El equipo misionero parte del puerto de Troas y pasando por Samotracia y Neápolis finalmente llegan a Filipos, ciudad fundada en el 356 A.C. por Filipo, padre de Alejandro Magno, la ciudad más importante de la provincia de Macedonia (Hch 16:12). Una de sus principales características era estar ubicada en la "Vía Ignacia", la gran ruta comercial y militar que iba desde Asia a Roma a través de un paso entre montañas, a unos 500 metros sobre el nivel del mar. Neápolis funcionaba como el puerto marítimo de Filipos.
A diferencia de lo que hacían en otros lugares, el equipo misionero no se dirigió a la sinagoga filipense, sino que se ubicó en un lugar apartado junto al río donde se reunía un grupo de mujeres en oración. Lo más probable es que no existiera sinagoga en Filipo, al no ser muy numerosa la comunidad judía en aquella ciudad.
En este grupo de mujeres estaba Lidia, la cual se dedicaba al comercio de púrpura, oficio propio de su ciudad de origen, Tiatira. El texto la describe como una mujer gentil "adoradora de Dios", expresión que en otros pasajes se usa para describir a personas que sin formar parte de la nación judía, estimaban la revelación de Dios y lo buscaban en conformidad a ella. Por otro lado, la actividad comercial de Lidia era próspera, sabemos que poseía una casa, algo no menor en aquel entonces (Hch 16:40).
La fe de Lidia nos muestra que la gracia de Dios no se limita a la gente que vive en malas condiciones económicas, sino que trasciende a distintos grupos sociales. Normalmente se cree que la vida cristiana está reservada a los que no han tenido éxito en sus proyectos humanos. Sin embargo, el testimonio de Lidia nos demuestra que una persona de actividad próspera también puede centrar su interés en el Dios que la llama. Estoy seguro que Lidia no hubiera tenido problemas en utilizar su hogar al servicio del evangelio.
Sin embargo, el tema esencial del pasaje se halla en la segunda sección del verso 14, donde se dice que mientras Lidia escuchaba las palabras de Pablo “el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía” (Hch 16:14). De este pasaje se desprenden dos cosas; cualquier persona necesita que Dios le abra el corazón para comprender el mensaje del evangelio, para ser capaz de "oír" la Palabra de Dios: "Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios" (Rm 10:17). También se infiere que Dios no siempre abre el corazón de los hombres, por lo que la predicación del evangelio no garantiza salvación en los oyentes, al contrario, la gran mayoría se mantendrá en su condición de muerte espiritual (Ef 2:1). La situación normal del ser humano ante el evangelio es de oscuridad producto de un enceguecimiento diabólico: "en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios" (2 Co 4:4). En resumidas cuentas, Dios es soberano en toda la obra de salvación del hombre, permitiendo que éste comprenda la luz del evangelio de Cristo o dejándolo con el entendimiento cegado por el dios de este siglo.
Nótese que nada en el texto sugiere que un acto o gesto de Lidia haya "movido" a Dios a abrirle el corazón, fue la voluntad de Dios la que actuó en esa dirección sin que Lidia lo hubiera merecido. La Palabra dice que Dios nos "predestinó para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad" (Ef 1:5), también dice que Dios hace todas las cosas según "el designio de su voluntad" (Ef 1:11). Dios actúa de acuerdo a su propia voluntad y no es afectado por ningún evento o circunstancia exterior, además los criterios de su actuar no son revelados a los hombres. Dios tiene misericordia de quien quiere tener misericordia, y se compadece del que quiere compadecerse (Rm 9:15). La bendición de creer en Dios y de haber sido reconciliado con él se reciben como un regalo de Dios, donde nada de nuestro ser influye de alguna manera. El ser salvo "no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia" (Rm 9:16).
A la luz de esta revelación pierden sentido razonamientos tales como: "no te preocupes, yo lo convierto", "cásate con él aunque sea inconverso, con el tiempo lo conviertes", "te explicaré de tal forma el evangelio que será imposible que no creas" o "apoyemos la exposición del evangelio con medios audiovisuales, para que a la gente le impacte más el mensaje". Todos estos razonamientos son propios de quien desconoce a Dios. Sabemos que si Dios no abre el corazón del hombre éste jamás tendrá fe salvífica, aunque se le obligara a escuchar los sermones de los hombres más reconocidos de la historia de la iglesia cristiana.
Finalmente, un primer fruto del Espíritu que demuestra Lidia es la obediencia, bautizándose inmediatamente a su conversión (Hch 16:15). Lidia mostró amor a Dios y gratitud con los hombres que le llevaron la Palabra al invitarlos encarecidamente a su hogar. Su actitud no fue mera cortesía, sino que sinceramente quería expresarles su gratitud por la Palabra de Dios, por eso fue tan insistente.
De esta manera, Lidia fue la primera convertida a Cristo en Europa por la predicación de Pablo.