domingo, 10 de abril de 2022

Pablo atrapado en el Templo de Jerusalén (Hechos 21:27-40)

 


"Pero cuando estaban para cumplirse los siete días, unos judíos de Asia, al verle en el templo, alborotaron a toda la multitud y le echaron mano, dando voces: ¡Varones israelitas, ayudad! Este es el hombre que por todas partes enseña a todos contra el pueblo, la ley y este lugar; y además de esto, ha metido a griegos en el templo, y ha profanado este santo lugar. Porque antes habían visto con él en la ciudad a Trófimo, de Éfeso, a quien pensaban que Pablo había metido en el templo. Así que toda la ciudad se conmovió, y se agolpó el pueblo; y apoderándose de Pablo, le arrastraron fuera del templo, e inmediatamente cerraron las puertas. Y procurando ellos matarle, se le avisó al tribuno de la compañía, que toda la ciudad de Jerusalén estaba alborotada. Este, tomando luego soldados y centuriones, corrió a ellos. Y cuando ellos vieron al tribuno y a los soldados, dejaron de golpear a Pablo. Entonces, llegando el tribuno, le prendió y le mandó atar con dos cadenas, y preguntó quién era y qué había hecho. Pero entre la multitud, unos gritaban una cosa, y otros otra; y como no podía entender nada de cierto a causa del alboroto, le mandó llevar a la fortaleza. Al llegar a las gradas, aconteció que era llevado en peso por los soldados a causa de la violencia de la multitud; porque la muchedumbre del pueblo venía detrás, gritando: ¡Muera!" 

(Hechos 21:27-36)

 

La predicción de Agabo se hizo realidad: "Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles" (Hch 21:11). El apóstol es atrapado por una turba de judíos, los cuales lo golpean alegando una serie de acusaciones falsas en su contra.

 

Quisiera centrarme en los padecimientos de Pablo más que en la justificación de los judíos para golpearlo. Como hemos mencionado otras veces, los padecimientos son parte de la vida del cristiano. Cuando el apóstol fue llamado por Dios, el Señor mismo le dijo: "Ve, porque instrumento escogido me es este, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre" (Hch 9:15-16). El apóstol Pedro alienta en su primera carta a los cristianos que están sufriendo la persecución: “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría” (1 Pe 4:12-13). El misterio del sufrimiento por causa de la justicia se profundiza cuando el apóstol Pablo, en referencia a las tribulaciones, le escribe a los tesalonicenses: “A fin de que nadie se inquiete por estas tribulaciones; porque vosotros mismos sabéis que para esto estamos puestos” (1º Ts 3:3).

 

Se debe mencionar, además, que esta turba violenta que golpea a Pablo en el templo no es ni la primera agresión que recibe, ni tampoco la más violenta. Recordemos que el apóstol sufrió una especie de lapidación en la localidad de Listra, en el contexto de su primer viaje misionero, donde fue apedreado y llevado fuera de la ciudad inconsciente. Muchos pensaron que estaba muerto. Sin embargo, “rodeándole los discípulos, se levantó y entró en la ciudad; y al día siguiente salió con Bernabé para Derbe” (Hch 14:20). Con toda probabilidad, Dios intervino de forma milagrosa en la vida de Pablo impidiendo que muriera producto de los piedrazos recibidos. Algo similar sucede en el presente pasaje, donde Dios interviene a través de soldados romanos para impedir que la golpiza llevara al apóstol a morir. 

 

La valentía de Pablo no era meramente dicursiva. El texto bíblico varias veces menciona que su predicación era hecha con denuedo, por ejemplo: "entrando Pablo en la sinagoga, habló con denuedo por espacio de tres meses, discutiendo y persuadiendo acerca del reino de Dios" (Hch 19:8). Sin embargo, vemos claramente que la confianza en Dios de Pablo lo llevó a enfrentar sin vacilación alguna varias situaciones que comprometieron su vida, como la que narra el presente texto. De esta manera, la valentía de Pablo fue ampliamente comprobada con su testimonio.

 

Los judíos que incitaron este ataque al evangelio se inventaron y convencieron de que había razones para hacerlo. Presentaron una serie de acusaciones contra Pablo, sin embargo, nada de lo que plantearon era efectivamente cierto. Como escribe John MacArthur: "En primer lugar lo acusaron de ser antisemita, un enemigo del pueblo judío y de su religión. Pero Pablo no era enemigo de los judíos, como lo aclaran Romanos 9:1-5 y 10:1. En ninguna parte él enseñó a los judíos creyentes a abandonar sus costumbres, sino simplemente que a los gentiles no se les debía presionar a que las observaran. Una segunda acusación fue que Pablo se oponía a la ley. Acusarlo en este tiempo de enseñar contra la ley era un modo seguro de enfurecer a las multitudes. Por último, lo acusaron falsamente de hablar contra el templo, puesto que el judío reverenciaba el templo, una acusación de blasfemar contra este o de profanarlo era un asunto grave" (1)

 

A todo se sumó la acusación particular de haber hecho ingresar a un gentil al templo, Trófimo, oriundo de Éfeso, lugar donde Pablo estuvo tres años (Hch 20:31). Todo lo anterior sencillamente no era verdad, pero sirvió de combustible para instigar a la multitud contra el apóstol.   

 

Como mencionamos, el Señor actuó a través de los soldados romanos liberando al apóstol de la violencia de la multitud. Como lectores modernos, es difícil el asimilar la agresividad de la multitud, pero lo cierto es que los soldados debieron intervenir para evitar una posible muerte instantánea de Pablo. 

 

Pablo habla a los judíos

 

"Cuando comenzaron a meter a Pablo en la fortaleza, dijo al tribuno: ¿Se me permite decirte algo? Y él dijo: ¿Sabes griego? ¿No eres tú aquel egipcio que levantó una sedición antes de estos días, y sacó al desierto los cuatro mil sicarios? Entonces dijo Pablo: Yo de cierto soy hombre judío de Tarso, ciudadano de una ciudad no insignificante de Cilicia; pero te ruego que me permitas hablar al pueblo. Y cuando él se lo permitió, Pablo, estando en pie en las gradas, hizo señal con la mano al pueblo. Y hecho gran silencio, habló en lengua hebrea, diciendo..." (Hechos 21:27-36)

 

Una vez retirado de las cercanías del Templo, Pablo fue llevado a la fortaleza romana. En aquel lugar fue confundido con un instigador egipcio, un líder criminal de una legión de sicarios. Ante la confusión, Pablo se identifica y solicita poder dirigirse al pueblo en idioma hebreo. Probablemente, al hablar en hebreo Pablo buscó dos objetivos: mostrar una credencial irrefutable de su origen nacional y también intentar apaciguar los ánimos de la multitud, identificándose con ella en términos culturales.



[1] John Macarthur, Comentario del Nuevo Testamento: Hechos, Editorial Portavoz, USA, 2014. Pág. 558.

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