La conversión de Pablo
El capítulo comienza describiendo a Pablo antes de encontrarse con el Salvador “respiraba amenazas y muerte contra los discípulos del Señor” y se esforzaba en cazar a los cristianos en Damasco para llevarlos presos a Jerusalén (Hch 9:1). Era público y conocido su actuar, Ananías conversando con Dios le dice respecto de Pablo “cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén” (Hch 9:13).
Uno de los más fieros perseguidores de la iglesia de Cristo fue escogido por Dios para llevar a cabo una tarea, servir como “instrumento escogido” de Dios para difundir el Evangelio a gentiles, reyes y también entre los hijos de Israel. ¿Por qué razón escogió Dios a Pablo? Esa respuesta no la encontraremos en la Biblia y ninguna conjetura que busque una razón de la elección de Pablo o de cualquier cristiano será satisfactoria, de hecho, si hubiera algún atributo destacable en el ser humano que lo hiciera propicio a la elección de Dios, no estaríamos hablando de gracia. Lo cierto es que Pablo, antes y después de su conversión, fue un hombre fiel a sus convicciones, fariseo estrictamente observante, en cuanto a la justicia que es por la ley, irreprensible (Fil 3:6) y como el cristianismo constituía una gran amenaza al judaísmo, Pablo también fue un gran perseguidor de la iglesia (Fil 3:6). De lo anterior se desprende un rasgo característico del futuro apóstol, su indiscutible valentía. En efecto, después de su encuentro con Cristo, luego de reponerse de su ceguera temporal “En seguida predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios” (Hch 9:29).
¿Cómo llegó el Señor al encuentro de Pablo? La historia es bien conocida. El Señor le habla a Pablo diciéndole “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ... Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón” (Hch 9:4-5). El aguijón correspondía a una especie de pala o de vara que se usaba para espolear el ganado, de esta manera Dios le decía a Pablo que su ataque a la iglesia era contra Dios mismo, lo que es equivalente a hacerse daño sin propósito alguno. Luego el Señor le instruye a trasladarse de ciudad, donde se le diría lo que debía hacer. Este resplandor desde el cielo cegó a Pablo, por lo que tuvo que ser conducido a Damasco con ayuda de los hombres que estaban con él.
Para remediar esta ceguera momentánea Dios envía a un discípulo llamado Ananías al lugar donde se hallaba Pablo, con la instrucción de ponerle “las manos encima para que recobre la vista” (Hch 9:12). Saulo de Tarso no sólo recupera la vista física, sino que también recibe vista espiritual, abriendo su entendimiento para que pueda resplandecer la luz del evangelio de la gloria de Cristo en su corazón, el cual es la imagen de Dios (2º Co 4:4). De esta manera, el resplandor de la gloria de Cristo elimina la ceguera espiritual del hombre.
Pablo era un instrumento escogido de Dios, y como sabemos, Dios no se tomó la molestia de indicarnos la razón de su elección. Además, tan importante como saber que Dios escogió a Pablo como instrumento es la declaración que le sigue: “porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre” (Hch 9:16). El padecimiento por causa de Cristo no constituye algo extraño a la fe, más bien hay muchos pasajes en las Escrituras que establecen una íntima conexión entre los padecimientos y el gozo del reino de Dios. El apóstol Pedro sintió gozo al ser tenido digno de padecer por causa del nombre (Hch 5:41), en su primera carta a los cristianos que están sufriendo la persecución los alienta diciéndoles “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría” (1 Pe 4:12-13). El mismo el apóstol Pablo, en referencia a las tribulaciones, dice: “A fin de que nadie se inquiete por estas tribulaciones; porque vosotros mismos sabéis que para esto estamos puestos” (1º Ts 3:3).
Ananías obedece al Señor, pone sus manos sobre Pablo y él recupera su visión “Y al momento le cayeron de los ojos como escamas, y recibió al instante la vista; y levantándose, fue bautizado” (Hch 9:18). Posterior a su bautismo, Pablo compartió algunos días con los discípulos que estaban en Damasco.
Como mencionábamos, días después de su conversión Pablo ya estaba predicando en las Sinagogas, diciendo que Cristo era el Hijo de Dios. Muchos al ver a Pablo sostener un nuevo discurso dudaban de la veracidad de su fe, pero este escepticismo de parte de sus oyentes lo impulsaba a esforzarse cada vez más por demostrar la verdad sobre el Señor.
La conversión de Pablo a Cristo sucedió de forma instantánea, abrupta. Creo que no hay razón para pensar que esta situación sea un caso particular, más bien todos los personajes mencionados en el libro de Hechos experimentaron una conversión del mismo tipo, radical. Los protagonistas de conductas abiertamente desviadas han sido sujetos de dudosa regeneración, como Ananías y Safira, o de clara inconversión, como Simón el mago.
Pablo escapa de los judíos y retorna a Jerusalén
“Pasados muchos días..” (Hch 9:23), en este punto histórico debería insertarse la visita de Pablo a Arabia, o sea, el periodo mencionado en Gálatas 1:17-18 (1). Una posible línea de tiempo establece la conversión de Pablo rumbo a Damasco en el año 35 D.C. para trasladarse posteriormente a Arabia hasta el año 38 D.C. desde donde escapa para llegar a Jerusalén. En la segunda carta a los Corintios se describe el escape de Pablo en un canasto, saliendo por una ventana, escapando de la mano de los judíos que habían resuelto en consejo matarle (2 Co 11:33).
En Jerusalén no todos le creían a Pablo ser un auténtico cristiano, y claro está, Pablo fue un duro perseguidor de la iglesia, por lo que la duda de los discípulos era legítima y debía ser resuelta de alguna manera. Bernabé, que anteriormente había aparecido entregando el valor de su heredad a la comunidad cristiana naciente (Hch 4:36), intervino en defensa de Pablo y contó “cómo Saulo … en Damasco había hablado valerosamente en el nombre de Jesús” (Hch 9:27). Como vimos más atrás, la valentía fue un atributo característico de Pablo y no disminuyó después de haber conocido al Salvador. En Jerusalén Pablo “hablaba denodadamente en el nombre del Señor, y disputaba con los griegos; pero éstos procuraban matarle” (Hch 9:29). Pablo había adquirido el mismo denuedo que previamente habían mostrado los apóstoles en Jerusalén, y por el cual oraban fervientemente (Hch 4:29), este valor procedía del Espíritu de Dios.
Importante hacer el punto respecto del valor. Es de notar que la “prueba” de la fe de Pablo que esgrime Bernabé es el denuedo en predicar a Cristo, su valentía. Al parecer este argumento fue una evidencia irrefutable de la fe genuina del apóstol, que disipaba toda duda. La valentía puesta al servicio de la causa de Cristo, el denuedo de predicar la Palabra de Dios estando bajo amenaza de muerte, fueron razones suficientes para convencer a los que dudaban.
Milagros de Pedro
Repentinamente la narrativa de este capítulo cambia a la localidad de Lida, donde el apóstol Pedro continúa realizando prodigios y señales. El apóstol fue a visitar a los cristianos de ese lugar, sanando a un paralítico llamado Eneas, lo que sirvió de señal a muchos que se conviertieron al Señor (Hch 9:35).
Otro milagro sucedió en Jope, localidad cercana a Lida. Una discípula llamada Tabita en arameo, o Dorcas en griego, y que abundaba en buenas obras murió. Por razón de este fallecimiento Pedro acude al lugar y pronuncia las siguientes palabras “Tabita, levántate. Y ella abrió los ojos, y al ver a Pedro, se incorporó” (Hch 9:40). La resurección de Tabita se hace notoria en toda Jope, “y muchos creyeron en el Señor” (Hch 9:42). Es de notar que en ambos milagros se observa la misma consecuencia, muchas personas creyeron en Cristo.
(1) Extraído de comentario en La Biblia de las Américas, Biblia de Estudio, The Lockman Foundation, USA, 2000.
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