Pablo en la isla de Malta
Estando ya a salvo, supimos que la isla se llamaba Malta. Y los naturales nos trataron con no poca humanidad; porque encendiendo un fuego, nos recibieron a todos, a causa de la lluvia que caía, y del frío. Entonces, habiendo recogido Pablo algunas ramas secas, las echó al fuego; y una víbora, huyendo del calor, se le prendió en la mano. Cuando los naturales vieron la víbora colgando de su mano, se decían unos a otros: Ciertamente este hombre es homicida, a quien, escapado del mar, la justicia no deja vivir. Pero él, sacudiendo la víbora en el fuego, ningún daño padeció. Ellos estaban esperando que él se hinchase, o cayese muerto de repente; más habiendo esperado mucho, y viendo que ningún mal le venía, cambiaron de parecer y dijeron que era un dios.
En aquellos lugares había propiedades del hombre principal de la isla, llamado Publio, quien nos recibió y hospedó solícitamente tres días. Y aconteció que el padre de Publio estaba en cama, enfermo de fiebre y de disentería; y entró Pablo a verle, y después de haber orado, le impuso las manos, y le sanó. Hecho esto, también los otros que en la isla tenían enfermedades, venían, y eran sanados; los cuales también nos honraron con muchas atenciones; y cuando zarpamos, nos cargaron de las cosas necesarias.
Pablo y los sobrevivientes del naufragio recibieron una muy buena atención por parte de los habitantes nativos de la isla de Malta. La bondad de Dios permitió que la travesía marítima terminara siendo calmada mediante un fuego y alimentos. La palabra de Dios menciona la particular situación del apóstol Pablo siendo mordido con veneno mortal por una víbora mientras se calentaba en la fogata: "en clima frío algunas víboras pueden parecer ramas hasta que el calor del fuego las hace retorcerse" (1). Se esperaba su muerte, sin embargo, nada le sucedió, asombrando a los naturales de la isla. Esta situación hace a algunos recordar Marcos 16:18: "tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán".
En agradecimiento a esta muestra de "no poca humanidad" (v.1), por parte de los naturales de Malta, el apóstol Pablo hizo varias sanidades, en particular la del padre de Publio, hombre principal de la isla. También hubo muchos otros no identificados que se acercaron al apóstol y fueron sanados. Investigaciones modernas señalan que la enfermedad descrita aquí puede haber sido malaria, o alguna muy similar. Lo anterior demuestra la presencia del don de sanidad en Pablo, el cual sanaba enfermos sin condición alguna.
Pablo llega a Roma
Pasados tres meses, nos hicimos a la vela en una nave alejandrina que había invernado en la isla, la cual tenía por enseña a Cástor y Pólux. Y llegados a Siracusa, estuvimos allí tres días. De allí, costeando alrededor, llegamos a Regio; y otro día después, soplando el viento sur, llegamos al segundo día a Puteoli, donde habiendo hallado hermanos, nos rogaron que nos quedásemos con ellos siete días; y luego fuimos a Roma, de donde, oyendo de nosotros los hermanos, salieron a recibirnos hasta el Foro de Apio y las Tres Tabernas; y al verlos, Pablo dio gracias a Dios y cobró aliento. Cuando llegamos a Roma, el centurión entregó los presos al prefecto militar, pero a Pablo se le permitió vivir aparte, con un soldado que le custodiase.
El trayecto hacia Roma fue realizado en un barco de Alejandría, la ciudad de partida de esta ruta a Roma, "Los dioscuros (Cástor y Pólux, héroes gemelos, hijos de Zeus que habían sido deificados) eran considerados como protectores especiales de los barcos, a quienes uno podía clamar en una tormenta" (2). El trayecto incluyó las localidades de Siracusa, Regio, Puteoli y Roma. En Puteoli se quedaron siete días producto del amor de los creyentes. Algo similar sucedió en Roma, donde los hermanos al saber de la presencia del apóstol en el lugar, salieron a recibirlo hasta el "Foro de Apio y las Tres Tabernas", todo lo cual lo animó grandemente. Pablo no quedó recluso en una cárcel común a la espera del César, sino que se le permitió vivir aparte, en una especie de "reclusión domiciliaria", encadenado holgadamente por la muñeca a un soldado (Hch 28:20), quien sería un miembro de la guardia pretoriana, guardia personal de la elite del César en Roma, la cual consistía de nueve o doce cohortes (3).
Es de destacar el amor mostrado por los hermanos, tanto en Puteoli, como al llegar a Roma. La expresión de ellos muestra cómo aflora espontáneamente el amor de un creyente genuino al encontrarse con otro hermano en la fe, amor desencadenado en un creyente cuando constata la presencia del Espíritu Santo en otro ser humano. El caso de Lidia, en Hechos 16, es pertinente para ilustrar este punto, pues ella mostró amor a Dios y gratitud con los hombres que le llevaron la Palabra al invitarlos encarecidamente a su hogar (Hch 16:15). Su actitud no fue mera cortesía, sino que sinceramente quería expresarles su gratitud por la Palabra de Dios.
Pablo explica el por qué llegó a Roma
Aconteció que tres días después, Pablo convocó a los principales de los judíos, a los cuales, luego que estuvieron reunidos, les dijo: Yo, varones hermanos, no habiendo hecho nada contra el pueblo, ni contra las costumbres de nuestros padres, he sido entregado preso desde Jerusalén en manos de los romanos; los cuales, habiéndome examinado, me querían soltar, por no haber en mí ninguna causa de muerte. Pero oponiéndose los judíos, me vi obligado a apelar a César; no porque tenga de qué acusar a mi nación. Así que por esta causa os he llamado para veros y hablaros; porque por la esperanza de Israel estoy sujeto con esta cadena. Entonces ellos le dijeron: Nosotros ni hemos recibido de Judea cartas acerca de ti, ni ha venido alguno de los hermanos que haya denunciado o hablado algún mal de ti. Pero querríamos oír de ti lo que piensas; porque de esta secta nos es notorio que en todas partes se habla contra ella.
Ya en prisión domiciliaria Pablo convocó a los principales de los judíos, tratando la razón por la cual había llegado a aquel lugar. El designio de Dios había establecido que Pablo compareciera ante el Cesar, y por esa razón llegara a Roma. Pablo se encontraba en Cesarea, y los judíos intentaron que fuese enviado a Jerusalén para emboscarlo en el camino (Hch 25:20). Para evitar esta situación Pablo apela a Augusto, evento que no podía ser revertido.
Si bien Pablo llegó a Roma por apelar al Cesar, la razón de fondo de su presencia en la ciudad es el designio de Dios: "Así que por esta causa os he llamado para veros y hablaros; porque por la esperanza de Israel estoy sujeto a esta cadena" (Hch 28:20). El contexto da cuenta que Pablo aludía a la nación al referirse a la "esperanza de Israel". Recordemos que Pedro quedó encomendado con el evangelio a los judíos y Pablo a los gentiles, pero esto no significó la imposibilidad de presentar el mensaje de Cristo de forma cruzada. Como indica Craig Keener: "Pablo continúa enfatizando la continuidad entre el mensaje del AT y el suyo; este punto sería importante para los líderes judíos y también para los lectores romanos, quienes necesitaban entender que el movimiento cristiano estaba arraigado en una religión antigua digna de tolerancia" (4).
Los judíos en Roma querían conocer acerca del evangelio, el que describen como una "secta" (Hch 28:22). Es interesante notar que el mensaje de Cristo crucificado era notorio en el mundo conocido. Este diálogo da cuenta de las condiciones apropiadas para que Pablo expusiera el evangelio ante la audiencia de judíos y también de gentiles, su prisión domiciliaria se transformó en el mejor púlpito de predicación de la época.
Pablo predica el evangelio a los judíos en Roma
Y habiéndole señalado un día, vinieron a él muchos a la posada, a los cuales les declaraba y les testificaba el reino de Dios desde la mañana hasta la tarde, persuadiéndoles acerca de Jesús, tanto por la ley de Moisés como por los profetas. Y algunos asentían a lo que se decía, pero otros no creían. Y como no estuviesen de acuerdo entre sí, al retirarse, les dijo Pablo esta palabra: Bien habló el Espíritu Santo por medio del profeta Isaías a nuestros padres, diciendo:
Ve a este pueblo, y diles:
De oído oiréis, y no entenderéis;
Y viendo veréis, y no percibiréis;
Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado,
Y con los oídos oyeron pesadamente,
Y sus ojos han cerrado,
Para que no vean con los ojos,
Y oigan con los oídos,
Y entiendan de corazón,
Y se conviertan,
Y yo los sane.
Sabed, pues, que a los gentiles es enviada esta salvación de Dios; y ellos oirán. Y cuando hubo dicho esto, los judíos se fueron, teniendo gran discusión entre sí.
Y Pablo permaneció dos años enteros en una casa alquilada, y recibía a todos los que a él venían, predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento.
Finalmente, el apóstol dedicó su tiempo de prisión en la actividad central de todo cristiano: predicar el evangelio. La mención del versículo 23, "persuadiéndoles acerca de Jesús, tanto por la ley de Moisés como por los profetas", sugiere que su audiencia era principalmente judía. Cuando Pablo predicaba a sus connacionales, el mensaje solía comenzar con los patriarcas o con Moisés, en cambio, cuando su audiencia era gentil, su predicación comenzaba presentando a Dios como el creador de los cielos y de la tierra. Recordemos las palabras con las que Pablo comienza su mensaje ante sus contendores atenienses: "El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas" (Hch 17:24-25).
Los visitantes del apóstol no eran sólo judíos inquisidores de su fe, sino que también la iglesia cristiana en Roma estuvo presente con él. Recordemos la reflexión de Pablo al momento de decidir quién llevaría la correspondencia a la iglesia de Filipo: "Espero en el Señor Jesús enviaros pronto a Timoteo, para que yo también esté de buen ánimo al saber de vuestro estado; pues a ninguno tengo del mismo ánimo, y que tan sinceramente se interese por vosotros. Porque todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús" (Fil. 2:19-21). Pablo pensaba en enviar a Timoteo a Filipo con la misión de llevar la carta, ya que según su opinión, las personas que lo rodeaban en la prisión en Roma (lugar donde escribió las "epístolas de la prisión", entre otras, Filipenses), no tenían ni el ánimo ni el interés sincero en los filipenses que sí tenía Timoteo. Lo anterior indica la existencia de un grupo de cristianos, tal vez no muy maduros aún.
De esta manera, Pablo era visitado tanto por judíos como por la iglesia de Cristo presente en Roma. El versículo 24 señala explícitamente que algunos "asentían lo que decía", mientras otros "no creían". Podríamos suponer que los que "asentían" eran convertidos a Cristo mientras los otros definitivamente no. El contexto del pasaje de Isaías citado por el apóstol (v. 26 y v. 27) refuerza la idea que los visitantes que rechazaron el evangelio eran principalmente judíos.
El Señor es el que cierra el corazón del hombre, y también es el que lo abre para vida eterna. Recordemos nuevamente el ejemplo de Lidia, en el contexto de la visita de Pablo a Filipos en su segundo viaje, donde se dice que mientras ella escuchaba las palabras de Pablo: “el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía” (Hch 16:14). De este pasaje se desprenden dos cosas; cualquier persona necesita que Dios le abra el corazón para comprender el mensaje del evangelio, para ser capaz de "oír" la Palabra de Dios: "Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios" (Rm 10:17). También se infiere que Dios no siempre abre el corazón de los hombres, por lo que la predicación del evangelio no garantiza salvación en los oyentes, al contrario, la gran mayoría se mantendrá en su condición de muerte espiritual (Ef 2:1). La situación normal del ser humano ante el evangelio es de oscuridad producto de un enceguecimiento diabólico: "en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios" (2 Co 4:4). En resumidas cuentas, Dios es soberano en toda la obra de salvación del hombre, permitiendo o no que éste comprenda la luz del evangelio de Cristo.
A estas alturas habían muchísimos creyentes gentiles, los que hacían visible el anterior "misterio de Dios" de ampliar su pueblo de una nación específica a una multitud de naciones y culturas sobre la tierra, personas injertadas en el pueblo de Dios -inicialmente étnico- a través de los siglos (Rm 11:17). Hechos describe ampliamente esta apertura con la revelación que Dios le dio a Pedro en su episodio con Cornelio: "Entonces Pedro, abriendo la boca, dijo: En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia" (Hch 10:34-35). Como indica el versículo 29, el ingreso de gentiles a la salvación seguía siendo resistido por el judaísmo.
Si bien el libro de Hechos termina con el apóstol Pablo prisionero durante dos años, las palabras finales son de bendición y motivación para los cristianos de todas las épocas. Una situación adversa, como la privación de libertad, se transforma en una bendición para alguien que busca glorificar el nombre de Cristo; Pablo se dedicó a predicar el Reino de Dios y a enseñar sobre Cristo durante todo este tiempo, no perdió minuto alguno en reclamar por su situación injusta, sino que se dedicó a lo único de valor eterno: engrandecer el nombre de Cristo.
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