Al llegar a Atenas, el apóstol Pablo se enfrentó bruscamente a la realidad de una ciudad entregada a la idolatría, enfureciéndose al ver este triste espectáculo de la cultura humana. En Atenas contrasta la grandeza de la filosofía griega, sin dudas base de nuestro pensamiento occidental, con la decadencia de la idolatría. Ni siquiera la más alta expresión del desarrollo intelectual humano inmuniza a la gente de caer en los encantos del culto idolátrico.
La cultura helénica supo combinar su tradicional politeísmo con el desarrollo de la filosofía, o pensamiento racional. Como se mencionó, la filosofía es uno de los mayores legados que entregaron los griegos a la cultura occidental, con figuras como Platón, Aristóteles y otras escuelas de pensamiento. Sin embargo, los griegos nunca pudieron dejar de lado a sus antiguos dioses. Un historiador señaló al respecto: "El ateniense se diferencia del romano y del espartano en mil rasgos de carácter y de espíritu; pero se les parece en el temor a los dioses. La ciudad de Atenas y su territorio están cubiertos de templos y capillas; los hay para el culto de la ciudad, para el culto de las tribus y de los demos, para el culto de las familias. Cada casa es un templo, y casi en cada campo hay una tumba sagrada”.
El cristiano debería sentir la misma ira al presenciar prácticas que transgreden la ley de Dios, más aún cuando se realizan en plena consciencia y de manera desafiante. Debemos sentir rabia e incluso odio contra lo que mancilla el nombre de Dios. De hecho, lo opuesto a la actitud del apóstol es el amor al mundo, Juan establece la dura verdad de que si alguien tiene amor por alguna ideología o marco de "construcción de sentido" contrario a la voluntad de Dios, se trata de un síntoma inequívoco de la ausencia del amor del Padre en tal persona, o sea, es evidencia de su condición no regenerada.
Después de esta primera impresión nefasta de la realidad de los atenienses, Pablo concurre primeramente a la sinagoga, lugar donde estableció discusiones con los judíos y prosélitos presentes. Posterior a esta visita, el apóstol salió a proclamar el evangelio a lugares abiertos, para ser escuchado por más personas. En una plaza de Atenas se encontró con un par de representantes de las escuelas filosóficas más populares en aquel momento: los "epicúreos" y los "estoicos". Los primeros decían que el placer era el objetivo de la vida del ser humano, aunque debía buscarse de forma responsable; la vida vinculada a la política acarreaba muchos problemas, lo contrario del placer, por lo que no era un objetivo de vida para los epicúreos. Por otro lado, los estoicos decían que el pensamiento racional debía estar siempre por sobre las emociones y sensaciones, reflexionaban sobre las consecuencias de las acciones y en función de esa reflexión tomaban decisiones, lo que los transformaba en ciudadanos muy ordenados. A diferencia de los epicúreos, los estoicos estaban dispuestos a participar en política, porque era un instrumento de transformación de la vida. Ambos grupos eran politeístas, creían en las famosas deidades del panteón greco-romano.
El primer encuentro con los griegos fue en una plaza. Pablo despertó el interés de una audiencia que reacciona de forma despectiva: "¿Qué querrá decir este palabrero" (Hch 17:18). El discurso de Pablo era muy diferente a lo que ellos solían escuchar, por lo que no supieron asimilar sus ideas. En su cosmovisión politeísta prontamente concluyeron: "Parece que es predicador de nuevos dioses". Claramente, su razonamiento está anclado a su realidad.
Posteriormente Pablo fue llevado al Areópago, antigua corte de justicia situada en lo más alto de una colina, pero que en tiempos de dominio romano era sólo de carácter ceremonial, funcionando en materias religiosas o filosóficas. En este lugar Pablo comienza su exposición del evangelio y se vale del entorno para establecer una especie de "puente de sentido" con los griegos, buscando facilitar su comprensión. Pablo dice:
"porque pasando y mirando vuestros santuarios, hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: AL DIOS NO CONOCIDO. Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio" (Hch 17:23)
Esta mención al Dios "no conocido" fue meramente un ejercicio retórico, no debería entenderse que el Dios verdadero haya estado detrás de ese espacio sin nombre. El apóstol enfatiza el poder ilimitado y soberano de Dios respecto de todo lo existente, "El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas" (Hch 17:24-25). Los dioses del panteón romano tenían una característica que los distinguía y que permitía su identificación por parte de la gente, ninguno de ellos tenía los atributos que Pablo proclama respecto del Dios de la Biblia. Esto de por si debe haber generado un rechazo al mensaje del apóstol.
Por otra parte, es de notar la diferencia entre la forma de pensar de los filósofos y la predicación de Pablo. El tema no es el sentido de la vida del hombre, ni en qué manera éste se puede beneficiar del favor de los dioses. El evangelio es justamente lo opuesto, el Dios desconocido es el que ha creado todo lo existente y no necesita de nada ni de nadie para existir. En otras palabras, el Dios que predica Pablo es ajeno a los cánones tradicionales de las divinidades griegas.
"Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros" (Hch 17:26-27). Las ideas contraculturales siguen apareciendo en el discurso del apóstol, igualando a todos los hombres en origen y dejando en claro que es el Dios desconocido el que pone los límites a su actuar en el tiempo y en el espacio. Se trata de un Dios personal, que soberanamente decide por sobre la voluntad de los hombres, reduciendo su esfera de influencia y poder a su mínima expresión. Dios manda al ser humano que le busque "si en alguna manera, palpando, puedan hallarle", palabras que sin duda hacen referencia a la imposibilidad de los griegos de ver ni identificar al verdadero Dios, por eso les es "desconocido".
"Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos" (Hch 17:28). Los cristianos vivimos por medio de la vivificación que hemos recibido de parte de Dios y que se hace realidad por medio del Espíritu Santo, por Cristo vivimos y por su voluntad nos movemos y somos. El apóstol aprovecha de vincular esta verdad al dicho del poeta griego Epimémides: "Porque linaje suyo somos". Con esta mención Pablo quiso enfatizar que hasta los poetas paganos reconocen que el hombre es linaje de Dios, por lo que es una insensatez pensar que la "Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres" (Hch 17:29). Los dioses presentes en el Areópago no eran más que esculturas elaboradas con materiales inertes.
Los contenidos predicados por Pablo estaban muy alejados de la cosmovisión griega. Sin embargo, fue la mención a la resurrección de Cristo lo que supuso la gota que rebalsó el vaso. La reacción de algunos fue de burla, mientras otros aprovecharon la oportunidad para retirarse. Desde un punto de vista pragmático, pareciera que la estrategia de asimilar elementos del recinto con la predicación del evangelio no fue del todo exitosa, sin embargo, el capítulo termina diciendo que algunas personas creyeron, entre los cuales se cuenta a "Dionisio el aeropagita y una mujer llamada Dámaris, entre otros más" (Hch 17:34).
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