sábado, 24 de octubre de 2020

Estudio capítulo 9 de Hechos



La conversión de Pablo

 

El capítulo comienza describiendo a Pablo antes de encontrarse con el Salvador “respiraba amenazas y muerte contra los discípulos del Señor” y se esforzaba en cazar a los cristianos en Damasco para llevarlos presos a Jerusalén (Hch 9:1). Era público y conocido su actuar, Ananías conversando con Dios le dice respecto de Pablo “cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén” (Hch 9:13). 

 

Uno de los más fieros perseguidores de la iglesia de Cristo fue escogido por Dios para llevar a cabo una tarea, servir como “instrumento escogido” de Dios para difundir el Evangelio a gentiles, reyes y también entre los hijos de Israel. ¿Por qué razón escogió Dios a Pablo? Esa respuesta no la encontraremos en la Biblia y ninguna conjetura que busque una razón de la elección de Pablo o de cualquier cristiano será satisfactoria, de hecho, si hubiera algún atributo destacable en el ser humano que lo hiciera propicio a la elección de Dios, no estaríamos hablando de gracia. Lo cierto es que Pablo, antes y después de su conversión, fue un hombre fiel a sus convicciones, fariseo estrictamente observante, en cuanto a la justicia que es por la ley, irreprensible (Fil 3:6) y como el cristianismo constituía una gran amenaza al judaísmo, Pablo también fue un gran perseguidor de la iglesia (Fil 3:6). De lo anterior se desprende un rasgo característico del futuro apóstol, su indiscutible valentía. En efecto, después de su encuentro con Cristo, luego de reponerse de su ceguera temporal “En seguida predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios” (Hch 9:29).

 

¿Cómo llegó el Señor al encuentro de Pablo? La historia es bien conocida. El Señor le habla a Pablo diciéndole “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ... Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón” (Hch 9:4-5). El aguijón correspondía a una especie de pala o de vara que se usaba para espolear el ganado, de esta manera Dios le decía a Pablo que su ataque a la iglesia era contra Dios mismo, lo que es equivalente a hacerse daño sin propósito alguno. Luego el Señor le instruye a trasladarse de ciudad, donde se le diría lo que debía hacer. Este resplandor desde el cielo cegó a Pablo, por lo que tuvo que ser conducido a Damasco con ayuda de los hombres que estaban con él. 

 

Para remediar esta ceguera momentánea Dios envía a un discípulo llamado Ananías al lugar donde se hallaba Pablo, con la instrucción de ponerle “las manos encima para que recobre la vista” (Hch 9:12). Saulo de Tarso no sólo recupera la vista física, sino que también recibe vista espiritual, abriendo su entendimiento para que pueda resplandecer la luz del evangelio de la gloria de Cristo en su corazón, el cual es la imagen de Dios (2º Co 4:4). De esta manera, el resplandor de la gloria de Cristo elimina la ceguera espiritual del hombre.

 

Pablo era un instrumento escogido de Dios, y como sabemos, Dios no se tomó la molestia de indicarnos la razón de su elección. Además, tan importante como saber que Dios escogió a Pablo como instrumento es la declaración que le sigue: “porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre” (Hch 9:16). El padecimiento por causa de Cristo no constituye algo extraño a la fe, más bien hay muchos pasajes en las Escrituras que establecen una íntima conexión entre los padecimientos y el gozo del reino de Dios. El apóstol Pedro sintió gozo al ser tenido digno de padecer por causa del nombre (Hch 5:41), en su primera carta a los cristianos que están sufriendo la persecución los alienta diciéndoles “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría” (1 Pe 4:12-13). El mismo el apóstol Pablo, en referencia a las tribulaciones, dice: “A fin de que nadie se inquiete por estas tribulaciones; porque vosotros mismos sabéis que para esto estamos puestos” (1º Ts 3:3).

 

Ananías obedece al Señor, pone sus manos sobre Pablo y él recupera su visión “Y al momento le cayeron de los ojos como escamas, y recibió al instante la vista; y levantándose, fue bautizado” (Hch 9:18). Posterior a su bautismo, Pablo compartió algunos días con los discípulos que estaban en Damasco.

 

Como mencionábamos, días después de su conversión Pablo ya estaba predicando en las Sinagogas, diciendo que Cristo era el Hijo de Dios. Muchos al ver a Pablo sostener un nuevo discurso dudaban de la veracidad de su fe, pero este escepticismo de parte de sus oyentes lo impulsaba a esforzarse cada vez más por demostrar la verdad sobre el Señor.

 

La conversión de Pablo a Cristo sucedió de forma instantánea, abrupta. Creo que no hay razón para pensar que esta situación sea un caso particular, más bien todos los personajes mencionados en el libro de Hechos experimentaron una conversión del mismo tipo, radical. Los protagonistas de conductas abiertamente desviadas han sido sujetos de dudosa regeneración, como Ananías y Safira, o de clara inconversión, como Simón el mago.

 

Pablo escapa de los judíos y retorna a Jerusalén

 

“Pasados muchos días..” (Hch 9:23), en este punto histórico debería insertarse la visita de Pablo a Arabia, o sea, el periodo mencionado en Gálatas 1:17-18 (1). Una posible línea de tiempo establece la conversión de Pablo rumbo a Damasco en el año 35 D.C. para trasladarse posteriormente a Arabia hasta el año 38 D.C. desde donde escapa para llegar a Jerusalén. En la segunda carta a los Corintios se describe el escape de Pablo en un canasto, saliendo por una ventana, escapando de la mano de los judíos que habían resuelto en consejo matarle (2 Co 11:33).

 

En Jerusalén no todos le creían a Pablo ser un auténtico cristiano, y claro está, Pablo fue un duro perseguidor de la iglesia, por lo que la duda de los discípulos era legítima y debía ser resuelta de alguna manera. Bernabé, que anteriormente había aparecido entregando el valor de su heredad a la comunidad cristiana naciente (Hch 4:36), intervino en defensa de Pablo y contó “cómo Saulo … en Damasco había hablado valerosamente en el nombre de Jesús” (Hch 9:27). Como vimos más atrás, la valentía fue un atributo característico de Pablo y no disminuyó después de haber conocido al Salvador. En Jerusalén Pablo “hablaba denodadamente en el nombre del Señor, y disputaba con los griegos; pero éstos procuraban matarle” (Hch 9:29). Pablo había adquirido el mismo denuedo que previamente habían mostrado los apóstoles en Jerusalén, y por el cual oraban fervientemente (Hch 4:29), este valor procedía del Espíritu de Dios.

 

Importante hacer el punto respecto del valor. Es de notar que la “prueba” de la fe de Pablo que esgrime Bernabé es el denuedo en predicar a Cristo, su valentía. Al parecer este argumento fue una evidencia irrefutable de la fe genuina del apóstol, que disipaba toda duda. La valentía puesta al servicio de la causa de Cristo, el denuedo de predicar la Palabra de Dios estando bajo amenaza de muerte, fueron razones suficientes para convencer a los que dudaban.

 

Milagros de Pedro

 

Repentinamente la narrativa de este capítulo cambia a la localidad de Lida, donde el apóstol Pedro continúa realizando prodigios y señales. El apóstol fue a visitar a los cristianos de ese lugar, sanando a un paralítico llamado Eneas, lo que sirvió de señal a muchos que se conviertieron al Señor (Hch 9:35).

 

Otro milagro sucedió en Jope, localidad cercana a Lida. Una discípula llamada Tabita en arameo, o Dorcas en griego, y que abundaba en buenas obras murió. Por razón de este fallecimiento Pedro acude al lugar y pronuncia las siguientes palabras “Tabita, levántate. Y ella abrió los ojos, y al ver a Pedro, se incorporó” (Hch 9:40). La resurección de Tabita se hace notoria en toda Jope, “y muchos creyeron en el Señor” (Hch 9:42). Es de notar que en ambos milagros se observa la misma consecuencia, muchas personas creyeron en Cristo.

 

 

 

 



(1) Extraído de comentario en La Biblia de las Américas, Biblia de Estudio, The Lockman Foundation, USA, 2000.

sábado, 10 de octubre de 2020

Estudio capítulo 8 de Hechos



Pablo asola a la Iglesia

 

Después de la terrible muerte de Esteban narrada en el capítulo anterior se desató una gran persecución contra la iglesia. Esto llevó a los discípulos y demás seguidores a repartirse por Judea y Samaria (Hch 1:8), mientras los apóstoles permanecieron en Jerusalén.

 

Se destaca la lamentable participación de Saulo, tanto en la muerte de Esteban como en la persecución a la iglesia “Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel” (Hch 8:3). Esta información permite ponderar el poder regenerador de Dios, convirtiendo a un duro enemigo del cuerpo de Cristo en probablemente su más grande testigo. Si bien Pablo siempre será reconocido por su apostolado, él mismo no pudo dejar de recordar sus acciones pasadas, previas a su encuentro con el Salvador, las que le sirven de barrera de contención ante cualquier brote de orgullo humano “habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; mas fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad” (1º Tm 1:13). Esta información contribuye a que la gloria debida a las proezas apostólicas sea dirigida a Dios y no a hombres caídos.

 

La persecución apresuró a la iglesia a anunciar el evangelio en otras localidades. En este contexto Felipe  -uno de los siete servidores del capítulo 6- predicaba a Cristo camino a Samaria, mientras la gente lo escuchaba animadamente. En este periodo la predicación se caracterizaba por ir acompañada de abundantes señales, las que favorecían a los oyentes “Porque de muchos que tenían espíritus inmundos, salían éstos dando grandes voces; y muchos paralíticos y cojos eran sanados” (Hch 8:7). Estas señales autenticaban tanto a los portadores como al mensaje mismo del evangelio, pues los oyentes forzadamente debían reconocer que los milagros ocurridos no eran obra de hombres.

 

El caso de Simón el mago

 

Sin embargo, este componente más “sensorial” o “espectacular” de las señales pronto se prestó para un mal uso. Un sujeto llamado Simón, de actividad mago, quedó muy impresionado con el poder desplegado a través de las señales y milagros que hacía Felipe, por lo que quiso unirse al grupo de discípulos buscando tener ese mismo poder “También creyó Simón mismo, y habiéndose bautizado, estaba siempre con Felipe; y viendo las señales y grandes milagros que se hacían, estaba atónito” (Hch 8:13). Simón era mago, y los sucesos relacionados al accionar del Espíritu Santo los siguió interpretando desde su actividad, por eso se sorprendió con el poder desplegado por Felipe.

 

La fe y bautismo de Simón siempre han sido objeto de controversias, el versículo antes citado da a entender que Simón efectivamente llegó a la fe. Entre los que apoyan este punto de vista se cuenta al mismo Juan Calvino, que leía este pasaje entendiendo Hechos 8:24 como la expresión de un creyente con un arrepentimiento genuino. Sin embargo, personalmente adhiero a la perspectiva opuesta, la que ve en Simón a una persona que sólo recibe la palabra, pero que no echa raíces ni menos genera fruto. Correspondería a los casos de las semillas sembradas en terrenos estériles de la parábola del sembrador (Mt 13:18-23).

 

Simón observa que el don del Espíritu Santo se recibía por imposición de manos [1] y apresurándose quiso disponer de este poder pagando una suma de dinero. Lógicamente que su corazón no buscaba el sello o garantía de salvación, ni tampoco la persona divina que guiara su vida espiritual, Simón simplemente buscó mejorar el poder para su espectáculo. El apóstol Pedro -que había llegado a Samaria al saber de la obra evangelistica de Felipe- inmediatamente se dio cuenta que Simón no tenía un corazón transformado, y que motivaciones pecaminosas gobernaban completamente su voluntad. Pedro no tiene dudas y le dice directamente a Simón:

 

“Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero. No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizá te sea perdonado el pensamiento de tu corazón; porque en hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás” (Hch 8:20-23).

 

Superado este triste e incómodo momento, los apóstoles continuan anunciando el evangelio entre las poblaciones de samaritanos, siendo testigos del Señor Jesucristo en zonas gradualmente más alejadas de Jerusalén, tal como el Señor lo adelantó en Hechos 1.

 

Felipe y el etíope

 

La historia de Felipe y el etíope muestra varios aspectos de la forma en que Dios actúa para llevar el evangelio a los seres humanos. De partida, a través de un ángel Dios envía a Felipe al camino que va desde Jerusalén a Gaza, porque justamente en esa dirección Felipe se cruzaría con alguien de mucho interés para Dios. Este hombre era funcionario de Candace, la reina de Etiopía, de un rango importante. Además, era un varón “temeroso de Dios”, o sea, un creyente en el Dios hebreo que no adoptaba los elementos culturales de Israel. Cuando el creyente en el Dios bíblico adoptaba las pautas culturales judías se le llamaba “prosélito”.

 

La historia de Felipe y el eunuco es bastante conocida (Hch 8:26-40), el funcionario iba en su carro con dirección a Jerusalén mientras leía al profeta Isaías. Felipe, guiado por el Espíritu Santo, se cruza con el funcionario y le pregunta si comprende lo que estaba leyendo, el eunuco le responde negativamente pidiendo la ayuda de un maestro. Felipe aprovecha la situación para guiarlo al Señor Jesucristo desde el texto de Isaías. Finalmente, el eunuco cree en el Señor y es bautizado, prosiguiendo gozoso su camino (Hch 8:39).

 

Este episodio es muy interesante por varios motivos. En primer lugar, Dios soberanamente lleva a cabo su plan dentro del "mundo de de la vida" de los hombres sin distorsionar ese marco de existencia. La voluntad de Dios se va implementando invisiblemente a través de las circunstancias humanas, lo que resulta en algo bueno para el hombre desde la perspectiva de Dios (Gn 50:20, Rm 8:28). En el versículo 26 un ángel le comunica una instrucción a Felipe, mientras que en el versículo 29 es el mismo Espíritu Santo el que le dice “Acércate y júntate a ese carro”. Está claro que Dios no necesitaba poner un ángel en ese lugar para comunicar, ni tampoco le era necesario dar una instrucción audible, Dios podía hacer que los eventos sucedieran automáticamente de acuerdo a su voluntad, pero al parecer ese no es siempre su modo de proceder.

 

En segundo lugar, observamos la centralidad de la Palabra de Dios en el ministerio del evangelio “Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús” (Hch 8:35). Hemos visto que tanto la predicación de Pedro como la de Esteban tienen siempre su base de sustentación en pasajes del Antiguo Testamento (Lc 24:27), pues la Escritura tiene como propósito revelar al Hijo de Dios. Este varón “temeroso de Dios” leía diligentemente al profeta Isaías (53:7-8) no entendiendo a quién referían las palabras citadas por el profeta. Tristemente, la ceguera espiritual impide hallar al Señor en la Biblia misma, por lo que incluso en la actualidad muchos siguen teniendo problemas con la referencia de este pasaje específico, prefiriendo ver en él una expresión del dolor de la nación de Israel. Es de notar que el Espíritu Santo es el que guía al ser humano a entender el significado que él mismo le imprimió a la Palabra de Dios, y para esta labor el Señor utiliza varias metodologías; en algunos casos ilumina en forma directa, sobrenatural, mientras que en otros dispone de algún miembro del cuerpo celestial para la función docente.

 

Finalmente, Felipe continua anunciando el evangelio en varias ciudades, hasta Cesaréa. Notamos que el evangelismo es una labor constante, de actividad continuada, sin descanso. Por otro lado, el eunuco quedó muy feliz después de haber sido bautizado, “Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe; y el eunuco no le vio más, y siguió gozoso su camino” (Hch 8:39).

 

 

 

 

 

 

 

[1] Un tema controversial se presenta en el versículo 16, donde se revela un desfase entre el momento de creer en el Señor y la recepción del Espíritu Santo. John MacArthur, en su biblia de estudio, explica esta situación de la siguiente manera: “se trataba de un periodo de transición en el cual era necesaria la confirmación de los apóstoles a fin de integrar un nuevo grupo de personas a la iglesia. Debido a la enemistad que existía entre judíos y samaritanos, era indispensable que aquellos recibieran al Espíritu en presencia de los líderes de la iglesia de Jerusalén, lo cual aseguraría la unidad de la iglesia. El retraso también ponía en evidencia la necesidad que tenían los samaritanos de someterse a la autoridad apostólica”.

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