jueves, 4 de diciembre de 2025

La condición moral del hombre en la filosofía de Hobbes, Rousseau y Calvino

 


Introducción

 

Este trabajo presenta las ideas de dos filósofos políticos contractualistas; Jean J. Rousseau y Thomas Hobbes, en relación a la condición moral del ser humano en su hipotético estado natural o salvaje, o sea, sin la presencia de estructuras sociales o comunitarias que lo coaccionen a actuar de determinada manera. Las ideas de estos dos autores -probablemente los más influyentes de la teoría política contractualista- serán comentadas desde la cosmovisión cristiana de Juan Calvino, teólogo de la reforma y prolífico autor.

 

La relevancia de esta reflexión radica en establecer con claridad la relación existente entre una determinada concepción moral del ser humano y el rol de la sociedad o comunidad en el control de su conducta. ¿Qué posición filosófica de las antes mencionadas se acerca en mayor medida a lo que la Biblia sostiene según la lectura de Juan Calvino? Si bien las reflexiones de Calvino no constituyen Palabra de Dios inspirada, es posible sostener que la teología reformada, y en particular los aportes de Calvino, constituyen un cuerpo teológico de prestigio y vigencia actual.

 

Desarrollo

 

Thomas Hobbes:

El filósofo inglés estableció sus ideas político filosóficas en su célebre libro titulado “Leviatán, o La materia, forma y poder de un estado eclesiástico y civil”, de 1651, mejor conocido como “El Leviatán”, nombre que hace referencia al monstruo mencionado en el libro de Job. En lo estrictamente referido a la moralidad humana, Hobbes plantea que el hombre es esencialmente egoísta, movido por pasiones e intereses personales entre los que destaca el “miedo a la muerte”. El afán de poder y la búsqueda del placer también forman parte de los objetivos movilizadores del ser humano. En Hobbes los hombres carecen de bondad natural y predomina la competencia por la propiedad de toda clase de bienes, lo que genera conflictos. La idea del “estado de naturaleza” en Hobbes es una situación hipotética donde los hombres no tienen la coacción de un gobierno o de una autoridad que limite o controle los comportamientos. Esta situación anómica da lugar a la “guerra de todos contra todos” (1) y como consecuencia, una “vida solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta” (2).

 

¿Cómo es posible la sobrevivencia humana entonces? La respuesta en Hobbes es que las personas escapan de este estado caótico a través de un contrato social, en el que cada individuo cede parte de sus libertades a un poder soberano -el Leviatán- el cual impone paz y orden de forma absolutista, a través de normas y castigos establecidos a discreción del monarca. La vida social no funciona por una inclinación natural del hombre a la cooperación con los demás, sino por el temor a la autoridad absoluta.

 

Jean J. Rousseau:

El filósofo suizo plasmó sus ideas principales en “El Contrato Social” de 1762, su trabajo más conocido. La filosofía de Rousseau, referida en particular al carácter moral del ser humano, se presenta en oposición a Thomas Hobbes. En términos simples se puede señalar que en Rousseau el ser humano -en el estado de naturaleza, o sea, sin la coacción normativa de una comunidad- es naturalmente bueno, pacífico, compasivo, posee un amor propio moderado, de modo que es capaz de considerar el bienestar de los demás y evitar daños. En este estado de naturaleza no hay propiedad privada, ni competencia económica, ni desigualdades, las que sí aparecen en la vida en sociedad, situación que corrompe al hombre gatillando el egoísmo, la codicia y el conflicto. La raíz de los males en Rousseau está en la propiedad privada y en su desigual distribución entre los hombres que viven colectivamente.

 

En Rousseau la sociedad o la vida comunitaria irrumpe en la historia, no es un escenario buscado, por lo que la forma de resolver la presencia de los conflictos asociados a la corrupción del hombre generada por la vida colectiva es a través de un contrato social. Este no es igual al de Hobbes, pues en Rousseau los individuos voluntariamente contratan con el objetivo de crear una comunidad política que vele por el interés común. Rousseau no propone un monarca absolutista que controle la vida en comunidad, sino un orden y control producto del mismo pueblo, actuando colectivamente y expresando su voluntad a través de la ley.

 

La condición moral del hombre en Juan Calvino

El reformador suizo es uno de los autores más influyentes que ha dado la historia de la teología, su mayor trabajo “La institución de la religión cristiana”, de 1536, consiste de un enorme cuerpo de teología sistemática que aborda prácticamente todos los tópicos de la teología. La perspectiva de Calvino respecto del tema en análisis se puede sintetizar de la siguiente manera: inicialmente Dios creó al ser humano moralmente bueno, pero después de la caída, el ser humano experimenta una corrupción total de sus facultades: mente, voluntad y afectos. En el hombre hay una persistente tendencia o inclinación al mal, el ser humano es incapaz de buscar a Dios por sus propias fuerzas. 

 

Lo anterior no significa que todo ser humano alcance el cenit de la perversión, sino que ninguna parte de su ser moral o espiritual está intacto del pecado, que es “la fuerza” que distorsiona o perturba el bien moral. La característica más asociada al ser humano caído es el egoísmo, el que se expresa en la búsqueda incesante del propio bien, gloria y placeres, muchas veces a costa o en desmedro de los demás. 

 

Conclusión

 

Lectura de Hobbes y Rousseau desde la cosmovisión de Calvino

En primera instancia la conclusión es relativamente obvia: la visión calvinista del hombre posterior a la caída es similar a la Thomas Hobbes y opuesta a la de Jean J. Rousseau. Sin embargo, hay algunos aspectos a clarificar.

 

La perspectiva de Hobbes propone que la esencia del ser humano es mala, egoísta o competitiva, a diferencia de Calvino donde es la “caída”, o sea, un evento en la historia humana, lo que gatilla la corrupción moral del ser humano. De esta manera, en Calvino la maldad no es intrínseca al ser humano, sino más bien algo accidental o contingente. No obstante, la historia del hombre es fundamentalmente la historia de seres caídos buscando por todos los medios satisfacer sus deseos egoístas, a excepción de Adán y Eva antes de caer y del Señor Jesucristo.

 

Otro elemento diferenciador entre la perspectiva de Hobbes y la de Calvino es que el primero sostiene que el gran motor de la conducta humana es el “temor a la muerte”, en especial a la muerte violenta. Como el hipotético estado de naturaleza es una guerra de todos contra todos, el principal bien que debe resguardar el hombre es su vida, de ahí el “temor a la muerte”. En Calvino el motor humano es el corazón humano caído, el que fabrica ídolos con el propósito de satisfacer sus propios deseos.

 

Por otro lado, el planteamiento de Rousseau es completamente insostenible en la cosmovisión de Juan Calvino, en particular considerando la condición moral del hombre después de la caída. Nada hay en el ser humano que lo haga parecer pacífico, bueno o altruista. No obstante, el ser humano creado por Dios previo a la caída sí reunía las características morales que Rousseau señala, pero en este caso el filósofo suizo estaría describiendo “solamente” a Adán y a Eva antes de caer y al Señor Jesucristo.

 

¿Cuál es la relevancia de exponer estos enfoques a la luz de la cosmovisión de Calvino? La forma en que una sociedad establece mecanismos de control (policial, judicial, penal) depende de la perspectiva moral del ser humano que predomine en un periodo determinado. Desde una cosmovisión cristiana calvinista, ¿qué sistema penal o de justicia debiera ser el preferido para una sociedad en particular? ¿el abolicionismo legal debiera ser considerado válido? En función de lo establecido por Calvino, las sociedades modernas no pueden disminuir ni menos eliminar sus mecanismos de control, puesto que la naturaleza moral del ser humano -aun cuando éste se esfuerce en simular lo contrario- los hace obligatorios o necesarios. 

 

 

(1) Hobbes, T. (2014). Leviatán (Trad. M. S. García Pelayo). Fondo de Cultura Económica. Pág. 104.

 

(2) Ibid. Pág. 225.

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