Varones hermanos y padres, oíd ahora mi defensa ante vosotros.
Y al oír que les hablaba en lengua hebrea, guardaron más silencio. Y él les dijo: Yo de cierto soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel, estrictamente conforme a la ley de nuestros padres, celoso de Dios, como hoy lo sois todos vosotros. Perseguía yo este Camino hasta la muerte, prendiendo y entregando en cárceles a hombres y mujeres; como el sumo sacerdote también me es testigo, y todos los ancianos, de quienes también recibí cartas para los hermanos, y fui a Damasco para traer presos a Jerusalén también a los que estuviesen allí, para que fuesen castigados.
La vivencia de Pablo en Jerusalén da cumplimiento a la profecía que poco tiempo atrás hiciera Agabo: "Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles" (Hechos 21:11). En el pasaje que examinamos ahora se describe en detalle lo profetizado en aquel momento.
Pablo se enfrenta a una audiencia judía bastante fanática de su integridad como nación, por lo que los argumentos planteados tienen un evidente sabor a defensa cultural. Al decir de Craig Keener, "de los tres registros del llamamiento de Pablo, este es el que está diseñado claramente para una audiencia judía nacionalista" (1). Recordemos lo que decían los agitadores judaicos contra el apóstol: "Este es el hombre que por todas partes enseña a todos contra el pueblo, la ley y este lugar; y además de esto, ha metido a griegos en el templo, y ha profanado este santo lugar" (Hechos 21:18). De esta manera, los agitadores se enfrentaban principalmente a la potencial amenaza que representaba el evangelio desde un punto de vista de las tradiciones nacionales, lo cual también acarreaba una serie de cambios en la vida comunitaria, y en la vida económica, probablemente.
Pablo estaba resuelto a predicar a Cristo a los de su nación sin importar el costo que esto tuviera, esto lo había vuelto a decir recientemente en Tolemaida, después que Agabo le hubiera advertido lo que sucedería con él en Jerusalén: "¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy dispuesto no solo a ser atado, más aún a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús" (Hechos 21:13). Sin embargo, a pesar de que en una primera lectura pareciera que Pablo se dirige a Jerusalén casi en forma irreflexiva, podemos hallar en las palabras del apóstol cierta estrategia, pues el propósito cristiano no es meramente morir por Cristo, sino lograr que la audiencia pueda efectivamente escuchar el evangelio. Por esta razón, cuando el apóstol comienza su discurso lo primero que hace es enfatizar en sus raíces judaicas, su pertenencia nacional, entre otros aspectos: "Yo de cierto soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel, estrictamente conforme a la ley de nuestros padres, celoso de Dios" (Hechos 22:3). Recordemos que Pablo llegó a ser maestro de la ley siendo alumno de Gamaliel I, el famoso alumno del rabino Hillel, por lo que se convirtió en un maestro fariseo ortodoxo sin lugar a dudas. Respecto al celo por Dios, Pablo pudo buscar identificarse con Finees, quien mató por Dios (Núm 25:13). También puede haber sido una concesión a los "zelotes", grupo más extremo definidos como "celosos por Dios". Esta mención pudo haber sido atractiva para los oyentes judíos más nacionalistas (2). Con toda probabilidad esta información calmó los ánimos de muchos de los presentes en el recinto, e impidió que se gestara una escalada de violencia que pudo haber terminado con la vida de Pablo en ese mismo lugar.
El discurso continua con otro énfasis del apóstol, que tiene que ver con profundizar en su pasado como persecutor de la iglesia. Es de valor para el oyente considerar que este actual predicador de Cristo anteriormente había "asolado a la iglesia", y que entregaba a los cristianos a la muerte (Hechos 8:3, Gálatas 1:13). Esta descripción destacaba el poder del evangelio, el que lo había trasladado de ser un perseguidor a muerte del "Camino" a ser un valiente predicador de Cristo. Sólo el evangelio tiene el poder de cambiar el rumbo de la existencia del hombre muerto espiritualmente y enderezarlo en la dirección de la voluntad de Dios, se trata de un cambio del "cielo a la tierra", de "muerte a vida". En el presente todo cristiano está vivo espiritualmente, pero antes de ser regenerado por el poder de Dios el creyente igualmente estaba muerto: "Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados" (Colosenses 2:13).
Pablo vuelve a relatar su conversión
Pero aconteció que yendo yo, al llegar cerca de Damasco, como a mediodía, de repente me rodeó mucha luz del cielo; y caí al suelo, y oí una voz que me decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Yo entonces respondí: ¿Quién eres, Señor? Y me dijo: Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues. Y los que estaban conmigo vieron a la verdad la luz, y se espantaron; pero no entendieron la voz del que hablaba conmigo. Y dije: ¿Qué haré, Señor? Y el Señor me dijo: Levántate, y ve a Damasco, y allí se te dirá todo lo que está ordenado que hagas. Y como yo no veía a causa de la gloria de la luz, llevado de la mano por los que estaban conmigo, llegué a Damasco.
El apóstol Pablo vuelve a relatar su conversión, narrada por primera vez en Hechos 9. Creo que el contenido medular de este pasaje es la identificación directa del Señor Jesucristo con su pueblo, con la iglesia perseguida por los judíos. Un ataque a la Iglesia de Cristo es un afrenta directa contra el Señor mismo de la Iglesia, situación válida tanto en el tiempo de la iglesia apostólica como en nuestros días. Nótese que el Señor ya ascendido se presenta ante el apóstol como "Jesús de Nazaret", lo que evidentemente da cuenta de su pertenencia histórico-cultural. Podríamos inferir que el Señor no sólo incorpora de forma perpetua su naturaleza humana, sino que también persisten algunos rasgos particulares de su periodo de encarnación.
La luz que encegueció a Pablo es un anticipo de la gloría de Dios, la que es imposible de ser vista en toda su plenitud por un hombre sin morir en el intento. Pablo vio un mero destello de la gloria del Señor, quedando momentáneamente sin visión.
Finalmente el pasaje nos da luces respecto de la predestinación que ha hecho Dios de las obras de justicia. El Señor manda a Pablo a Damasco, donde "se te dirá todo lo que está ordenado que hagas" (Hch 22:10). Las buenas obras que el hombre desempeña de la mano del control de Dios ya han sido previamente determinadas, son una bendición para el instrumento que las ejecuta, y su valor eterno es difícilmente cuantificable en esta vida: "Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas" (Ef 2:10).
Entonces uno llamado Ananías, varón piadoso según la ley, que tenía buen testimonio de todos los judíos que allí moraban, vino a mí, y acercándose, me dijo: Hermano Saulo, recibe la vista. Y yo en aquella misma hora recobré la vista y lo miré. Y él dijo: El Dios de nuestros padres te ha escogido para que conozcas su voluntad, y veas al Justo, y oigas la voz de su boca. Porque serás testigo suyo a todos los hombres, de lo que has visto y oído. Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre.
Finalmente, Pablo recupera la visión a través de una instrucción de Ananías, varón piadoso según la ley. Sin que sea mencionada de forma explícita, el pasaje se presta para la alegoría de la visión espiritual. Pablo recupera la visión física y adquiere por primera vez la espiritual, lo que tiene por consecuencia el poder ver y oír a Dios.
En la Biblia muchas veces la ceguera física es una ilustración de la ceguera espiritual. Importante es destacar que ambos tipos de ceguera son imposibles de solucionar para el ser humano. En ambos casos debe ser Dios el que interviene sobrenaturalmente para cambiar el curso "natural" de las cosas: "El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos" (Lc 4:18). Importante mención hace el Salmo 146:8 respecto de los ciegos, vinculando temáticamente esta condición con la justicia, lo que hace improbable que la referencia sea sólo a la ceguera física: "Jehová abre los ojos a los ciegos; Jehová levanta a los caídos; Jehová ama a los justos" (Sal 146:8).
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