martes, 28 de julio de 2020

Estudio capítulo 2 de Hechos


El Espíritu Santo


Cincuenta días después de la resurrección del Señor ocurre Pentecostés[1]. El Espíritu Santo viene sobre los apóstoles reunidos en el aposento alto y los lleva a hablar en otras lenguas, las que eran claramente comprendidas por los “varones piadosos y de todas las naciones del cielo que moraban en Jerusalén” (Hch 2:5). Judíos y prosélitos -un gentil convertido plenamente al judaísmo- procedentes de muchas regiones del mundo conocido, todos oían hablar de las maravillas de Dios en su propia lengua, lo que naturalmente los dejaba perplejos.   

 

Pentecostés es un evento central en el NT, anunciado por el mismo Señor Jesucristo (Jn 14:15-21) y que ocurre justo después que el Señor asciende. Las lenguas “como de fuego” traen a la memoria las veces en que la presencia de Dios se manifestó sobre el monte Sinaí, o sobre el mismo Tabernáculo, como columna de fuego. También se me viene a la mente el episodio de Moisés y la zarza ardiente. Es recurrente la asociación entre la presencia de Dios y el fuego, lo que también expresa su carácter justo, “Porque Jehová tu Dios es fuego consumidor, Dios celoso” (Dt 4:24). Recordemos cuando una sección del campamento de Israel es consumida por el fuego de Dios en pleno desierto (Nm 11:1), o el famoso episodio de Nadab y Abiú, en Levítico (Lv 10).

 

El habla en idiomas desconocidos, pero inteligibles, no puede estar significando otra cosa que la universalidad del Evangelio. Recordemos que el pueblo de Israel recibió de forma exclusiva “la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas; de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo” (Rm 9:4-5). La lengua de la nación de Israel y el idioma en que fue escrita la Torá fue el hebreo (con un par de excepciones de Arameo), por lo que la presencia de lenguas o idiomas diferentes hablando las maravillas de Dios constituye un acontecimiento eminentemente simbólico (por más que tuviera efectos funcionales a la evangelización del momento).

 

El primer discurso de Pedro

 

En este contexto de manifestaciones del Espíritu Santo el apóstol Pedro realiza su primer discurso, dotado de una elocuencia y poder que no lo caracterizaban. Su primera mención es anclar el Pentecostés del NT con una profecía de Joel, lo que subraya la relevancia del acontecimiento como parte del plan profético. Posteriormente el apóstol centra su discurso en el Señor Jesucristo, “varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él” (Hch 2:22). Una mejor expresión sería “varón acreditado” (textual: ha sido mostrado) en vez de “aprobado” (lo que pudiera entenderse como puesto a prueba). O sea, Dios hizo demostración en Cristo de maravillas, prodigios y señales que evidenciaban su condición de Hijo de Dios, lo que fue de público conocimiento para una buena cantidad de hombres de aquel momento histórico.

 

Este varón, el Hijo de Dios, fue entregado por el “determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” (Hch 2:23). El mismo apóstol Pedro escribió en su primera carta que Cristo había sido “ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros” (1º Pe 1:20). El propósito de Dios es eterno e inmutable, el no cambia su voluntad debido a las circunstancias, la cruz de Cristo sólo da cumplimiento al plan que Dios había trazado desde la eternidad. Sin embargo, a pesar de esta categórica expresión de la voluntad soberana de Dios, Pedro acusa duramente a los oyentes imputándoles la muerte del Señor: “prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole” (Hch 2:23). O sea, aun cuando Pedro declara la soberanía de Dios sobre todos los acontecimientos, incluido la crucifixión de su Hijo, de igual manera hace a los hombres responsables de sus actos. La soberanía de Dios no anula la responsabilidad del hombre.

 

El Señor Jesucristo triunfa sobre la muerte por cuanto era imposible que fuera retenido por ella (Hch 2:24). Su resurrección es también nuestra esperanza, de que así como hemos muerto en semejanza de su muerte, de la misma manera lo seremos en su resurrección (Rm 6:5). En su primera carta el apóstol Pedro habla de una esperanza viva debido a la resurrección de Cristo de los muertos (1º Pe 1:3) y en su primer discurso asocia la muerte y resurrección del Señor a un Salmo de David: “no dejarás mi alma en el Hades, ni permitirás que tu santo vea corrupción” (Sal 16:8-11). Aunque David se exprese en primera persona, es claro que el referente del texto es Cristo, el mismo Pedro se encarga de decir que David sí vio corrupción. “Me hiciste conocer los caminos de la vida” (Hch 2:28), algunos comentaristas señalan que este texto podría tratar de la resurrección del Señor.

 

La cita al Salmo 110 hace referencia al retorno del Señor a la gloria que tuvo desde la eternidad y que vio interrumpida en su morada terrenal (Fil 2:5-11). Es de notar que Pedro nuevamente endosa a los judíos la muerte del Señor “a este Jesús a quien vosotros crucificasteis” (Hch 2:36). Esta segunda acusación al parecer compunge a los oyentes, los que no saben cómo reaccionar “¿qué haremos ahora?”. En este momento Pedro predica la buena noticia, incluyendo como oyentes a los que acusó de haber matado al Señor. El llamamiento es: “arrepentíos y bautícese en el nombre de Jesucristo, para perdón de los pecados”. El bautismo es una instancia de identificación pública con el Salvador, confesando su Señorío. La exhortación y testificación de Pedro fue tan poderosa que añadió como a tres mil personas a la Iglesia. 

 

Los unanimidad de los hermanos


El capítulo finaliza describiendo el inicio de la era apostólica. Doctrina, comunión, partimento del pan y oración. Es digno de notar la cantidad de veces que se menciona la condición “unánime” de los hermanos, al parecer requisito necesario y excluyente para aprender doctrina, mantener comunión en Cristo, tomar la cena y orar en la voluntad de Dios. Otros frutos espirituales se expresan en la alegría y sencillez de corazón con que compartían. Finalmente, “el Señor añadía a su iglesia los que iban siendo salvos” (Hch 2:47), referencia a la autoría de la salvación, la que de principio a fin pertenece a Dios mismo.



[1]Pentecostés, u originalmente la “fiesta de las semanas” señalaba el fin de la siega de cereales. “Era siete semanas después de la Pascua y de los Panes sin levadura; de ahí, el nombre de la fiesta de las semanas. Se celebraba en junio. No se asocia a ningún suceso histórico en Israel en ninguna parte del A.T. Sin embargo, más tarde fue asociada con la entrega de los diez mandamientos en el monte Sinaí. En el NT se conoce como día de Pentecostés, basado en la traducción griega de 50 días o 7 semanas”.

 

viernes, 24 de julio de 2020

Estudio capítulo 1 de Hechos



Lucas parte dando cuenta someramente de la actividad del Señor en los cuarenta días que mediaron entre su resurrección y su ascensión. Cristo dio instrucciones a los apóstoles, les habló sobre el reino de Dios (Hch 1:3) y les recordó que la promesa del Espíritu Santo se concretaría en pocos días (Jn 14:15-21).

 

Los judíos anhelaban la restauración en gloria y majestad del reino, la tutela romana les causaba una tremenda frustración como pueblo, de ahí la ansiedad por conocer el tiempo del cumplimiento, “¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?” (Hch 1:6). El Señor les deja en claro que su curiosidad no sería satisfecha, “No os corresponde a vosotros saber los tiempos ni las épocas que el Padre ha fijado con su propia autoridad” (Hch 1:7). Nótese que el Señor no se molesta con la pregunta, ni tampoco indica que el razonamiento haya sido incorrecto. Creo que el Señor tácitamente les dice algo así como “sé que anhelan el poder de Dios para restaurar el esplendor de Israel, pero el poder que recibirán cuando haya venido el Espíritu Santo no es para lo que anhelan ahora” (Hch 1:8). El poder del Espíritu Santo no revivió un reino terrenal, sino que transformó a hombres comunes y corrientes en testigos de Cristo en Jerusalén, Judea, Samaria y hasta la último de la tierra. El poder del Espíritu Santo es el poder del Evangelio, capaz de salvar y reconciliar a Dios con todo aquel que cree, tanto judío como griego (Rm 1:6).

 

Inmediatamente después se describe el ascenso al cielo del Señor, ya en plena etapa de exaltación. Este acontecimiento fue observado atentamente por los apóstoles, los cuales al parecer recibieron una sutil reprimenda por parte de los ángeles que se hicieron presentes en el lugar, “¿por qué estáis mirando al cielo?” preguntaron los ángeles (Hch 1:11). Quizá este episodio ilustre que el llamado al creyente no es a la contemplación, sino a testificar de Cristo a las naciones.

 

Los apóstoles estaban unánimes y entregados de continuo a la oración a la espera de la venida del Espíritu Santo. Estaban en el aposento alto, probablemente el mismo lugar donde se realizó la última cena. En un momento Pedro toma la palabra y habla sobre la necesidad de reemplazar a Judas, hombre que formó parte del ministerio y del cual cayó para irse al lugar previamente asignado para él, “… del cual Judas se desvió para irse al lugar que le correspondía” (Hch 1:25). El Espíritu Santo, por medio de la boca de David, ya había hablado tanto de la traición de Judas como de su reemplazo (Sal 69:25, 109:8). De esta manera, Hechos 1:16 es una contundente prueba escritural de la inspiración divina de la Biblia, Dios es el que habla a través de la boca los hombres.

 

Después de presentar los requisitos para ser considerado apóstol -ser testigo presencial del ministerio del Señor, de principio a fin- se hallaron dos candidatos: Barsabás y Matías, probablemente los únicos que cumplían lo requerido. A través del proceso de “echar suertes” -algo extraño pero no ajeno a la costumbre del Antiguo Testamento- se eligió a Matías, el que no vuelve a ser mencionado en todo el NT.

lunes, 13 de julio de 2020

Las iglesias evangélicas y la migración: influencia recíproca



La historia de los evangélicos en Chile se remonta al siglo XIX, con la predicación de misioneros europeos y la fundación de iglesias de “trasplante”, orientadas a extranjeros que venían a Chile por motivos de trabajo. Hasta ese momento los evangélicos o protestantes eran un número insignificante y no habían muchas perspectivas de crecimiento debido a una barrera cultural. En ese contexto irrumpe el movimiento pentecostal, que a diferencia de las iglesias “históricas” supo adecuarse al sustrato cultural latinoamericano. El pentecostalismo crece lenta pero sostenidamente desde la década del 30, soportado por un importante fenómeno demográfico: la migración campo ciudad.


En 1968 el sociólogo suizo Christian Lalive d'Epinay propuso una tesis que ha envejecido bien. Sostuvo que el pentecostalismo creció fuertemente durante la primera mitad del siglo XX debido a la migración campo ciudad, y en este proceso tanto los campesinos como las iglesias se influyeron mutuamente. Por un lado, la comunidad religiosa ayudó al campesino a insertarse en la urbe y por otro lado el campesino influyó en la comunidad religiosa reproduciendo en su interior las relaciones sociales de la hacienda. En palabras de Lalive: “el evangelismo en Chile reproduce la estructura tradicional de la hacienda entre los trasplantados del campo a la ciudad, sustituyendo al patrón por el pastor. En el momento en que se desmorona uno de los bastiones de la tradición (la gran hacienda), en ese mismo momento surge la comunidad pentecostal. Esta llena un vacío, permitiendo al individuo integrarse a un grupo; pero al mismo tiempo se organiza a imagen del antiguo modelo”


De esta forma, las iglesias evangélicas del siglo pasado se habrían constituido en pequeñas versiones de la “vida de campo” en la ciudad, en un sentido relacional. Las influencia de la hacienda se reflejó en un fuerte ordenamiento jerárquico, un liderazgo autoritario de parte del pastor y una intromisión y control en la vida del fiel de características casi sectarias. Se hizo conocida la idea del evangélico como alguien con una sumisión "ciega" al pastor. En definitiva, esta vida de campo en miniatura significó para el trasplantado una transición que suavizó su adaptación a la ciudad. De lo anterior se desprende que la cultura de una comunidad religiosa no es estática, sino que se renueva en la medida que cambian sus miembros.

 

Los contenidos desarrollados por la comunidad religiosa eran sencillos, los justos para ser comprendidos por una población rural analfabeta casi en su totalidad. Esta sencillez temática fue compensada con la importancia asignada a la música, la que servía de telón de fondo a todo tipo de expresiones de éxtasis durante su ejecución. Estas manifestaciones sólo eran comprendidas al interior de la comunidad, por lo que generaba un alto grado de solidaridad y pertenencia grupal entre los miembros. 

 

En la actualidad presenciamos un nuevo proceso de migración masiva, en este caso latinoamericana. Es notable la presencia de hermanos extranjeros en las iglesias, fenómeno transversal a la denominación y a la ubicación geográfica de la congregación. Tengo la impresión que en nuestro país las comunidades evangélicas están nuevamente realizando la labor de contención e integración que realizaron hace 80 años atrás. Esto es agradable al Señor, que siempre ha mostrado atención a las condiciones de los extranjeros como grupo humano en desventaja (Dt 10:19). Representa además una posibilidad concreta para que el cristiano exprese un sincero amor por el cuerpo de Cristo, no importando su procedencia. 

 

Volviendo al argumento inicial, así como las comunidades religiosas contienen, orientan y ayudan al migrante, estos últimos también influyen cultural y socialmente en el grupo donde se insertan. Probablemente las iglesias evangélicas chilenas estén reproduciendo, en un espacio acotado, la cultura del país de origen del migrante. Creo altamente probable la aparición de nuevas maneras de expresión y relacionamiento al interior de las iglesias en Chile.

 

A diferencia de lo que sucedió hace un siglo, en esta nueva etapa de contención participan prácticamente todas las denominaciones dando cobertura a los hermanos procedentes de otros países. Si en los años sesenta del siglo pasado se habló del pentecostalismo como el “refugio del campesinado”, ahora podremos hablar de las distintas iglesias evangélicas como el “refugió de los hermanos migrantes”.

 

domingo, 5 de julio de 2020

Tres evangelios al mismo tiempo


El evangelio de la prosperidad

 

Concibe al ser humano como merecedor de experimentar la abundancia y poder propios de un hijo de Dios. Es motivante para el fiel, pues Dios tendría “grandes cosas esperando por ti” o te confirma que “mereces vivir tu mejor vida ahora”. El hombre tiene un gran potencial y sólo Dios puede activarlo en plenitud. La premisa de fondo es que la prosperidad económica es señal de la bendición de Dios.

 

Dios es entendido como un partner comercial. De hecho, la relación que el fiel establece con Dios es transaccional, mediada por un contrato o pacto. Este pacto indica tanto las obligaciones del fiel (donación de dinero o especies) como las retribuciones de parte de Dios. Muchas veces esto se expresó en términos de razón matemática “si usted da $100, Dios le devuelve $1000”, lo que asimila este contrato a la adquisición de un instrumento financiero de alta rentabilidad.

 

Cristo crucificado en expiación por el pecado no es tema pertinente a esta fe. El sentido de la muerte de cruz, si es que tiene alguno, es simbolizar una nueva época de abundancia y prosperidad. Algunos dicen que el sacrificio de Cristo tuvo como propósito exclusivo que el hombre pueda “alcanzar sus sueños” a través de una “vida abundante”.

 

El mensaje es desafiante para el hombre, pues apela a superar su mediocridad financiera bajo la promesa de grandes utilidades. Es un mensaje que apunta a la ambición del oyente y la retribución es explícita: el éxito económico, llegar a ser millonario.

 

 

El evangelio del bienestar

 

Concibe al hombre como un ser sensible y victimizado por una sociedad hostil y agresiva. El hombre que se acerca a la religión es alguien herido que busca una sanación “holística”. En este contexto, la misión de la iglesia es acoger al herido, abrazarlo fraternalmente, brindarle una comunidad de apoyo y prestarle la ayuda necesaria para su restauración.

 

La idea que se tiene de Dios es difusa, producto de la persistencia de resabios de teología liberal. Es detectable la presencia inconsciente tanto de la filosofía de Schleiermacher, como de la supuesta ortodoxia de Barth o el racionalismo de Bultmann. Lo anterior se expresa en una concepción de Dios de amplio rango: para algunos Dios es personal, pero para otros sólo es una fuerza del ámbito de la física. Algunos conciben a Dios como un fenómeno subjetivo, propio de la intuición humana, en cambio para otros Dios se expresa en todas las religiones bajo una identidad distinta. En suma, la concepción de Dios es diversa, puede llegar a ser todo lo que la persona quiere que sea. Sin embargo, uno de los pocos puntos donde hay convergencia es presentar al Dios de la Biblia amputado de todos sus atributos menos de uno: el amor. Se sobre enfatiza el amor, pero siempre desde una significación externa a la Biblia, “no debemos llamar a la gente bajo la amenaza del infierno, sino a través del amor” se suele repetir. Juan 8, donde Cristo perdona a la mujer adúltera, es sin lugar a dudas el pasaje más citado por esta corriente religiosa.

 

En vez de Cristo, ellos prefieren hablar de Jesús, amplificando su condición humana y también sembrando dudas sobre su divinidad. Dios se encarna en Jesús para “identificarse” con la vida y sufrimiento del hombre, así lo puede entender vivencialmente para socorrerlo en sus problemas cotidianos. De esta manera, los pocos que creen en la encarnación de Cristo la entienden como un evento subordinado al bienestar de la gente.

 

El evangelio del bienestar no contiene un mensaje claro, es más bien una invitación a participar de un club de programación diversa. Se incentiva el interés por las causas sociales del momento. En oposición a la vida de monasterio, se llama a “compartir el amor de Dios con la comunidad”. El llamado de Jesús sería a luchar por una sociedad más justa, diversa, incluyente. De ninguna manera el cristianismo se centra, ni menos se agota, en la cruz del calvario. Como se puede apreciar, los mensajes de este evangelio encuentran sus raíces en las vertientes culturales del post marxismo, en la teología de la liberación y también en ciertos paradigmas de la psicología. 

 

 

El evangelio bíblico

 

En el Evangelio bíblico el ser humano es advertido de su condición de pecador, alguien que ha ofendido a Dios y que por tanto tiene una deuda con él. Sin desconocer la suerte que le haya tocado vivir a la persona, trasciende siempre su estado pecaminoso ante Dios.

 

Dios es soberano, creador de los cielos y la tierra, autor de la vida y redentor de su pueblo. Dios es personal, se le puede conocer a través de sus atributos bíblicos. Entre éstos está su infinito amor, el cual se expresa en “que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. La muerte del Señor ha provisto del único pago que satisface la justicia de Dios por el pecado que cargamos. Cristo es el mediador entre un Dios santo, justo, amoroso y una humanidad caída en pecado. Es la acción de Dios en Cristo, a favor del pecador, el que le libra de la condenación eterna y le abre la entrada a los lugares celestiales. 

 

Al creer en Cristo el hombre pone su deuda en el Salvador, le imputa su pecado. Así Cristo se hace ofrenda por el pecado (2ª Cor 5:21) y paga la deuda del hombre con Dios. La justicia de Dios es satisfecha y se hace posible el perdón al ser humano, sólo Cristo podía satisfacer la justicia del Padre. El hombre recibe este beneficio por gracia, o sea, sin merecerlo de forma alguna.

 

El mensaje del evangelio interpela al hombre en dos direcciones, arrepentimiento y fe, “arrepentíos y creed en el evangelio” (Mr 1:15). Cristo carga los pecados de su pueblo bajo la solemne advertencia: “el que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Jn 3:36).


miércoles, 1 de julio de 2020

La relatividad del conocimiento científico según Thomas Kuhn



En 1962 Thomas Kuhn publica La estructura de las revoluciones científicas, su libro más importante para la filosofía de la ciencia. Es uno de los ensayos más influyentes en la segunda mitad del siglo XX en ciencias sociales.

 

En La estructura de las revoluciones científicas Kuhn instala la idea de “paradigma“, que es básicamente una cosmovisión, una determinada concepción del universo asumida como “dogma de fe” durante un periodo de tiempo. En este periodo las comunidades científicas se aferran al paradigma vigente y son reacias a aceptar algo que lo contradiga. Tras esta actitud dogmática está la necesidad de conservar las instituciones científicas, las carreras académicas y el saber acumulado durante el periodo. Un paradigma no se cambia de un día para otro por el mero hecho que un experimento haya dado un resultado contradictorio. 

 

Un ejemplo clásico de cambio de paradigma es el paso del modelo geocéntrico de Ptolomeo, donde se concebía a la tierra como el centro del universo, al heliocéntrico de Copérnico, donde el centro de lo conocido pasa a ser el sol. Otro ejemplo es la transición de la física de Isaac Newton a la teoría de la relatividad de Albert Einstein, la que si bien tuvo continuidad, dejó obsoletos un montón de ámbitos del conocimiento anterior.

 

La transición de un paradigma a otro se da a través de una revolución científica. Este proceso se produce cuando un paradigma se enfrenta a múltiples contradicciones o “anomalías”, las que en última instancia provocan la revolución científica; es como cuando una techumbre se comienza a llover y la filtración se remedia con un parche, luego aparece otro forado y es necesario otro parche, al final hay más parches que techumbre y se hace necesario reemplazar completamente el techo. La revolución científica sucede después de un largo tiempo de lucha contra los científicos “oficialistas”, los que defienden el paradigma a pesar de los errores evidentes que va mostrando. De esta manera, la ciencia sólo acumula conocimientos durante la vigencia de un paradigma, pero cuando éste es reemplazado por otro todo el conocimiento acumulado queda obsoleto y es echado a la basura. Normalmente la ciencia parte de cero otra vez.

 

La idea de fondo es que si los paradigmas científicos son reemplazados por otros a través del tiempo, las verdades de la ciencia son relativas a la vigencia del paradigma también. Entonces se concluye que no hay verdades científicas absolutas, sino siempre relativas. Por ejemplo, nadie podría asegurar la imposibilidad que en algunos siglos se levante un nuevo “gigante” en física y supere las concepciones de la teoría de la relatividad, dejándola obsoleta.

 

¡Qué gran contraste existe entre las verdades científicas y la Palabra de Dios! Mientras las primeras son relativas a su tiempo, las segundas permanecen para siempre:

 

La hierba se seca y la flor se marchita; 

pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre” (Is 40:8)

La balanza de nuestras obras en el día del juicio

  "El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios trae...