martes, 16 de febrero de 2021

Hechos 15: El Concilio en Jerusalén (Hechos 15:1-34)


Judaizantes en Antioquía

 

¿Qué dio lugar al concilio en Jerusalén? la presencia de personas con enseñanzas judaizantes en la iglesia de Antioquía. Se trató de algo muy serio, pues los judaizantes modificaban la  doctrina de salvación por la sola gracia de Cristo diciendo “Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos” (Hch 15:1). Por tanto, para la salvación del hombre no bastaba la fe en Jesús, sino que era necesario participar del ritual ceremonial hebreo y también de guardar todas las disposiciones de la ley. Parece obvio que las ideas judaizantes provenían de Judea, en particular de la secta de los fariseos.

 

Este brote de cizaña doctrinal fue duramente enfrentado por Pablo y Bernabé. Sin embargo, se necesitó recurrir a la iglesia de Jerusalén para zanjar definitivamente el tema, lo que da cuenta del poder de la facción judía al interior de la congregación. Es de notar que una desviación doctrinal de esta envergadura no pudiera ser resuelta en Antioquía ¿Esto se podría interpretar como confusión o debilidad doctrinal del periodo? ¿no estaban seguros de la impertinencia de guardar los ritos de Moisés para salvación? Se estima que el concilio sucedió en el 48 D.C. tiempo en que al menos el apóstol Pablo no había dejado por escrito ningún documento con autoridad doctrinal.

 

Para resolver esta controversia, la iglesia de Antioquía envía a Pablo, Bernabé y a otros hermanos más a Jerusalén. En el camino tuvieron que pasar por Samaria y Fenicia, lugares donde pudieron contar las maravillas que Dios había obrado a través de ellos, trayendo salvación a los gentiles que oyeron el evangelio en el contexto del primer viaje misionero. Es de notar la reacción de las congregaciones ante los hechos narrados por Pablo y Bernabé, pues “causaban gran gozo a todos los hermanos” (Hch 15:3). Esa es la reacción natural de todo creyente al conocer sobre el avance del reino de Dios, no importando la pertenencia étnica, social o cultural de los beneficiados.

 

La iglesia en Jerusalén contaba con los apóstoles en ejercicio (o con algunos de ellos al menos), por lo que tenía la autoridad para poner un punto final a la controversia. De esta manera, al recurrir a los hermanos en Jerusalén se evitaba una potencial división de la congregación en Antioquía, y también se zanjaba, al menos temporalmente, un asunto que corrompía la sana doctrina. 

 

Judaizantes en Jerusalén

 

La iglesia en Jerusalén recibió con el debido amor a la comitiva desde Antioquía. Es de notar que si bien la razón de la visita a Jerusalén era el tema judaizante, Pablo y Bernabé acotaron su discurso a exponer lo realizado en el contexto del primer viaje misionero, en las iglesias de la zona sur de Galacia, sin intervenir directamente sobre el tema que dio origen al concilio. Al parecer eso estaba reservado a las autoridades de la iglesia en Jerusalén.

 

El versículo 5 da cuenta del grupo que probablemente originaba y exportaba estas enseñanzas judaizantes: los fariseos. Es de notar que el texto los describe como creyentes “Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían creído, se levantaron diciendo: Es necesario circuncidarlos, y mandarles que guarden la ley de Moisés” (Hch 15:5). En este tiempo habían dos grandes tradiciones rabínicas farisaicas, la escuela conservadora de Shammai que prevalecía en este tiempo y la escuela de Hillel, que predominó tiempo después y que promovía un trato más comprensivo hacia los gentiles. La escuela de Shammai, por ejemplo, consideraba que las señales o testimonios, como el de Pedro en Hch 11:12 o Hch 15:8, no eran suficientes si contradecían las interpretaciones tradicionales de la ley (1).

 

El concilio procedió a desarrollarse con la presencia de Pablo, Bernabé y algunos hermanos desde Antioquía y con los apóstoles y ancianos de la iglesia de Jerusalén. A modo personal, me llama la atención el poco protagonismo concedido por Lucas a los apóstoles en términos individuales, tal vez no estaban presentes todos en aquel momento. Tampoco parece evidente la existencia de una jerarquización muy marcada entre los apóstoles y los ancianos de la congregación de Jerusalén.

 

Intervención de Pedro

 

El concilio comenzó con mucha discusión. Asumo que la defensa de la permanencia de los ritos de Moisés para salvación provenía sólo del grupo de los fariseos creyentes (v. 5). El apóstol Pedro, un primus inter pares, desarrolla un breve pero contundente discurso que considera su propio ministerio de predicación desde hace más de 15 años, y en especial su encuentro con Cornelio, sucedido aproximadamente 10 años antes del presente concilio. El argumento de Pedro se centra en que Dios ha impartido tanto a judíos como a gentiles el mismo Espíritu Santo, sin ninguna diferencia, “purificando por la fe sus corazones” (Hch 15:9). Pedro interpela a sus contrincantes con la siguiente pregunta: “¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar?” (Hch 15:10). La versión NVI traduce la expresión “tentáis a Dios” de la RV60 como “tratar de provocar a Dios”. 

 

La apelación de Pedro a la gracia del Señor Jesús para salvación es algo que siempre estuvo presente en la predicación del apóstol. Además, el ya había declarado explícitamente la suficiencia de Jesucristo para salvación (Hch 4:12, 5:31-32, 10:36;43). Recordemos el episodio de Pedro y la visión del lienzo, revelación a través de la cual Dios esclarece la participación de los gentiles en el Reino de Dios. El capítulo 11 de Hechos narra la presentación que hace Pedro sobre la visión en cuestión a la iglesia de Jerusalén, la que establece claramente la posibilidad de incorporación de los gentiles al reino de Dios en igualdad de condiciones.

 

Después de la intervención del apóstol principal, Bernabé y Pablo vuelven a narrar los sucesos de su primer viaje misionero “Entonces toda la multitud calló, y oyeron a Bernabé y a Pablo, que contaban cuán grandes señales y maravillas había hecho Dios por medio de ellos entre los gentiles” (Hch 15:12). Esta participación se relaciona indirectamente con el tema que acababa de tratar Pedro, pues la misión realizada en las iglesias del sur de Galacia tuvo principalmente una audiencia gentil, y nunca se exigió el cumplimiento de las disposiciones de la ley moisaica como obligación cristiana.

 

Intervención de Jacobo

 

Posterior a la intervención de Pedro, toma la palabra Jacobo, el hermano del Señor Jesucristo, un hombre que al decir de F.F. Bruce, tenía el “respeto y la confianza de todos, se trataba de una especie de presidente del grupo de ancianos de la iglesia de Jerusalén” (2).

 

Jacobo comienza con la “paradoja del pueblo de Israel”; el pueblo que siempre hizo incapié en su diferenciación con las demás naciones gentiles, también surgió de grupos humanos gentiles (Hch 15:14). Acto seguido, Jacobo cita al profeta Amós con la intención de certificar la presencia de los gentiles en el plan de Dios. La cita es de Amós 9:11-12, pero no es exacta respecto de lo que expresa el texto masorético (que es la fuente de nuestras Biblias actuales). La cita es más cercana a la LXX (Septuaginta), pero tampoco es exactamente igual. Según F.F. Bruce, el texto que registra Lucas se trataría de una “espiritualización” del pasaje por parte de Jacobo, queriendo expresar lo siguiente: “Dios restaurará las fortunas caídas de la casa real de David, para que reine sobre todo el territorio que alguna vez estuvo incluido en el imperio de David, no solamente lo que queda de los edomitas, sino también todas las naciones que son llamadas por mi nombre”. En esta lectura, el tabernáculo de David corresponde a la iglesia del Mesías, la que ganará la posesión de todas las naciones que son llamadas por el nombre del Dios de Israel (3).    

 

En el contexto del pasaje hace sentido la espiritualización de la reedificación del tabernáculo de David, caído y decadente por siglos, identificándolo con la naciente iglesia cristiana apostólica, la que ha estado predicando el evangelio valientemente desde que el Señor Jesucristo ascendió. Justamente en el periodo en que se desarrolló el concilio se registraba una masiva conversión de gentiles, situación que causó los problemas que dieron origen al concilio mismo. Las palabras de Cristo “me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hch 1:18) eran ya una profecía de firme cumplimiento, lo que sintoniza plenamente con la cita del profeta Amós del versículo 17 “Para que el resto de los hombres busque al Señor, Y todos los gentiles, sobre los cuales es invocado mi nombre”.

 

Por otro lado, una lectura literal de esta cita del profeta de Amós nos lleva a esperar en un futuro reino milenial el cumplimiento de la reedificación del tabernáculo de David, tiempo en que los hombres buscarán al Señor en torno a esta edificación. El pastor MacArthur señala al respecto: “El pasaje de Amós citado describe claramente que quienes estén fuera de la comunidad del pacto de Israel reciben salvación, sin mencionar que primero deban convertirse en prosélitos judíos”. En esta interpretación, la cita de Amós por un lado espera un cumplimiento futuro, pero por otro está indicando que los gentiles no requieren convertirse en judíos desde un punto de vista étnico o cultural, sino que es sólo la fe la que distingue al hombre que invoca el nombre de Dios (4).

 

Conclusión del concilio

 

La primera conclusión del concilio es que los gentiles no deben hacerse prosélitos del judaísmo para alcanzar salvación, puesto que ésta es completamente por gracia por medio de la fe en Jesucristo y no requiere de algo adicional. Ahora bien, la creciente cantidad de gentiles en medio de judíos creyentes estaba generando problemas prácticos al interior de la congregación, por ejemplo, se hacía dificil la mesa de comunión entre judíos celosos de sus disposiciones alimentarias levíticas y los gentiles, los cuales no tenían ningún tipo de restricción. Por otro lado, tampoco se veía con buenos ojos que miembros formados de por vida en la tradición judía cambiaran de un día para otro sus costumbres influidos por la libertad que traía aparejada la conversión gentil. Se temía la “pérdida” de las tradiciones hebreas por una iglesia cada vez más gentil y menos judía. 

 

Por estas razones se decretaron unos “mínimos” de cumplimiento en áreas claves, los cuales buscaron ordenar la interacción entre ambos grupos de hermanos. Se establecieron cuatro prohibiciones:

 

Contaminaciones de los ídolos. Alimentos ofrecidos a ídolos paganos y luego ofrecidos en las carnicerías a menor precio. Es una manera de alejar las posibilidades de idolatría.

 

Fornicación. Refiere a toda clase de impureza sexual, no solamente a relaciones sexuales fuera del matrimonio. En el contexto histórico era necesario hacer énfasis en este pecado debido a la práctica común de sexo ilícito en el marco de la adoración a los ídolos. En aquel tiempo las sacerdotisas de los templos eran prostitutas sagradas.

 

Abtención de ahogado y de sangre. Ambas restricciones implicaban leyes dietéticas (Lv 3:17, Dt 12:16, 23; 15:23). Jacobo las estableció como requisitos mínimos para el compañerismo.

 

Comisión de hermanos a Antioquía

 

El concilio también resolvió enviar de vuelta una comisión de hermanos a la iglesia de Antioquía, los que llevaron por escrito las resoluciones adoptadas. Para este propósito se eligió a Judas -de sobrenombre Barsabás- y a Silas, principales entre los hermanos de la iglesia de Jerusalén. El documento escrito contenía el siguiente texto: 

 

“Los apóstoles y los ancianos y los hermanos, a los hermanos de entre los gentiles que están en Antioquía, en Siria y en Cilicia, salud. 

 

Por cuanto hemos oído que algunos que han salido de nosotros, a los cuales no dimos orden, os han inquietado con palabras, perturbando vuestras almas, mandando circuncidaros y guardar la ley, nos ha parecido bien, habiendo llegado a un acuerdo, elegir varones y enviarlos a vosotros con nuestros amados Bernabé y Pablo, hombres que han expuesto su vida por el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Así que enviamos a Judas y a Silas, los cuales también de palabra os harán saber lo mismo. Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias: que os abstengáis de lo sacrificado a ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación; de las cuales cosas si os guardareis, bien haréis. 

 

Pasadlo bien.”

 

La carta resume los acontecimientos que dieron lugar al concilio y también incluye las resoluciones a las que llegó la asamblea después de la discusión y exposición. Se destaca tanto de Pablo como de Bernabé el valor que han tenido como predicadores de Cristo, teniendo plena disposición a dar sus vidas por el Señor. El denuedo fue siempre una característica del apóstol Pablo, recordemos que cuando fue presentado por primera vez a los apóstoles, Bernabé destacó de él “…cómo en Damasco había hablado valerosamente en el nombre de Jesús” (Hch 9:27). El “hablar valeroso en el nombre de Cristo” fue la credencial que autenticaba la conversión del apóstol y fue siempre un atributo característico de su persona.

 

Una vez recibida la carta en Antioquía, se alegraron mucho los hermanos por las palabras de consuelo recibidas. Además, los enviados desde Jerusalén también tenían la calidad de profetas, oficio que tenía una especial capacidad de consolar y confirmar a los hermanos en base a la Palabra. 

 

Una vez terminada la tarea por la cual fueron comisionados, los hermanos volvieron a Jerusalén, a excepción de Silas que “le pareció bien el quedarse allí”, en Antioquía, (Hch 15:34). 

 

Superada esta primera gran “crisis doctrinal”, Pablo y Bernabé continuaron en la iglesia de Antioquía con su ministerio, enseñando la Palabra de Dios y anunciando el evangelio con muchos otros (Hch 15:35).



[1] Craig S. Keener, Comentario del Contexto Cultural de la Biblia, Nuevo Testamento. Editorial Mundo Hispano, 2003, Colombia.

[2] F.F. Bruce, Libro de los Hechos, Colección Teología Contemporánea, CLIE, 2016, USA. Página 305. 

[3] Ibid, Página 306. 

[4] John MacArthur, Comentario del Nuevo Testamento: Hechos, Editorial Portavoz, USA, 1994. Pág. 382.

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