miércoles, 31 de enero de 2024

Legalismo

 


Reflexionando sobre legalismo

 

La palabra "legalismo" ha sido un clásico insulto otorgado a los hermanos que buscan un estándar de conducta más estricto en las congregaciones. Normalmente los que propinan este calificativo son miembros "sofocados" por lo que ellos llaman prohibiciones a su libertad. Creo que esta situación muchas veces es injusta para los hermanos más estrictos. Vamos a intentar una pequeña reflexión sobre el legalismo, concepto que tiene algunas dimensiones que lo complejizan.

 

Un primer elemento del "legalismo", quizá el básico, es el que refiere a alguien que vive la religión obedeciendo normas que no han sido establecidas por Dios en la Biblia, sino que se han agregado a la fe por la tradición o dictámenes de hombres. El legalista, en este sentido, sería el hombre que obedece estrictamente estas reglas buscando un beneficio sin perder el prestigio del contexto religioso. Esta situación fue denunciada por el Señor cuando le señaló a los fariseos y escribas: "Pero vosotros decís: Basta que diga un hombre al padre o a la madre: Es Corbán (que quiere decir, mi ofrenda a Dios) todo aquello con que pudiera ayudarte, y no le dejáis hacer más por su padre o por su madre, invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido. Y muchas cosas hacéis semejantes a estas." (Mr 7:11-13). El apóstol Pablo también se refiere a esto cuando le expresa a los colosenses: "Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con el uso? Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne" (Col 2:20-23).

 

Un segundo elemento del "legalismo" consiste en creer que la observancia de reglas de conducta, tanto bíblicas como no bíblicas, constituye un "mecanismo" de justificación del hombre para con Dios. De esta manera, el legalismo transgrede el corazón del evangelio y se constituye en una conducta herética. Este caso es claramente tratado por el apóstol Pablo: "¡Oh gálatas insensatos! ¿quién os fascinó para no obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado? Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe? ¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne? ¿Tantas cosas habéis padecido en vano? si es que realmente fue en vano. Aquel, pues, que os suministra el Espíritu, y hace maravillas entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley, o por el oír con fe?" (Gal 3:1-5)

 

Un tercer caso de legalismo -mucho más sutil que los anteriores- corresponde al hombre que observa estrictamente la norma bíblica, pero su corazón está muy lejos de Dios, o sea, cumple con la ley sólo para imaginar que será recompensado por dicha obediencia. No hay una verdadera fe, no hay interés en conocer al Dios verdadero, sólo está el deseo de observar una norma y ser visto por los demás como alguien religioso. Un buen ejemplo de este caso es la exhortación del Señor Jesucristo contra el adulterio, en el sermón del monte (Mt 5:27-32), donde los aludidos, si bien no tenían relaciones sexuales ilícitas concretas, carecían de un "limpio corazón" (Mt 5:8).

 

Siguiendo en el Sermón del Monte, tanto la enseñanza del Señor sobre el adulterio, como sobre el falso juramento (Mt 5:33-37), sobre la venganza (Mt 5:38-42) o sobre el verdadero amor y su recompensa (Mt 5:43-48), corresponden a distintas maneras en que la Palabra de Dios nos llama a que nuestra conducta y modo de pensar sean producto de un corazón genuinamente transformado, que hace la voluntad de Dios tanto en lo público como en lo privado, o sea, con integridad, que agrada al Señor yendo al fondo de la ley: "amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mc. 12:31). 

 

De esta manera, de nada sirve agregar normativas a la vida cristiana, en especial si estas nunca fueron prescritas por Dios a través de su Palabra. Peor aún es poner la fe y confianza en ellas para salvación. Ambas expresiones de legalismo son relativamente sencillas de detectar. Sin embargo, la costumbre de observar preceptos bíblicos sólo para tener una reputación de religioso, o sólo "por cumplir", es la forma más peligrosa de legalismo en nuestros días. La vida cristiana que honra al Señor no se vive pensando en el qué dirán, sino en la convicción profunda de agradar al Dios que está detrás de la norma.

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