Y me aconteció, vuelto a Jerusalén, que orando en el templo me sobrevino un éxtasis. Y le vi que me decía: Date prisa, y sal prontamente de Jerusalén; porque no recibirán tu testimonio acerca de mí. Yo dije: Señor, ellos saben que yo encarcelaba y azotaba en todas las sinagogas a los que creían en ti; y cuando se derramaba la sangre de Esteban tu testigo, yo mismo también estaba presente, y consentía en su muerte, y guardaba las ropas de los que le mataban. Pero me dijo: Ve, porque yo te enviaré lejos a los gentiles.
El apóstol experimentó un "éxtasis", palabra que describe la "experiencia apostólica única de ser transportado más allá de los sentidos normales hacia el reino sobrenatural a fin de recibir revelación divina. La palabra se usa dos veces para describir la visión de Pedro en Jope (Hch 10:10; 11:5)". (1)
Pablo termina de relatar su conversión a una audiencia que permanecía muy agitada. En esta última sección del relato el apóstol menciona dos asuntos que hirieron directamente el orgullo judío. Por un lado, la actitud terca y de duro corazón del pueblo para recibir el testimonio de Dios, "sal prontamente de Jerusalén; porque no recibirán tu testimonio acerca de mí" (Hch 22:18). Por otro lado, la misma voz enviaba al apóstol Pablo a ministrar a los gentiles, lo que constituía una nueva afrenta al orgullo nacional. En palabras de Keener: "Pablo sabe que su declaración ofenderá a sus oyentes, dado el recrudecimiento de las tensiones entre judíos y gentiles en Palestina en estos años. Sin embargo, siente que es una parte crucial del evangelio al incluir diversas etnias" (2).
La salvación de los gentiles siempre estuvo presente en la revelación bíblica, pero la tradición oral hebrea señalaba lo contrario. Debido a la importancia creciente que tuvo esta última, normalmente se aceptó que un gentil no podía ser salvado por Dios a menos que se convirtiera en un prosélito judío. Entre los pasajes que respaldan explícitamente esta idea se cuentan los siguientes: "En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra.." (Gn 22:18), "Yo la sembraré para mí en la tierra; me compadeceré de la “Indigna de compasión”, a “Pueblo ajeno” lo llamaré: “Pueblo mío”; y él me dirá: “Mi Dios”" (Oseas 2:23 NVI).
Y le oyeron hasta esta palabra; entonces alzaron la voz, diciendo: Quita de la tierra a tal hombre, porque no conviene que viva. Y como ellos gritaban y arrojaban sus ropas y lanzaban polvo al aire, mandó el tribuno que le metiesen en la fortaleza, y ordenó que fuese examinado con azotes, para saber por qué causa clamaban así contra él. Pero cuando le ataron con correas, Pablo dijo al centurión que estaba presente: ¿Os es lícito azotar a un ciudadano romano sin haber sido condenado? Cuando el centurión oyó esto, fue y dio aviso al tribuno, diciendo: ¿Qué vas a hacer? Porque este hombre es ciudadano romano. Vino el tribuno y le dijo: Dime, ¿eres tú ciudadano romano? Él dijo: Sí. Respondió el tribuno: Yo con una gran suma adquirí esta ciudadanía. Entonces Pablo dijo: Pero yo lo soy de nacimiento. Así que, luego se apartaron de él los que le iban a dar tormento; y aun el tribuno, al saber que era ciudadano romano, también tuvo temor por haberle atado.
Al día siguiente, queriendo saber de cierto la causa por la cual le acusaban los judíos, le soltó de las cadenas, y mandó venir a los principales sacerdotes y a todo el concilio, y sacando a Pablo, le presentó ante ellos.
Al oír las palabras de Pablo los ánimos de la audiencia se encendieron y con mayor razón querían matarlo, "este hombre no conviene que viva". El lanzar polvo al aire no era un acto que indicara indignación, más bien era una expresión de duelo. Es probable que en este contexto el lanzamiento de polvo al aire no haya tenido una significación simbólica específica.
Entre el favor de una multitud de personas agresivas o el de Pablo, los funcionarios del imperio obviamente prefirieron congraciarse con la multitud. Por esta razón se dio la orden de enviar a Pablo al calabozo y azotarlo lo suficiente. Si bien es cierto que en aquel tiempo era legal azotar a los esclavos o a los extranjeros para forzarlos a confesar o para determinar la verdad respecto de alguna situación, el tribuno no tenía autoridad para enjuiciar a un provinciano que pertenencia a otra jurisdicción (3). Como se desprende del relato, no había razón para infringirle a Pablo tal castigo, pues no había habido juicio ni menos condena: "¿Os es lícito azotar a un ciudadano romano sin haber sido condenado?" (Hch 22:25).
El tribuno se asustó en gran manera al saber la condición ciudadana de Pablo, ya que someter a un romano al castigo del azote pudo haber destruido su carrera militar, o pudo haberle costado la vida. Las leyes de Juliano y de Porcio eximían a los ciudadanos romanos del azotamiento sin juicio, además tampoco se los podía torturar con el objetivo de extraerles información. Muchas veces me pregunté sobre la facilidad de burlar alguna situación aludiendo a una potencial ciudadanía romana, en especial en un tiempo donde no hay ni credenciales, ni carnet, ni menos "códigos QR". Sin embargo, lo que realmente "acreditaba" el reclamo ciudadano del apóstol era la pena de muerte asociada a mentir al respecto. Por esta razón, cuando alguien reclamaba ser ciudadano romano por lo general se aceptaba sin objeción alguna.
El posterior diálogo entre el apóstol y el tribuno respecto del origen de la ciudadanía era en el fondo una pregunta -por parte del tribuno- sobre el estatus romano de Pablo. Como lo ilustra Keener: "Normalmente, nacer libre proporcionaba a la persona un nivel social más alto que el de un liberto, y el ciudadano que había nacido como esclavo tenía derechos limitados. (Esto sucedía desde el punto de vista aristócrata del nivel social, aunque no sucedía necesariamente en la parte económica. Todavía ligados a sus anteriores dueños como protegidos, los esclavos liberados tenían ventajas económicas de las que carecían los campesinos que se hacían libres). Por lo tanto, Pablo tiene un nivel superior en algún sentido. Tal vez contestó en latín: él era un ingenuus, ciudadano por nacimiento" (4).
Finalmente, el apóstol es expuesto ante los principales miembros del concilio de Jerusalén, la instancia religiosa y política judía más importante, lugar donde Pablo daría testimonio de Cristo.