Hermanos, ¿qué me dirían si les pregunto por la misión del pueblo de Dios en esta tierra? Algunos -los tradicionales- dirían que tenemos que predicar el evangelio a toda criatura, dar a conocer “las virtudes del que os llamo de las tinieblas a su luz admirable”, lo que por supuesto es correcto. Otros dirían -los misionales- que predicar el evangelio no es lo único, sino que necesitamos ser partícipes de una renovación cultural, de modo de conquistar para el Señor muchos espacios entregados al enemigo, como la educación, la política, el arte o la ciencia. Creo que esta perspectiva también es razonable.
Por un lado, los tradicionalistas tienden a poner un gran muro entre las cosas de Dios y las de este mundo, pues si bien el Señor nos ha llamado a ser santos en medio de una generación maligna y perversa, no nos ha llamado a involucrarnos en los asuntos que le competen a la gente que vive por y para la lógica de este mundo, ya que nuestra ciudadanía está en los cielos y no acá. Por otro lado, los misionales piensan que el llamado de Dios no es exactamente así, pues debemos transformar con el evangelio todos los ámbitos de la vida, ya que Cristo no solo es salvador de individuos, sino que es el Señor de toda la creación. Estos últimos señalan que la renuencia a impregnar la cultura con los valores del Reino, ha dado lugar a que el secularismo -entendido como una ideología religiosa encubierta- se haya apropiado de occidente, lo cual también parece razonable.
Mientras los primeros enfatizan la salvación y santificación de los elegidos y no en la transformación cultural de este mundo, los otros ven a la iglesia como un participante activo en la misión de Dios en el mundo presente, siendo el instrumento del “ya, pero todavía no”, o sea, de la instalación progresiva del Reino de Dios.
¿Cuál es la idea de hablar del pueblo de Dios recurriendo a dos enfoques? Tener una comprensión más amplia, profunda y equilibrada de lo que significa ser el pueblo de Dios a lo largo de la historia bíblica y de la vida cristiana. Sin embargo, cualquiera sea la visión que a usted le parezca más cercana a la Biblia -incluso pensando que ambas no son necesariamente excluyentes- hay un aspecto que no es negociable en ninguna de las dos escuelas y es el propósito específico de Dios para con su pueblo: “Habéis, pues, de serme santos, porque yo Jehová soy santo, y os he apartado de los pueblos para que seáis míos” (Lv 20:26). Este mismo pasaje es citado por el apóstol Pedro en su primera carta (1° Pe 1:14-16).
Recapitulando, Dios se dio a si mismo un pueblo como instrumento de su misión (porque la misión es de Dios, no de la iglesia). En el Antiguo Testamento Israel fue llamada a ser luz a las naciones, en el Nuevo Testamento, nosotros, la Iglesia del Señor, la continuadora del pueblo del pacto, también. Somos solo un instrumento en las manos de Dios, pero necesitamos vivir en permanente santificación para serle útil. Ilustrativo a este propósito es un comentario de Alexander MacLaren, predicador escocés del siglo XIX: “El mundo saca sus ideas acerca de Dios principalmente de las personas que afirman pertenecer a la familia de Dios. Nos interpretan mucho más de lo que leen la Biblia. Pues a nosotros nos ven, mientras solo oyen acerca de Jesucristo”.
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