1º Pedro 3:8-17
Conducta para vivir y amar la buena vida
8 Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables; 9 no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición.
El apóstol finaliza acá la sección comenzada en 2:11, referida al testimonio cristiano en un mundo hostil, especificando varias esferas de la vida humana: "Tras referencias específicas a las relaciones civiles (2:13-17), a las relaciones en el lugar de trabajo (2:18-20), y a las relaciones con cónyuges incrédulos (3:1-7), Pedro ofrece a todos los creyentes una exhortación general, que les abrirá las puertas a la vida de bendición que Dios desea que disfruten".
Los miembros de la iglesia deben ser de un mismo sentir, expresión que apunta a mantener una unidad de propósito en todo tiempo, incluso enfrentando una persecución. El Señor Jesucristo oró con gran pasión por la unidad espiritual de todos los creyentes (Jn. 17:20-23), oración que fue contestada: los creyentes somos uno en Cristo (Ef. 4:4-6; cp. 1 Co. 6:17; 8:6). Esta realidad espiritual debería ser la base para la armonía visible en la iglesia. El elemento aglutinador de los miembros de la congregación es la morada del Espíritu Santo y el respectivo deseo de adorar a Cristo. Pues bien, cuando este "elemento aglutinador" pierde relevancia y presencia en la congregación, es fácilmente reemplazado por aspectos de tipo terrenal y lamentablemente, también de tipo carnal, lo que va en desmedro de la necesaria armonía que debe reinar en la iglesia. Cuando el Espíritu no está presente en la congregación, se tienden a reproducir los patrones mundanos de orden y afinidad, por lo que ya no es Cristo el que nos unifica, sino nuestros intereses y posiciones en la sociedad.
Compasivos significa "tener en común el mismo sentimiento", la compasión es una característica y/o atributo de Dios, Él muestra compasión de los hombres, tanto de sus hijos como de los que no lo son, permitiendo que todos puedan experimentar las bondades de la naturaleza: "Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; 45 para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos" (Mt 5:44-45). Ser compasivo significa no ser insensible, indiferente ni crítico, ni siquiera con los perdidos. El amor fraternal que la palabra de Dios nos exhorta a vivir es un atributo de Dios íntimamente relacionado con la compasión.
La misericordia que el apóstol nos llama a mostrar también se relaciona con la compasión y el amor fraternal. En otras palabras, no es posible ser compasivo pero no misericordioso y viceversa. La misericordia -al igual que la compasión- es un concepto que implica el accionar de sentimientos, en este caso referidos a "sintonizar" con alguien que nos ha dañado, evitando la retribución negativa que estimamos "se merece".
La expresión "amigables" está gramaticalmente relacionada con la humildad, la cual es una de las mayores virtudes en la vida cristiana (Mt 5:3, Lc 14:11, Ef 4:1-2). La humildad de Pablo viene de no atribuirse las fuerzas ni la capacidad de llevar a cabo las obras hechas, sino de reconocer siempre que ha sido un mero "instrumento" en las manos de Dios: "Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad" (Fil 2:13). El Señor mismo trató a Pablo como un instrumento "porque instrumento escogido me es este" (Rm 9:15), dejando en claro que el autor de toda buena obra es Dios.
La humildad es un rasgo que debería fluir automáticamente en el cristiano, o al menos en el que se encuentra lleno del Espíritu. El ejemplo supremo de humildad es el de Cristo Jesús "el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres" (Fil 2:6-7). El Señor Jesucristo fue claro al describirse a sí mismo como un siervo, "Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos" (Mr 10:45). La verdadera humildad no consiste en la auto flagelación, ni en la auto humillación, sino en un corazón que estima a los demás como mejores a sí mismo: "Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo" (Fil 2:3). La verdadera humildad reconoce a Dios como el autor de las buenas obras realizadas. El humilde busca agradar a Dios y no tiene interés en crearse un buen nombre entre los hombres: "Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo." (Gal 1:10).
De esta manera, el cristiano humilde no es el que lo anima una lógica franciscana de vida, ni tampoco el que publica su miseria. Se trata de alguien que glorifica a Dios con su vida, busca en primer lugar agradar a Dios siéndole fiel a sus estatutos, y no tiene temor al hombre, en otras palabras, no está interesado en la "reputación social" que puede construir en esta vida.
Finalmente, la exhortación de no devolver mal por mal ni maldición por maldición, revela el corazón del amor de Dios derramado en el creyente (Rm 5:5). Es necesario la participación de un poder sobrenatural para que los hombres podamos hacer algo que es completamente contra naturaleza, dar bien por mal, como lo hizo el Señor: "Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros" (Rm 5:8). Aun siendo pecadores, o sea, ofensores de su santísima dignidad, aun así, Cristo murió en nuestro favor. Eso es la expresión máxima de devolver bien por mal.
10 Porque:
El que quiere amar la vida
Y ver días buenos,
Refrene su lengua de mal,
Y sus labios no hablen engaño;
11 Apártese del mal, y haga el bien;
Busque la paz, y sígala.
12 Porque los ojos del Señor están sobre los justos,
Y sus oídos atentos a sus oraciones;
Pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal.
Esta es una cita del Salmo 34:12-16. Parte estableciendo una especie de "oferta" retórica, para todo aquel que quiera ver buenos días y amar la vida. Primero, debe ser capaz de controlar su boca, y evitar el engaño. En términos generales no debe evitar solo el engaño, sino también toda expresión que provenga de un mal subyacente. La palabra de Dios dedica extensas secciones al poder de "la lengua", simbolizando la capacidad del hombre de expresar contenidos pecaminosos: "Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno. Porque toda naturaleza de bestias, y de aves, y de serpientes, y de seres del mar, se doma y ha sido domada por la naturaleza humana; pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal" (St 3:6-8). Evitar hablar engaño es estar comprometido con la verdad en todo lugar, y también contra toda mentira e hipocresía.
La vida buena contemporánea -y quizá en toda época- asocia la "buena vida" a hacer lo que uno quiere hacer, o hacer lo que a uno le gusta. Sin embargo, Pedro nos mandata a hacer "el bien". Para el creyente no es difícil saber dónde está el "bien". El bien es Cristo y su voluntad expresada en su Palabra. Ahí está el secreto de la buena vida cristiana. De ahí se sigue el buscar la paz y seguirla. Los cristianos buscamos la paz de forma activa, tanto en la congregación como también con los que no conocen a Cristo. El único límite de la paz o de la actitud pacificadora de los cristianos esté en no comprometer la verdad.
Finalmente, el estímulo máximo para la buena vida es hallar el favor del Dios soberano que gobierna todo. "Los ojos del Señor" es una frase común del Antiguo Testamento que se relaciona con la vigilancia bondadosa y especial de Dios sobre su pueblo (Pr. 5:21; Zac. 4:10). El Señor está siempre consciente de todo en la vida de sus hijos. Esto ya debería ser un gran incentivo para la vida y para la tranquilidad y seguridad del creyente, saber que Dios está siempre pendiente de nuestras necesidades. En contraste, el Señor está en contra de aquellos que hacen el mal, y en su omnisciencia que lo ve todo, nadie podrá escapar. La ira de Dios es contra aquellos que hacen el mal y contra aquellos que desobedecen su Palabra (cp. Ap. 6:16).
13 ¿Y quién es aquel que os podrá hacer daño, si vosotros seguís el bien? 14 Mas también si alguna cosa padecéis por causa de la justicia, bienaventurados sois. Por tanto, no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis, 15 sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros; 16 teniendo buena conciencia, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, sean avergonzados los que calumnian vuestra buena conducta en Cristo. 17 Porque mejor es que padezcáis haciendo el bien, si la voluntad de Dios así lo quiere, que haciendo el mal.
Cuando el cristiano sigue el "bien", o sea, una vida caracterizada por generosidad, altruismo, amabilidad y consideración hacia los demás, tal estilo de vida tiene la capacidad de refrenar el accionar incluso de los enemigos más acérrimos del evangelio. Está el impacto de la constatación de coherencia entre el discurso y la vida, se desencadena un respeto por la persona que vive de esta manera.
El versículo 14 nuevamente nos expone la bienaventuranza de padecer por causa del Evangelio. En Hechos 5:41, la sesión del concilio culmina con una nueva advertencia para Pedro y Juan: “no hablen en el nombre de Jesús”. Después de dicho esto son azotados y puestos en libertad. Lo realmente asombroso es la actitud de los apóstoles ante tal intimidación, pues se sintieron “gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre”. El apóstol Pedro, que siente gozo al ser tenido digno de padecer por Cristo, es el que alienta en su primera carta a los cristianos que están sufriendo la persecución: “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría” (1 Pe 4:12-13). El misterio se profundiza cuando el apóstol Pablo, en referencia a las tribulaciones, dice: “A fin de que nadie se inquiete por estas tribulaciones; porque vosotros mismos sabéis que para esto estamos puestos” (1º Ts 3:3).
El mandato de "presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo aquel que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros" podemos analizarlo en dos aspectos: si la persona que nos solicita explicaciones no es creyente, entonces lo que debemos presentarle con toda reverencia y mansedumbre es el Evangelio. No es necesario agregar más. Por otro lado, si la solicitud se relaciona con aspectos controversiales de la fe, entonces de la misma manera -mansa y reverente- debemos presentar argumentos para defender la sana doctrina. La pureza doctrinal es fundamental, más aún si entendemos que el ministerio de estorbar y distorsionar la Palabra de Dios corresponde a las huestes de maldad. La responsabilidad de custodiar y velar por la pureza doctrinal está reservada preferentemente a los pastores, los cuales por lo mismo no deben ser neófitos (1º Tm 3:6) y aptos para enseñar (1º Tm 3:3), distinguiendo claramente la verdad del error (Ti 2:1).
Debemos saber diferenciar errores doctrinales de carácter involuntario de otros que son parte de estrategias activas de engaño y maquinación (2º Cor 2:11). Hay errores que necesitan corrección, pero también hay posturas más generales que son imposibles de corregir, y que sólo dan cuenta de la condición espiritual de quien las emite.
Finalmente, todas las exhortaciones presentadas tienen por propósito que el cristiano guarde un buen testimonio ante el mundo circundante. En su carta a Tito, en el capítulo 2, el apóstol Pablo comienza con una serie de exhortaciones sobre ser sobrios, serios, prudentes, no calumniadores, etc. El punto es que al finalizar su exhortación en el verso 5 señala: "...para que la palabra de Dios no sea blasfemada". En otras palabras, cuida tu testimonio tanto por beneficio propio, pero sobre todo, cuida tu testimonio porque es el marco del Evangelio, de la sana doctrina. En el mismo capítulo 2, versículos 9-10, el apóstol señala: "Exhorta a los siervos a que se sujeten a sus amos, que agraden en todo, que no sean respondones; no defraudando, sino mostrándose fieles en todo, para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro Salvador".
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