sábado, 5 de noviembre de 2022

Pablo enfrenta el Concilio en Jerusalén (Hechos 23:1-11)

 



Entonces Pablo, mirando fijamente al concilio, dijo: Varones hermanos, yo con toda buena conciencia he vivido delante de Dios hasta el día de hoy. 

 

El apóstol comienza su defensa describiendo primero la "buena conciencia" con la que ha vivido delante de Dios en todo su caminar. Esta no es la primera ni la única vez que Pablo utiliza esta expresión, en su primera carta a Timoteo aparece dos veces en el primer capítulo, en ambos casos expresando una característica a mantener por todo creyente de fe genuina: "Este mandamiento, hijo Timoteo, te encargo, para que conforme a las profecías que se hicieron antes en cuanto a ti, milites por ellas la buena milicia, manteniendo la fe y buena conciencia, desechando la cual naufragaron en cuanto a la fe algunos" (1º Tm 1:18-19). La conciencia le advierte a cada persona si sus acciones o pensamientos son buenos o malos, es una especie de tribunal personal del alma. Según Romanos 2:14-15, la conciencia funciona en cada ser humano conteniendo una especie de "espectro" de la ley de Dios, una alerta en caso que los hombres escojan no obedecer. Este mecanismo está presente en todos los seres humanos, por lo que no debe confundirse con el accionar del Espíritu Santo.

 

La "buena conciencia" con la que Pablo ha vivido es una expresión equivalente a decir que ha tenido un buen testimonio de vida. Este último es el marco exigido por Dios para la presentación del mensaje de salvación, aunque existan personas que prediquen con malas motivaciones, como lo denunciaba Pablo a los filipenses. El tener una buena conciencia es equivalente a afirmar que no se ha pecado deliberadamente, o que no se arrastra un pecado permanente que pueda empañar la doctrina de Dios. Buena conciencia también es equivalente a tener una conducta "irreprensible". 

 

El sumo sacerdote Ananías ordenó entonces a los que estaban junto a él, que le golpeasen en la boca. Entonces Pablo le dijo: ¡Dios te golpeará a ti, pared blanqueada! ¿Estás tú sentado para juzgarme conforme a la ley, y quebrantando la ley me mandas golpear? Los que estaban presentes dijeron: ¿Al sumo sacerdote de Dios injurias? 5 Pablo dijo: No sabía, hermanos, que era el sumo sacerdote; pues escrito está: No maldecirás a un príncipe de tu pueblo.

 

El testimonio de Cristo llamando directa y audiblemente a Pablo había irritado a los judíos, a esto le suma su descripción de tener "buena conciencia" ante Dios. Al describir su situación en estos términos, excluyendo toda mención a las prescripciones de la ley mosaica, despierta la más intensa ira de los escribas. 

 

Ananías, el sumo sacerdote, ordenó una golpiza contra el apóstol (no se trataba de una mera cachetada). Esta grave agresión, sin razón alguna, hace que el apóstol lo acuse de "quebrantar la ley" (v.3). La reacción de Pablo no consideró el cargo que ostentaba Ananías, la posición religiosa y política más alta de la nación. Ananías era un vasallo romano, conocido por su codicia y por robar los diezmos que pertenecían a los sacerdotes más pobres. Los zelotes lo mataron en el 66 d.C., ocho años después de esta audiencia (1). A pesar de esta triste fama, Ananías de igual manera detentaba el rol prescrito por Dios para una dispensación que lentamente llegaba a su fin. ¿Parece extraño que Pablo no supiera que él era el sumo sacerdote? Se han propuesto explicaciones para esta situación, algunos señalan que Pablo mintió al decir "No sabía, hermanos, que era el sumo sacerdote", mientras otros dicen que el apóstol ironizaba respecto del rol de Ananías, ya que era paradójico que el sumo sacerdocio fuera ejercido con tal corrupción y uso inadecuado del poder. Sin embargo, estas explicaciones son meramente hipotéticas, pues el texto sólo declara desconocimiento en la respuesta del apóstol.  

 

Quizá lo más significativo de estos versículos es constatar que el Señor Jesucristo enfrentó una situación equivalente a la de Pablo, pero su reacción fue diferente: 

 

"Y el sumo sacerdote preguntó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le respondió: Yo públicamente he hablado al mundo; siempre he enseñado en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y nada he hablado en oculto. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que han oído, qué les haya yo hablado; he aquí, ellos saben lo que yo he dicho. Cuando Jesús hubo dicho esto, uno de los alguaciles, que estaba allí, le dio una bofetada, diciendo: ¿Así respondes al sumo sacerdote? Jesús le respondió: Si he hablado mal, testifica en qué está el mal; y si bien, ¿por qué me golpeas?"

(Juan 18:19-23)

 

En esa oportunidad el Señor fue agredido y sólo preguntó "por qué me golpeas", en cambio, el apóstol Pablo al ser agredido responde "Dios te golpeará a ti, pared blanqueada". Si bien Pablo fue un instrumento para la gloria de Dios, y en opinión de algunos el más excepcional de los creyentes, nadie puede asemejarse a la perfección de Cristo, "quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente" (1º Pe 2:23).


Entonces Pablo, notando que una parte era de saduceos y otra de fariseos, alzó la voz en el concilio: Varones hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseo; acerca de la esperanza y de la resurrección de los muertos se me juzga. Cuando dijo esto, se produjo disensión entre los fariseos y los saduceos, y la asamblea se dividió. Porque los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángel, ni espíritu; pero los fariseos afirman estas cosas. 

 

El pasaje explica claramente que entre fariseos y saduceos habían diferencias doctrinales importantes, las que se relacionaban con la creencia en aspectos sobrenaturales como la resurrección, la existencia de ángeles, entre otros. La mención que Pablo notó que "una parte era de saduceos y otra de fariseos", establece con cierta claridad que su alusión a la "esperanza de la resurrección de los muertos" fue un artilugio de defensa. No obstante, la resurrección de Cristo es un elemento fundamental de la fe cristiana y es tratada por Pablo en varios pasajes, principalmente en 1º Corintios: "Pero si se predica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe." (1º Co 15:12-14).

 

La resurrección tiene muchas implicancias en la salvación y en el evangelio. En primer lugar, es vinculada con nuestra justificación, ”…el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Rm 4:25), justificación es la "prueba de la justicia de alguien". Cristo pagó nuestro pecado, tomó nuestro lugar y nos asigna su propia justicia. También es central el que la resurrección demuestre la victoria de Cristo sobre la muerte: "Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho" (1º Co 15:20). Si bien antes de Cristo hubo casos de personas que volvieron a la vida después de morir, todos ellos volvieron a morir nuevamente. Finalmente, la resurrección es importante en la predicación del evangelio, ya que el creyente se identifica con Cristo tanto en su muerte como en su resurrección, por lo que el triunfo sobre la muerte de Cristo es también un triunfo sobre la muerte de los cristianos: "Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él" (Rm 6:8).

 

Y hubo un gran vocerío; y levantándose los escribas de la parte de los fariseos, contendían, diciendo: Ningún mal hallamos en este hombre; que si un espíritu le ha hablado, o un ángel, no resistamos a Dios. Y habiendo grande disensión, el tribuno, teniendo temor de que Pablo fuese despedazado por ellos, mandó que bajasen soldados y le arrebatasen de en medio de ellos, y le llevasen a la fortaleza. A la noche siguiente se le presentó el Señor y le dijo: Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma.

 

Al parecer la táctica del apóstol dio resultados y la facción de los fariseos comenzó a evaluar a Pablo con otros ojos, "Ningún mal hallamos en este hombre", es una expresión de cambio de actitud hacia él. No obstante, la agresividad contra Pablo continuaba desde los saduceos, y el tribuno prefirió evitar consecuencias mayores llevando a Pablo a la fortaleza.

 

El momento más notable de este episodio se da el finalizar la jornada, donde el Señor le habla directamente a Pablo alentándolo a seguir predicando el evangelio. En Corinto el Señor le había enviado un mensaje similar al apóstol: "Entonces el Señor dijo a Pablo en visión de noche: No temas, sino habla, y no calles; porque yo estoy contigo, y ninguno pondrá sobre ti la mano para hacerte mal, porque yo tengo mucho pueblo en esta ciudad" (Hch 18:9-10). Si bien Pablo es el destinatario directo de estos mensajes de aliento de parte del Señor, también son extensibles a toda la Iglesia de Cristo, la congregación de santos lavados por la sangre del Cordero, los cuales también somos llamados a testificar del Señor en todo lugar, con la compañía diaria de Cristo mismo (Mt 28:20).



[1] Craig S. Keener, Comentario del Contexto Cultural de la Biblia. Nuevo Testamento. Editorial Mundo Hispano, Colombia, 2019. Pág. 392.

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