario del Nuevo Testamento: Hechos, Editorial Portavoz, USA, 2014. Pág. 537.

martes, 1 de febrero de 2022

Tercer viaje misionero: discurso de despedida (Hechos 20:17-38)


El apóstol Pablo quería llegar a Jerusalén en las fechas de Pentecostés, por lo que no podía desviarse de la ruta que lo llevaba al puerto de Mileto. Por esta razón pidió a los ancianos de Éfeso que fuesen a Mileto para tener ahí una reunión de despedida con ellos. 


En este pasaje Lucas registra el discurso de Pablo con extraordinaria fidelidad, por lo que es posible reconocer el estilo personal del apóstol en el uso de palabras y expresiones típicas. En lo sucesivo analizaremos el discurso que Pablo dejó a los ancianos de Mileto, y consideraremos la importancia de cada temática tratada para la Iglesia de Cristo de todas las épocas.

 

Vosotros sabéis cómo me he comportado entre vosotros todo el tiempo, desde el primer día que entré en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, y con muchas lágrimas, y pruebas que me han venido por las asechanzas de los judíos;

 

El apóstol apela al ejemplo que él mismo ha dado, sirviendo a las distintas iglesias que se han creado en torno a sus viajes misioneros, a partir de las cuales el cristianismo ha comenzado a diseminarse por el mundo por entonces conocido. El mismo Pablo se caracteriza como alguien "humilde", lo que pareciera un contrasentido, pero no lo es. La humildad de Pablo consiste en no atribuirse la autoría de las buenas obras realizadas para el Reino de Dios, sino de reconocer que él ha sido un "mero instrumento" en las manos de Dios. "Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad" (Fil 2:13). El Señor trató a Pablo como un "instrumento escogido" (Rm 9:15), dejando en claro quién es el autor de toda buena obra. 

 

La humildad debe fluir en el cristiano controlado por el Espíritu Santo. El ejemplo supremo es el de Cristo Jesús "el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres" (Fil 2:6-7). El Señor Jesucristo fue claro al describirse a si mismo como un siervo, "Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos" (Mr 10:45). La verdadera humildad no consiste en auto flagelación, ni en auto humillación, sino en un corazón que estima a los demás como mejores a si mismo "Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo" (Fil 2:3). La verdadera humildad glorifica a Dios por las buenas obras y no tiene interés en crearse un buen nombre entre los hombres, "Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo." (Gal 1:10). 

 

De esta manera, el cristiano humilde no lo anima una austeridad franciscana, ni tampoco disfruta publicando su miseria. El humilde no tiene temor al hombre, en otras palabras, no vive interesado en la "reputación" que tiene entre los demás, sólo se preocupa de lo que Dios piensa de él. 

 

Las lágrimas que menciona el apóstol Pablo no fueron sorpresivas. Cuando fue llamado por Dios, el Señor mismo le dijo: "Ve, porque instrumento escogido me es este, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre" (Hch 9:15-16). No es un misterio que la Palabra de Dios presenta la vida cristiana como una vida de persecución y padecimientos. El apóstol Pedro alienta en su primera carta a los cristianos que están sufriendo la persecución: “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría” (1 Pe 4:12-13). El misterio se profundiza cuando el apóstol Pablo, en referencia a las tribulaciones, le escribe a los Tesalonicenses: “A fin de que nadie se inquiete por estas tribulaciones; porque vosotros mismos sabéis que para esto estamos puestos” (1º Ts 3:3).

 

y cómo nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas,  testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo.

 

El ministerio de Pablo consistía básicamente en predicar el evangelio, tanto a judíos como a gentiles. El Evangelio, el testimonio de Dios, es el mensaje de Cristo crucificado pagando la sentencia del pecado de su pueblo, y reconciliando a los hombres con Dios. Pablo se propuso no saber algo diferente para entregar a los hombres; "Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a este crucificado" (1º Co 2:2). El Señor Jesucristo proclamaba "El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio" (Mr 1:15) y de igual manera, Pablo llamaba a los hombres a la fe en Cristo y al arrepentimiento. El mensaje de Cristo crucificado es el único que tiene poder para regenerar al pecador, sólo en el Evangelio hay poder de Dios para salvación (Rm 1:16), no en argumentos persuasivos ni en experiencias sobrenaturales que el hombre pueda contar. Si la conversión del hombre se debiera a la excelencia de la argumentación humana, entonces la fe cristiana se fundamentaría en la sabiduría de los hombres y no en el poder de Dios (1º Co 2:4-5).

 

Ahora, he aquí, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acontecer; salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones. Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios.

 

La expresión de Pablo en esta sección del pasaje me recuerda una idea similar a la de la parábola de Mateo 13:44, donde el Señor Jesucristo ilustra al Reino de los Cielos como algo semejante a un tesoro escondido en un campo, el que llena de gozo al hombre que lo halla, movilizándolo a vender todas sus pertenencias para comprar aquel campo. La idea es expresar el inmenso valor que tiene para el cristiano la persona de Jesucristo y su obra de salvación, nada en este mundo es comparable con el hecho de conocer al Señor. La idea clave en la parábola es el valor del reino de Dios, no que la salvación se pueda comprar.

 

Pablo vuelve a expresar una idea similar en su carta a los Filipenses: "Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia" (Fil 1:21). En Colosenses Pablo nos exhorta a tener el centro de nuestra vida en el Reino de Dios, no en las cosas de la tierra: "Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria" (Col 3:4). Para el cristiano, Cristo no puede significar menos que "su propia vida".

 

Pablo tenía claridad absoluta sobre el contenido que debía comunicar en cada localidad donde se detenía, no importando las consecuencias negativas que pudiera generar el mensaje del Evangelio. En 1º Corintios 2:1 el apóstol indica: "Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios..". El testimonio de Dios es la obra de Cristo en la cruz del calvario, obrando en favor de su pueblo, por lo que no tenemos derecho a reemplazar el testimonio de Dios por cualquier relato personal.

 

La gracia de Dios es revelada plenamente en el Evangelio. Dios escoge según su propia voluntad justificar a sus escogidos, los cuales no tuvieron mérito alguno para ser elegidos por parte de Dios. "Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros..." (Ef: 2:8), en este verso es clave la expresión "y esto no de vosotros" (RV60) o "esto no procede de ustedes" (NVI).

 

Y ahora, he aquí, yo sé que ninguno de todos vosotros, entre quienes he pasado predicando el reino de Dios, verá más mi rostro. Por tanto, yo os protesto en el día de hoy, que estoy limpio de la sangre de todos; porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios.

 

El versículo 37 hace referencia a la tristeza de los oyentes al saber que nunca más verían a Pablo. El apóstol seguramente debe corresponder en ese sentimiento, pero no se deja llevar por la emoción, sino que hace una advertencia: "estoy limpio de la sangre de todos" (Hch 20:26). ¿A qué se refiere con esta expresión? Pablo se desliga de cualquier responsabilidad en cuanto al destino eterno de sus oyentes, pues él fue fiel en la predicación del Evangelio. La traducción "Palabra de Dios para Todos" (PDT) dice: "Hoy les puedo decir algo de lo que estoy seguro: Dios no me castigará si algunos de ustedes no se salvan" (Hch 20:26), lo que es una referencia al atalaya que no advierte a los impíos que se vuelvan de su camino (Eze 3:18-20; 33:8,9) (1). La lectura opuesta de esta idea sería la siguiente: un creyente podría no estar limpio de la sangre de los hombres si es que no ha sido fiel en la predicación del Evangelio. A la luz de Gálatas 1:8, claramente hay una responsabilidad asociada al hombre que predica un evangelio distinto, el cual no tiene poder de salvación.

 

Pablo no rehuyó predicar "todo el consejo de Dios", o sea, consideró su deber de predicar todas las doctrinas contenidas en la Biblia. Pienso que la lectura más adecuada de este concepto es el deber de no rehuir ninguna doctrina en favor de otra, o tener preferencia de algunos pasajes o temas en desmedro de otros. La Biblia tiene como pináculo la cruz de Cristo, y por ende, toda predicación debe de alguna manera converger en él. No obstante, el predicador debe abordar las diferentes temáticas que aparecen en la Biblia no importando si son o no agradables al oyente.

 

Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre. Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos. Por tanto, velad, acordándoos que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno.

 

La congregación de creyentes no es un mero agregado de gente, sino que es nada mas y nada menos que el resultado de la sangre que el Señor vertió. La tarea para pastorear una congregación la concede el Espíritu Santo, lo que se hace concreto en el don respectivo que todo pastor debe tener. La iglesia de Cristo también es referida como "columna y baluarte de la verdad" (1º Tim 3:15), grupo de hombres que Dios se ha reservado y ha limpiado por medio de su propio sacrificio. Por todas estas razones, la actitud correcta de cualquier pastor es la solemnidad de estar sirviendo al pueblo de Dios, el cual es valioso debido al costo que tuvo que pagar el Hijo de Dios. 

 

El accionar diabólico contra la Iglesia de Cristo se expresa principalmente en contra de la verdad bíblica. En el huerto del Edén se pudo observar el procedimiento que siglo tras siglo ha utilizado Satanás; mentir y tergiversar la verdad. El Señor Jesucristo llama al diablo como "padre de mentira" (Jn 8:44), y los que hablan mentira, demuestran la paternidad espiritual que tienen. Pablo le advertía a Timoteo sobre los tiempos venideros: "Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas. Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio" (2º Tim 4:1-4). 

 

Pablo también le recuerda a los Romanos "Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos. Porque tales personas no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a sus propios vientres, y con suaves palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos." (Rm 16:17-18). Por otro lado, el apóstol Pedro también escribió: "Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina" (2º Pe 2:1).

 

Las advertencias sobre falsos maestros, falsas doctrinas y engaños diversos hacen aparición en prácticamente todos y cada uno de los libros del Nuevo Testamento. A excepción del evangelio y sus doctrinas derivadas, no hay otra temática con una presencia tan persistente a lo largo del Nuevo Pacto. Además, existen porciones significativas en el Antiguo Testamente referidas a denuncia de falsos profetas y su falso contenido de gestación humana.

 

Si esta advertencia aparece tan profusamente en la Biblia, realmente no se entiende la resistencia a obedecerla, o al menos a considerarla prioritariamente. En vez de enfrentar valientemente la intención de engaño, muchos optan por ser conciliadores y pacíficos, evadiendo la necesaria confrontación. El Señor Jesucristo no estableció amistad con los fariseos -que invalidaban la Palabra de Dios por preferir sus tradiciones-, sino que derechamente los confrontó, y no siempre en los mejores términos: "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia" (Mt 23:27). Al parecer muchos están más preocupados por no tener reputación de "conflictivos" en vez de defender con valor la fe dada a los santos.

 

Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados. Ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado. Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido. En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir.

 

Pablo estableció una relación cercana con Aquila en Corinto debido a que ambos se dedicaban al mismo oficio, ser curtidores de pieles. Esto está indicando que el apóstol, a la vez que predicaba el evangelio en distintas localidades, procuraba no ser un peso para nadie, por lo que se esforzaba en generar sus propios recursos, o al menos aportar en esa dirección. En 1º de Tesalonicenses 2:9 Pablo señala: "Porque os acordáis, hermanos, de nuestro trabajo y fatiga; cómo trabajando de noche y de día, para no ser gravosos a ninguno de vosotros, os predicamos el evangelio de Dios". Esta misma idea, de duro trabajo diurno y nocturno para sobrevivir, se vuelve a repetir en 2 Tesalonicenses 3:7-8: "Porque vosotros mismos sabéis de qué manera debéis imitarnos; pues nosotros no anduvimos desordenadamente entre vosotros, ni comimos de balde el pan de nadie, sino que trabajamos con afán y fatiga día y noche, para no ser gravosos a ninguno de vosotros". Finalmente, "Porque también cuando estábamos con vosotros, os ordenábamos esto: Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma." (2 Ts 3:10).

 

Creo que la idea en estos pasajes es que ningún creyente debería llevar un estilo de vida irresponsable o abusivo. En el caso de los pastores de la iglesia, ellos cumplen una labor que requiere una remuneración para ser llevada a cabo (1º Tim 5:18). Pablo, en su afán por evitar cualquier tipo de murmuración, se esforzó doblemente al generar sus propios recursos. 

 

Cuando hubo dicho estas cosas, se puso de rodillas, y oró con todos ellos. Entonces hubo gran llanto de todos; y echándose al cuello de Pablo, le besaban, doliéndose en gran manera por la palabra que dijo, de que no verían más su rostro. Y le acompañaron al barco.

 

Estaban todos tristes, pues nunca más verían a Pablo. Recordemos que el apóstol estuvo tres años en Éfeso al comenzar su tercer viaje misionero, por lo que su recuerdo y presencia eran recientes. Su buen testimonio y la bendición que su ministerio significó para la ciudad se expresan en cada lágrima de tristeza que los ancianos vertieron.  



[1] Craig S. Keener, Comentario del Contexto Cultural de la Biblia. Nuevo Testamento. Editorial Mundo Hispano, Colombia, 2019. Pág. 384.

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