Como lo ha mencionado Lucas anteriormente, la congregación continuaba creciendo en la misma medida que lo hacía la Palabra de Dios (Hch 6:7). Son varios los reportes que dan cuenta del crecimiento cuantitativo de la iglesia, asociado a la presencia poderosa del Espíritu Santo en los apóstoles y discípulos. Sin embargo, este mismo crecimiento generó la desatención de un grupo de hermanos necesitados.
El versículo 1 habla de griegos y hebreos como grupos diferenciados al interior de la congregación. Probablemente ambos estaban compuestos por judíos pero de procedencia cultural distinta; helénica los primeros, hebraica los segundos. La queja surge de los judíos griegos, diciendo que sus viudas estaban siendo olvidadas al momento de la distribución diaria. Llama la atención la existencia de facciones al interior de la iglesia en un periodo tan temprano, lo cual no es congruente con el deseo de unidad que Dios ha establecido para su cuerpo. El Señor es categórico al respecto: “La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado” (Jn 17:22-23). La unidad en la iglesia se alcanza cuando los creyentes se encuentran en la misma declaración de Pablo, “Porque para mi el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Fil 1:21).
Como la iglesia crecía de forma creciente, se sugiere que la preocupación del liderazgo se centró en los aspectos espirituales de los nuevos miembros, como la predicación del Evangelio, el discipulado, el bautismo y la comunión, descuidándose la provisión material de los grupos más desfavorecidos, como las viudas. Para remediar esta negligencia, se designó a siete hombres encargados de “servir a las mesas”, los que comúnmente han sido conocidos como “diáconos”. No obstante, el sustantivo utilizado en este pasaje es “diakonia”, cuyo significado se asocia más a un ministerio de distribución y predicción que a un rol eclesiástico de “servidor”, que es el significado usual que se le asigna a la palabra “diakonos” en otros pasajes. Por esta razón, más que diaconado en términos de rol formal, diremos que estos siete hombres fueron llamados a asistir las necesidades de aquel momento. Además, no sólo estuvieron habilitados para “servir las mesas”, Esteban dio testimonio de manera majestuosa del Evangelio ante el concilio, pronunciando un discurso tanto o más poderoso que el del mismo apóstol Pedro.
Los nombres de los siete varones elegidos para esta labor se detallan en el versículo 5, “Esteban, varón lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas, y a Nicolás prosélito de Antioquía”. Nótese que sólo de Esteban se dice que fue “varón lleno de fe y del Espíritu Santo”, lo que no implica que los demás no lo hayan sido, sino que es una descripción que va introduciendo al protagonista de los párrafos siguientes.
El nuevo reporte de Lucas indica que el número de discípulos se multiplicaba, además se estaban sumando sacerdotes a la fe, tal vez los más enconados enemigos del cristianismo en ese momento. Es destacable el paralelo que se establece entre el crecimiento de la congregación y el crecimiento de la Palabra de Dios, lo que da cuenta de la relación de identidad entre la Iglesia de Cristo y su Palabra "...crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén" (Hch 6:7). Otros pasajes también muestran esta relación, por ejemplo, en Tito 2:5 se llama a la “prudencia y buena conducta de las mujeres para que la Palabra de Dios no sea blasfemada”. Similar es el caso de 1º Tim 6:1, donde el llamado al sometimiento a la autoridad en el contexto laboral tiene por finalidad que “no sea blasfemado el nombre de Dios y la doctrina”.
Arresto de Esteban
Esteban, uno de los siete antes mencionados, “lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y señales entre el pueblo” (Hch 6:8) hablaba con un Espíritu que los oyentes no podían resistir (Hch 6:10). Sin embargo, a pesar de su poder en el Espíritu de Dios, tuvo que enfrentar a los judíos de varias sinagogas del área, los que incluso llegaron a contratar “testigos falsos” que lo acusaban de blasfemar, tergiversando sus palabras sobre Moisés y el templo (Hch 6:13-14). Llama la atención que los prodigios y señales que Esteban hizo en público tuvieran nulo impacto en la actitud de los judíos presentes.
El capítulo finaliza con una mención llamativa sobre Esteban, “todos los que estaban sentados en el concilio, al fijar los ojos en él, vieron su rostro como el rostro de un ángel” (Hch 6:15). Al respecto, citaré un comentario de F. Bruce: “Lucas no dice explícitamente en esta etapa que Esteban estaba lleno del Espíritu Santo cuando encaraba a sus jueces, aunque si lo dice de Pedro cuando él hizo su defensa delante de un tribunal un poco antes (Hch 4:8); no necesita decirlo aquí ahora, ya que toda su narrativa lo da a entender”. En otras palabras, ese rostro “como de un ángel” es un recurso literario para expresar el control que tenía el Espíritu Santo sobre la persona de Esteban.