sábado, 10 de octubre de 2020

Estudio capítulo 8 de Hechos



Pablo asola a la Iglesia

 

Después de la terrible muerte de Esteban narrada en el capítulo anterior se desató una gran persecución contra la iglesia. Esto llevó a los discípulos y demás seguidores a repartirse por Judea y Samaria (Hch 1:8), mientras los apóstoles permanecieron en Jerusalén.

 

Se destaca la lamentable participación de Saulo, tanto en la muerte de Esteban como en la persecución a la iglesia “Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel” (Hch 8:3). Esta información permite ponderar el poder regenerador de Dios, convirtiendo a un duro enemigo del cuerpo de Cristo en probablemente su más grande testigo. Si bien Pablo siempre será reconocido por su apostolado, él mismo no pudo dejar de recordar sus acciones pasadas, previas a su encuentro con el Salvador, las que le sirven de barrera de contención ante cualquier brote de orgullo humano “habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; mas fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad” (1º Tm 1:13). Esta información contribuye a que la gloria debida a las proezas apostólicas sea dirigida a Dios y no a hombres caídos.

 

La persecución apresuró a la iglesia a anunciar el evangelio en otras localidades. En este contexto Felipe  -uno de los siete servidores del capítulo 6- predicaba a Cristo camino a Samaria, mientras la gente lo escuchaba animadamente. En este periodo la predicación se caracterizaba por ir acompañada de abundantes señales, las que favorecían a los oyentes “Porque de muchos que tenían espíritus inmundos, salían éstos dando grandes voces; y muchos paralíticos y cojos eran sanados” (Hch 8:7). Estas señales autenticaban tanto a los portadores como al mensaje mismo del evangelio, pues los oyentes forzadamente debían reconocer que los milagros ocurridos no eran obra de hombres.

 

El caso de Simón el mago

 

Sin embargo, este componente más “sensorial” o “espectacular” de las señales pronto se prestó para un mal uso. Un sujeto llamado Simón, de actividad mago, quedó muy impresionado con el poder desplegado a través de las señales y milagros que hacía Felipe, por lo que quiso unirse al grupo de discípulos buscando tener ese mismo poder “También creyó Simón mismo, y habiéndose bautizado, estaba siempre con Felipe; y viendo las señales y grandes milagros que se hacían, estaba atónito” (Hch 8:13). Simón era mago, y los sucesos relacionados al accionar del Espíritu Santo los siguió interpretando desde su actividad, por eso se sorprendió con el poder desplegado por Felipe.

 

La fe y bautismo de Simón siempre han sido objeto de controversias, el versículo antes citado da a entender que Simón efectivamente llegó a la fe. Entre los que apoyan este punto de vista se cuenta al mismo Juan Calvino, que leía este pasaje entendiendo Hechos 8:24 como la expresión de un creyente con un arrepentimiento genuino. Sin embargo, personalmente adhiero a la perspectiva opuesta, la que ve en Simón a una persona que sólo recibe la palabra, pero que no echa raíces ni menos genera fruto. Correspondería a los casos de las semillas sembradas en terrenos estériles de la parábola del sembrador (Mt 13:18-23).

 

Simón observa que el don del Espíritu Santo se recibía por imposición de manos [1] y apresurándose quiso disponer de este poder pagando una suma de dinero. Lógicamente que su corazón no buscaba el sello o garantía de salvación, ni tampoco la persona divina que guiara su vida espiritual, Simón simplemente buscó mejorar el poder para su espectáculo. El apóstol Pedro -que había llegado a Samaria al saber de la obra evangelistica de Felipe- inmediatamente se dio cuenta que Simón no tenía un corazón transformado, y que motivaciones pecaminosas gobernaban completamente su voluntad. Pedro no tiene dudas y le dice directamente a Simón:

 

“Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero. No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizá te sea perdonado el pensamiento de tu corazón; porque en hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás” (Hch 8:20-23).

 

Superado este triste e incómodo momento, los apóstoles continuan anunciando el evangelio entre las poblaciones de samaritanos, siendo testigos del Señor Jesucristo en zonas gradualmente más alejadas de Jerusalén, tal como el Señor lo adelantó en Hechos 1.

 

Felipe y el etíope

 

La historia de Felipe y el etíope muestra varios aspectos de la forma en que Dios actúa para llevar el evangelio a los seres humanos. De partida, a través de un ángel Dios envía a Felipe al camino que va desde Jerusalén a Gaza, porque justamente en esa dirección Felipe se cruzaría con alguien de mucho interés para Dios. Este hombre era funcionario de Candace, la reina de Etiopía, de un rango importante. Además, era un varón “temeroso de Dios”, o sea, un creyente en el Dios hebreo que no adoptaba los elementos culturales de Israel. Cuando el creyente en el Dios bíblico adoptaba las pautas culturales judías se le llamaba “prosélito”.

 

La historia de Felipe y el eunuco es bastante conocida (Hch 8:26-40), el funcionario iba en su carro con dirección a Jerusalén mientras leía al profeta Isaías. Felipe, guiado por el Espíritu Santo, se cruza con el funcionario y le pregunta si comprende lo que estaba leyendo, el eunuco le responde negativamente pidiendo la ayuda de un maestro. Felipe aprovecha la situación para guiarlo al Señor Jesucristo desde el texto de Isaías. Finalmente, el eunuco cree en el Señor y es bautizado, prosiguiendo gozoso su camino (Hch 8:39).

 

Este episodio es muy interesante por varios motivos. En primer lugar, Dios soberanamente lleva a cabo su plan dentro del "mundo de de la vida" de los hombres sin distorsionar ese marco de existencia. La voluntad de Dios se va implementando invisiblemente a través de las circunstancias humanas, lo que resulta en algo bueno para el hombre desde la perspectiva de Dios (Gn 50:20, Rm 8:28). En el versículo 26 un ángel le comunica una instrucción a Felipe, mientras que en el versículo 29 es el mismo Espíritu Santo el que le dice “Acércate y júntate a ese carro”. Está claro que Dios no necesitaba poner un ángel en ese lugar para comunicar, ni tampoco le era necesario dar una instrucción audible, Dios podía hacer que los eventos sucedieran automáticamente de acuerdo a su voluntad, pero al parecer ese no es siempre su modo de proceder.

 

En segundo lugar, observamos la centralidad de la Palabra de Dios en el ministerio del evangelio “Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús” (Hch 8:35). Hemos visto que tanto la predicación de Pedro como la de Esteban tienen siempre su base de sustentación en pasajes del Antiguo Testamento (Lc 24:27), pues la Escritura tiene como propósito revelar al Hijo de Dios. Este varón “temeroso de Dios” leía diligentemente al profeta Isaías (53:7-8) no entendiendo a quién referían las palabras citadas por el profeta. Tristemente, la ceguera espiritual impide hallar al Señor en la Biblia misma, por lo que incluso en la actualidad muchos siguen teniendo problemas con la referencia de este pasaje específico, prefiriendo ver en él una expresión del dolor de la nación de Israel. Es de notar que el Espíritu Santo es el que guía al ser humano a entender el significado que él mismo le imprimió a la Palabra de Dios, y para esta labor el Señor utiliza varias metodologías; en algunos casos ilumina en forma directa, sobrenatural, mientras que en otros dispone de algún miembro del cuerpo celestial para la función docente.

 

Finalmente, Felipe continua anunciando el evangelio en varias ciudades, hasta Cesaréa. Notamos que el evangelismo es una labor constante, de actividad continuada, sin descanso. Por otro lado, el eunuco quedó muy feliz después de haber sido bautizado, “Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe; y el eunuco no le vio más, y siguió gozoso su camino” (Hch 8:39).

 

 

 

 

 

 

 

[1] Un tema controversial se presenta en el versículo 16, donde se revela un desfase entre el momento de creer en el Señor y la recepción del Espíritu Santo. John MacArthur, en su biblia de estudio, explica esta situación de la siguiente manera: “se trataba de un periodo de transición en el cual era necesaria la confirmación de los apóstoles a fin de integrar un nuevo grupo de personas a la iglesia. Debido a la enemistad que existía entre judíos y samaritanos, era indispensable que aquellos recibieran al Espíritu en presencia de los líderes de la iglesia de Jerusalén, lo cual aseguraría la unidad de la iglesia. El retraso también ponía en evidencia la necesidad que tenían los samaritanos de someterse a la autoridad apostólica”.

2 comentarios:

  1. Es interesante ver cómo el Espíritu Santo siempre guío todo bajo su poder y autoridad, esto nos demuestra que el hombre no puede salvar a nadie por sus palabras, la salvación no viene por el hombre sino por el Espiritu Santo.

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  2. Bueno el comentario del Proceder de Dios....

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