jueves, 29 de febrero de 2024

El Evangelio o las cosas de los hombres



Cuando el Señor Jesucristo adelantó a sus discípulos que sería crucificado y que resucitaría al tercer día, Pedro le respondió de una particular manera: "Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca" (Mt 16:22). Ante esta afirmación el Señor responde: "¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres" (Mt 16:23).

 

Tenemos que aceptar que "las cosas de los hombres" y "las cosas que hay en el mundo" (1º Jn 2:15) nos atraen naturalmente. "Las cosas de los hombres" se oponen a lo espiritual, sólo buscan el bienestar temporal de los mismos. Las cosas del mundo, por otro lado, despiertan los apetitos de la carne y su atractivo muchas veces nubla nuestra mente. ¿Cuántas veces hemos actuado con insensatez por conseguir algo que entrando por la vista se nos ha fijado en la cabeza? 

 

Las cosas de los hombres -o de este mundo- tienen un valor simbólico asociado, el que muchas veces importa más que el práctico. Por ejemplo, un reloj costoso transmite más significados que su mero valor práctico de dar la hora, lo mismo que un auto lujoso. Las cosas de este mundo -hechas para los hombres- sean bienes, objetos suntuarios, membresías, apariencias, etc. construyen reputación social, o sea, el grado de prestigio que los demás nos asignan. Por esta razón nos importa tanto saber que piensan los demás de nosotros. Este deseo de ser valorados, queridos, admirados permea prácticamente toda nuestra vida, y aspectos que no son malos en si mismos, como los estudios, el trabajo, el matrimonio, los hijos, la vivienda, las vacaciones, el poder adquisitivo, la apariencia física, entre otras, se convierten en "cosas de este mundo", con sentido pecaminoso, cuando se transforman en una métrica de quienes somos, de lo que hemos logrado, de nuestro prestigio social. 


La buena noticia es que el evangelio puede romper con esta valoración mundana. El hijo de Dios comienza a triunfar en su vida cristiana cuando -en relación al conocimiento de Cristo- pondera como basura o estiércol las "todas las cosas". Como escribió el apóstol Pablo: "Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo" (Fil 3:8).

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