sábado, 3 de junio de 2023

Bosquejo 1º Pedro 1:17-25

 



1º Pedro 1:17-25


Sección I

 

17 Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación; 

 

Los cristianos nacidos de nuevo (Jn 3:3), somos llamados a ser santos (1º Pe 1:16). A su vez, somos los que invocamos a Dios en toda situación siendo oídos por él, lo cual es una bendición inmensurable. Además, Dios nos ha colmado de bendiciones espirituales (Ef 1:3), -nos ha adoptado como hijos, nos ha redimido del poder del pecado, ha anulado la condena que pesaba sobre nosotros, nos ha hecho participantes de la naturaleza divina, etc-. No obstante lo anterior, Dios sigue siendo juez de toda la humanidad (He 12:23), lo que incluye a los creyentes. Dios sigue juzgando nuestra conducta, pensamientos, habla, etc. y si bien por la gracia de Dios ya no tenemos parte en la condenación eterna, Dios nos puede disciplinar, amonestar y también probar por diversas razones. 

 

Un cristiano no debiera buscar la santidad por temor al castigo de Dios, sino por el mero hecho que ahora conocemos a Dios, y su revelación nos impulsa a vivir con temor (v. 17) en nuestra vida terrenal; "el tiempo de vuestra peregrinación" (Rm 6:22; 1º Ts 4:3;7). "La tierra no se venderá a perpetuidad, porque la tierra mía es; pues vosotros forasteros y extranjeros sois para conmigo" (Lv 25:23).


Varios son los pasajes que llaman al creyente -sí, al creyente- a tener una conducta sobria (1º Ts 5:6, Ti 2:2, 1º Pe 1:13), sabia en este mundo (Ef 5:15), a velad (Mt 24:42, 1º Co 15:34) y a cuidar la salvación (He 2:3, Fil 2:12). El Reino de Dios es como un tesoro en un campo hallado por un hombre, el cual vende todo para quedarse con el campo que contiene el tesoro (Mt 13:44). Esta parábola refiere a la importancia que debe tener la salvación que Dios nos ha dado, la que si bien es otorgada al hombre por la gracia de Dios, fue conseguida por la obra de Cristo en la cruz.

 


Sección II

 

18 sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, 19 sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, 20 ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, 21 y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios.

 

Uno de los pasajes que resume de mejor manera esa "vana manera de vivir" se encuentra en Tito 3:3: "Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros."

 

La congregación de creyentes no es un mero agregado de gente, sino que es nada más y nada menos que lo adquirido por la sangre que el Señor vertió: "Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre" (Hch 20:28). El decreto de Dios estableció el plan de redención, "antes de la fundación del mundo", y cada persona de la Trinidad juega un rol específico en su ejecución (1º Pe 1:2).

 

Como señalamos, la redención no se pagó con un metal terrenal de valor humano, sino con la vida del Hijo de Dios, simbolizada en su sangre. El valor de esta vida es infinito, por tratarse del Hijo de Dios, y por esta precisa razón su sacrificio fue capaz de pagar la sentencia asignada a nuestra transgresión contra Dios (la cual también es de valor infinito en contra nuestra).  

 

La muerte del Señor ha provisto del único pago que satisface la justicia de Dios por el pecado que cargamos. Cristo es el mediador entre un Dios santo, justo, amoroso y una humanidad caída en pecado. Es la acción de Dios en Cristo, a favor del pecador, el que le libra de la condenación eterna y le abre la entrada a los lugares celestiales. 

 

Al creer en Cristo el hombre pone su deuda en el Salvador, le imputa su sentencia de condenación eterna. Así Cristo se hace ofrenda por el pecado (2ª Cor 5:21), paga la sentencia y cancela la deuda del hombre con Dios. La justicia de Dios es satisfecha y se hace posible el perdón al ser humano, perdón que sin mediar la obra de Cristo habría transgredido la justicia de Dios. El hombre recibe este beneficio por gracia, o sea, sin apelación a méritos propios, ni siquiera a potenciales acciones que pudiera realizar. La salvación es por obras, pero la obra de Cristo.

 

El mensaje del evangelio interpela al hombre en dos direcciones, arrepentimiento y fe; “arrepentíos y creed en el evangelio” (Mr 1:15). Cristo carga los pecados de su pueblo bajo la solemne advertencia: “el que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Jn 3:36).


 

Sección III

 

22 Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; (RV 1960)

 

22 Puesto que en obediencia a la verdad habéis purificado vuestras almas para un amor sincero de hermanos, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro. (LBLA)

 

"Espero en el Señor Jesús enviaros pronto a Timoteo, para que yo también esté de buen ánimo al saber de vuestro estado; pues a ninguno tengo del mismo ánimo, y que tan sinceramente se interese por vosotros. Porque todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús." (Fil 2:19-21) 

 

Después de haber apelado al Cesar, y de su posterior travesía por el Mediterráneo, Pablo estaba en reclusión domiciliaria en Roma a la espera de ser recibido por Nerón. En este contexto escribía la carta a los Filipenses, iglesia que había fundado en su segundo viaje misionero. En su día a día Pablo recibía visitas tanto de judíos como de cristianos y les predicaba el Evangelio.

 

Pablo quería contactar a los filipenses, Timoteo fue el primer considerado en ese momento para ir a Filipo y llevar una correspondencia, lo triste es que parece ser el único idóneo. El enviado debía ser alguien con un amor sincero por los hermanos, pues el amor a Dios se debe expresar siempre en amor a los hermanos (1ª Jn 2:9), amor sin fingimiento (Rm 12:9). El Señor asigna valor a la bondad sincera, y recurrentemente expresa rechazo profundo a la hipocresía. En Mateo 23 el Señor Jesucristo es muy severo con los Fariseos, y entre las principales acusaciones destaca la hipocresía. El amor de un creyente debe brotar de un "corazón puro", sin dobles intenciones.

 

 

Sección IV

 

23 siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre. 24 Porque:

Toda carne es como hierba,

Y toda la gloria del hombre como flor de la hierba.

La hierba se seca, y la flor se cae;

25 Mas la palabra del Señor permanece para siempre.

Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada.

 

Una idea similar expresa Santiago en su carta: "Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas" (Stgo 1:18). Sólo Dios es partícipe en el nuevo nacimiento del creyente, y la manera que Él estableció es que sea el poder de su Palabra la que vivifique al ser humano muerto en delitos y pecados. De la misma manera que su Palabra hizo los cielos y la tierra, y creó la vida desde la nada, él también ha ordenado que este "nuevo nacimiento" sea impartido, gestado o generado a través de la Palabra, en particular, del evangelio que los mensajeros de Dios predican. Recordemos que el Evangelio es poder de Dios para salvación, por lo que no somos nosotros ni nuestros métodos, sino la Palabra de Dios la que tiene el poder de "revivir" a un perdido (Rm 1:16). De ahí la importancia a ser fiel a la Palabra, puesto que cualquier "creatividad" humana que intervenga en el mensaje, sólo traerá consecuencias negativas. 


"Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí" (Jn 5:39).

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