domingo, 30 de agosto de 2020

Estudio capítulo 6 de Hechos



Los siete “asistentes sociales”

Como lo ha mencionado Lucas anteriormente, la congregación continuaba creciendo en la misma medida que lo hacía la Palabra de Dios (Hch 6:7). Son varios los reportes que dan cuenta del crecimiento cuantitativo de la iglesia, asociado a la presencia poderosa del Espíritu Santo en los apóstoles y discípulos. Sin embargo, este mismo crecimiento generó la desatención de un grupo de hermanos necesitados.

 

El versículo 1 habla de griegos y hebreos como grupos diferenciados al interior de la congregación. Probablemente ambos estaban compuestos por judíos pero de procedencia cultural distinta; helénica los primeros, hebraica los segundos. La queja surge de los judíos griegos, diciendo que sus viudas estaban siendo olvidadas al momento de la distribución diaria. Llama la atención la existencia de facciones al interior de la iglesia en un periodo tan temprano, lo cual no es congruente con el deseo de unidad que Dios ha establecido para su cuerpo. El Señor es categórico al respecto: “La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado” (Jn 17:22-23). La unidad en la iglesia se alcanza cuando los creyentes se encuentran en la misma declaración de Pablo, “Porque para mi el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Fil 1:21).

 

Como la iglesia crecía de forma creciente, se sugiere que la preocupación del liderazgo se centró en los aspectos espirituales de los nuevos miembros, como la predicación del Evangelio, el discipulado, el bautismo y la comunión, descuidándose la provisión material de los grupos más desfavorecidos, como las viudas. Para remediar esta negligencia, se designó a siete hombres encargados de “servir a las mesas”, los que comúnmente han sido conocidos como “diáconos”. No obstante, el sustantivo utilizado en este pasaje es “diakonia”, cuyo significado se asocia más a un ministerio de distribución y predicción que a un rol eclesiástico de “servidor”, que es el significado usual que se le asigna a la palabra “diakonos” en otros pasajes. Por esta razón, más que diaconado en términos de rol formal, diremos que estos siete hombres fueron llamados a asistir las necesidades de aquel momento. Además, no sólo estuvieron habilitados para “servir las mesas”, Esteban dio testimonio de manera majestuosa del Evangelio ante el concilio, pronunciando un discurso tanto o más poderoso que el del mismo apóstol Pedro. 

 

Los nombres de los siete varones elegidos para esta labor se detallan en el versículo 5, “Esteban, varón lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas, y a Nicolás prosélito de Antioquía”. Nótese que sólo de Esteban se dice que fue “varón lleno de fe y del Espíritu Santo”, lo que no implica que los demás no lo hayan sido, sino que es una descripción que va introduciendo al protagonista de los párrafos siguientes.

 

El nuevo reporte de Lucas indica que el número de discípulos se multiplicaba, además se estaban sumando sacerdotes a la fe, tal vez los más enconados enemigos del cristianismo en ese momento. Es destacable el paralelo que se establece entre el crecimiento de la congregación y el crecimiento de la Palabra de Dios, lo que da cuenta de la relación de identidad entre la Iglesia de Cristo y su Palabra "...crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén" (Hch 6:7). Otros pasajes también muestran esta relación, por ejemplo, en Tito 2:5 se llama a la “prudencia y buena conducta de las mujeres para que la Palabra de Dios no sea blasfemada”. Similar es el caso de 1º Tim 6:1, donde el llamado al sometimiento a la autoridad en el contexto laboral tiene por finalidad que “no sea blasfemado el nombre de Dios y la doctrina”.

 

Arresto de Esteban

 

Esteban, uno de los siete antes mencionados, “lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y señales entre el pueblo” (Hch 6:8) hablaba con un Espíritu que los oyentes no podían resistir (Hch 6:10). Sin embargo, a pesar de su poder en el Espíritu de Dios, tuvo que enfrentar a los judíos de varias sinagogas del área, los que incluso llegaron a contratar “testigos falsos” que lo acusaban de blasfemar, tergiversando sus palabras sobre Moisés y el templo (Hch 6:13-14). Llama la atención que los prodigios y señales que Esteban hizo en público tuvieran nulo impacto en la actitud de los judíos presentes. 

 

El capítulo finaliza con una mención llamativa sobre Esteban, “todos los que estaban sentados en el concilio, al fijar los ojos en él, vieron su rostro como el rostro de un ángel” (Hch 6:15). Al respecto, citaré un comentario de F. Bruce: “Lucas no dice explícitamente en esta etapa que Esteban estaba lleno del Espíritu Santo cuando encaraba a sus jueces, aunque si lo dice de Pedro cuando él hizo su defensa delante de un tribunal un poco antes (Hch 4:8); no necesita decirlo aquí ahora, ya que toda su narrativa lo da a entender”. En otras palabras, ese rostro “como de un ángel” es un recurso literario para expresar el control que tenía el Espíritu Santo sobre la persona de Esteban.

  

martes, 18 de agosto de 2020

Estudio capítulo 5 de Hechos


 

Ananías y Safira

 

Los últimos versos de Hechos 4 dan el contexto para comprender mejor el comienzo del capítulo 5. Bernabé había vendido su herencia y el valor recaudado lo había puesto íntegramente a disposición de los apóstoles (Hch 4:37). Este acto ilustra la tan mencionada “unanimidad” de la iglesia primitiva, donde cada cual subordinaba su interés personal al del grupo de hermanos.

 

Ananías y Safira también vendieron su heredad, pero a diferencia de Bernabé, no donaron todo el monto de lo vendido, sino sólo una parte, lo que en si mismo no constituye ningún pecado. El problema fue el intento de hacer creer a los demás que “lo habían dado todo”, equiparándose monetariamente al “compromiso” espiritual de Bernabé. El cristiano nunca tuvo la obligación de donar su patrimonio, las entregas de dinero eran voluntarias y reflejaban amor a Dios y al prójimo. En el fondo, la raíz de este pecado está en desear la aprobación de los hombres más que la de Dios.

 

Ambos cónyuges murieron al instante en que fueron confrontados. Este desenlace no deja de ser escalofriante, parece ser de una severidad excesiva considerando que quien sentencia la muerte es el apóstol Pedro, el mismo que unos meses atrás había negado al Señor Jesucristo (Mt 26:34). Una lectura centrada en la humanidad de los protagonistas habría esperado una reacción más misericordiosa de Pedro, a quien se le había perdonado un pecado bastante serio. Creo que se puede comprender la severidad de la sentencia al considerar el contexto en que se da la situación, estamos en presencia de las columnas de la iglesia (Ga 2:9-10), testigos recientes tanto del ascenso del Señor como del descenso del Espíritu Santo. 

 

En el pasaje siguiente Lucas entrega un nuevo reporte de la situación de la iglesia: señales, prodigios y milagros continuaban siendo hechos por los apóstoles y el número de creyentes continuaba aumentado. Se menciona que mucha gente postrada era sacada en sus camas al camino, para que la sola sombra de Pedro pudiera sanarlos (Hch 5:15). Este detalle da cuenta de las creencias místicas del pueblo.

 

Pedro y Juan perseguidos

 

La envidia que sentían los sacerdotes los movió a encerrar nuevamente a Pedro y Juan en la cárcel, a la espera que el concilio sesionara. Sin embargo, un ángel abre las puertas de la cárcel y los anima a proseguir el ministerio: “Id, y puestos en pie en el templo, anunciad al pueblo todas las palabras de esta vida” (Hch 5:20). Esta participación angelical simboliza el cuidado y asistencia de Dios en pos del progreso del Reino. El Señor Jesucristo dijo que estaría con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mt 28:20).

 

Ya instalados en el concilio, los sacerdotes judíos le piden a Pedro y Juan explicaciones del porqué continuaban enseñando sobre “aquel nombre”, algo que se les había prohibido (nótese la negativa de los judíos de llamar al Señor por su nombre). Ante esta exigencia los apóstoles establecen la base para entender pasajes como Romanos 13, se debe obedecer a la autoridad civil siempre y cuando no contradiga la voluntad de Dios, eso es lo que Pedro señala al decir “es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5:29). Obedecer a Dios es justamente proclamar a Cristo crucificado (1 Cor 2:2), en todo contexto y lugar. Recordemos la instrucción de Cristo de ser testigos “en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hch 1:8).

 

Después de esta respuesta desafiante, Pedro por quinta vez acusa a los judíos de la muerte del Señor (Hch 5:30) sin importarle que alegaran inocencia. Acto seguido el apóstol proclama a Cristo crucificado para arrepentimiento y perdón de pecados, el cual es exaltado por Dios como Salvador y Príncipe. Finalmente, todos estos dardos gatillaron la ira del concilio: “oyendo esto, se enfurecían y querían matarlos” (Hch 5:33). El Señor Jesucristo adelantó la reacción que habría en algunos oyentes al escuchar el Evangelio: “acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán” (Juan 15:20).

 

El comentario de Gamaliel

 

Gamaliel, un reputado doctor en la ley, venerado por todo el pueblo y probablemente el maestro del apóstol Pablo, hace una especial mención sobre el alboroto que se estaba dando a partir del ministerio apostólico. Después de citar un par de caudillos cuyas revueltas no prosperaron en el pasado, evalúa el movimiento apostólico en términos de sostenimiento temporal: “Apartaos de estos hombres, y dejadlos; porque si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá; mas si es de Dios, no la podréis destruir; no seáis tal vez hallados luchando contra Dios” (Hch 5:38-39).

 

El gozo de padecer por causa de la justicia

 

La sesión del concilio culmina otra vez con ley mordaza para los apóstoles: “no hablen en el nombre de Jesús”. Después de esta nueva advertencia son azotados y puestos en libertad. Lo realmente asombroso es la actitud de los apóstoles ante tal intimidación, pues se sintieron “gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre”. Este mismo apóstol Pedro, que siente gozo al ser tenido por digno de padecer por causa de Cristo, es el que después alienta a los cristianos que están sufriendo la persecución: “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría” (1 Pe 4:12-13). El misterio se profundiza cuando el apóstol Pablo, en referencia a las tribulaciones de la persecución, dice: “A fin de que nadie se inquiete por estas tribulaciones; porque vosotros mismos sabéis que para esto estamos puestos” (1º Ts 3:3).

 

El capítulo finaliza con una descripción de la rutina apostólica. Todos los días estaban o en el templo (lugar público) o por las casas (lugares privados), enseñando y predicando a Cristo sin cesar. No hay ninguna razón para que esta “rutina apostólica” no sea la “rutina cristiana” del siglo XXI.

viernes, 14 de agosto de 2020

La modernidad y la doctrina de la predestinación


Rechazo visceral de la doctrina 

Primero que todo, empezaremos con una definición de la doctrina de la predestinación:

 

“La palabra "predestinación" no siempre se usa en el mismo sentido. Algunas veces se emplea simplemente como sinónimo de la palabra genérica "decreto". En otros casos sirve para designar el propósito de Dios respecto a todas sus criaturas morales. Sin embargo, con más frecuencia denota "el consejo de Dios con respecto a los hombres caídos, incluyendo la soberana elección de algunos y la justa reprobación del resto”. L. Berkhof, Teología Sistemática, Capítulo 10.

 

No es fácil explicar el porqué esta doctrina genera tanta oposición en los círculos evangélicos. Algunos piensan que rechazar la predestinación es un repudio velado a la idea de un Dios soberano, pero no estoy seguro de eso. Tiendo a pensar que los que la rechazan ven en ella a un Dios injusto y a una humanidad prisionera de un destino inexorable.

 

A excepción de la “renaciente” Iglesia Presbiteriana, me atrevería a decir que el rechazo a la doctrina de la predestinación es amplio y quizás mayoritario en el contexto de las iglesias evangélicas. Normalmente suceden dos situaciones; o se evita toda mención a la doctrina o se eluden olímpicamente los pasajes bíblicos que la tratan de forma explícita. La predestinación genera una gran incomodidad cuando es invocada, pues a pesar de ser rechazada por la gente, la Palabra de Dios la reivindica claramente. La fuerza y el temor que genera esta doctrina está en su contundente e incuestionable base bíblica.

 

Para intentar dar una respuesta al porqué de esta reacción “anti predestinación”, recurriré a la producción teórica de la sociología. Es pertinente construir una respuesta desde ahí, ya que estamos tratando sobre reacciones humanas ante elementos culturales.

 

Lo que define a la modernidad

 

La modernidad es entendida por Alain Touraine como la única época de la historia que ha constituido “sujetos”. ¿Qué es un “sujeto” en esta definición? Un “sujeto” es una persona consciente de hacer su propia historia, de construir libremente su propia vida. Dicho de otra forma, si alguien piensa que su destino estaba escrito el día de su nacimiento, esa persona no sería “moderna” en este sentido. Pero si alguien es consciente que su vida depende de su esfuerzo, mérito y de las decisiones que tome, aquel sí es una persona genuinamente “moderna”.

 

A diferencia de la modernidad, en la Edad Media las personas ni siquiera se cuestionaban la posición social que les tocaba vivir. En la mayoría de los casos se nacía como parte del Estado Llano (que incluía pequeños burgueses, campesinos, artesanos, mendigos y esclavos), mientras unos pocos nacían destinados a ser nobles. Nadie pretendía cambiar su posición de nacimiento, no estaba ni siquiera en la mente de las personas. Se asumía que cada cual vivía la vida que le habían asignado. Como se mencionó, la modernidad se define en oposición a esta mentalidad, se rechaza la idea que el destino de cada persona esté escrito al momento de nacer.

 

Raymond Aron, otro famoso pensador social, señala que “la sociedad moderna es aquella que hace de la dinámica del cambio la condición de su existencia”. En otras palabras, sólo la modernidad es capaz de generar sujetos que se consideran capaces de impulsar cambios sociales, de construir ellos mismos sus propias vidas y comunidades, por eso los movimientos sociales son manifestaciones sólo existentes en los tiempos modernos. La modernidad se relaciona con la Ilustración y su reivindicación de la razón humana como base del conocimiento de la realidad, en desmedro de toda explicación metafísica. En otras palabras, ingresa la ciencia, sale la religión.

 

El fundamento de la modernidad se cruza con la Biblia

 

Si alguien en nuestro tiempo defendiera la idea que su vida estaba escrita en detalle antes de nacer, probablemente se le ridiculizaría. La libre agencia o voluntad de acción es la clave para entender al sujeto moderno. La conciencia de que es “uno mismo el que construye su propio destino” es una conciencia que solo crea la sociedad moderna.

 

Dicho todo lo anterior, nos acercamos al tema que quiero defender. La tesis es que el problema que tienen algunos con la doctrina de la predestinación es que ésta choca con el ideal de la modernidad. En este choque mental, es la mente del hombre moderno la que no sabe como acomodarse ante la doctrina, es como que si el aire adquiriera masa y uno chocara sin poder avanzar y sin ver con qué se está chocando. Aceptar que Dios “nos escogió en él antes de la fundación del mundo...” (Ef 1:4) está en abierta oposición a ser un “hijo de la modernidad”; es volver a instalar la idea de un “libreto” previo al nacimiento. En este caso, se trata de un “libreto” escrito desde la eternidad.

 

El mundo suele asociar a Calvino con la “doctrina de la predestinación”, pero se la presenta como una excentricidad de fanáticos religiosos, un absurdo para los tiempos modernos. Creo que sólo una mente transformada por el poder de Dios (1º Cor 1:16) está en condiciones no sólo de aceptar este misterio, sino también de sentir gozo, tranquilidad y confianza en el hecho que sea Dios quien controle todas las cosas.

sábado, 8 de agosto de 2020

Estudio capítulo 4 de Hechos


Echados en la cárcel

Uno de los primeros padecimientos de los apóstoles fue sufrir la cárcel injustamente. Pedro y Juan fueron encerrados toda una noche a la espera de ser interrogados por el concilio de Jerusalén o Sanedrín[1]. La razón del encierro fue el resentimiento de los sacerdotes judíos contra los apóstoles por enseñar sobre Jesucristo y la resurrección de los muertos. Cabe mencionar que el grupo que dominaba el Sanedrín era la secta de los saduceos, grupo religioso que negaba todo evento sobrenatural como los milagros, los ángeles y en especial la resurrección de los muertos. 

 

En este contexto de intimidación e incipiente persecución se registran cinco mil nuevos creyentes convertidos por la predicación apostólica. El encarcelamiento fue un burdo intento de detener el avance del reino de Dios a través de la predicación poderosa de la iglesia primitiva. 

 

El Concilio en Jerusalén

 

Al día siguiente Pedro y Juan fueron liberados y se dirigieron al concilio. En ese lugar se les exigió que dijeran con qué poder habían sanado al cojo en la puerta del templo. Se daba por hecho que existía un poder sobrenatural tras ellos, pues la sanación fue realizada ante muchas personas y no se podía negar fácilmente.

 

Pedro responde “lleno del Espíritu Santo” (Hch 4:8), o sea, completamente guiado por Dios, con sabiduría y valentía para enfrentar a la más alta alcurnia de la nación judía. El Señor había prometido guiar las palabras de sus discípulos cuando fuese el momento preciso (Lc 12:12), por lo que la argumentación de Pedro incluyó todo lo que Dios quiso declarar en aquel momento. 

 

Como sucedió en el capítulo 3 de Hechos, el apóstol Pedro se desmarca de la autoría del milagro señalando a Jesucristo de Nazaret, “a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por él este hombre está en vuestra presencia sano” (Hch 4:10). Con esta declaración Pedro provoca doblemente al Sanedrín, al culparlos por tercera vez de la muerte del Señor y en especial al reivindicar la resurrección de Cristo de entre los muertos, doctrina a la que los saduceos se oponían tenazmente. En otras palabras, Pedro les dice que el cojo “está en vuestra presencia sano” gracias al poder de aquel que ellos mismos mataron.

 

Cristo, la piedra reprobada por los edificadores (la nación de Israel) ha venido a ser la cabeza preeminente de la Iglesia (Ef 2:19-22). Romanos 9 refiere a Cristo como la “piedra de tropiezo” que hizo caer a Israel, pues buscaron la justicia de Dios a través de las obras de la ley y no por la fe (Rm 9:32-33). La exclusividad de salvación en Cristo se evidencia en la contundente declaración de Pedro: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hch 4:12). En Juan 14:6 el Señor declara ser el camino, la verdad y la vida; nadie puede llegar al Padre si no es por él. En la actualidad el apóstol Pedro sería acusado de fundamentalismo doctrinal al negar la posibilidad que los hombres puedan salvarse a través de otras religiones o credos. 

 

Pedro y Juan eran hombres populares, sin educación, por lo que se esperaba que hablaran y argumentaran como tales. No obstante, la sabiduría y elocuencia con que se expresaron maravilló a los miembros del concilio. Como mencionamos, el poder del Espíritu Santo guio a estos hombres a hablar en los términos y formas adecuadas. El Espíritu Santo es el que guía a todo cristiano a hablar la Palabra de Dios con denuedo y con inteligencia.

 

En resumidas cuentas, este episodio de la sanación del cojo se estaba convirtiendo en un gran dolor de cabeza para los religiosos judíos. La proclamación de Jesús como el mesías resucitado significaría para ellos una importante pérdida de poder, por esta razón recurrieron a la amenaza, “les intimaron que en ninguna manera hablasen ni enseñasen en el nombre de Jesús”[2](Hch 4:18). Para el apóstol Pedro esta petición era imposible de cumplir “porque no podemos de dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hch 4:20). Es imposible para el creyente poder dejar de hablar de Cristo ni siquiera estando bajo amenaza. Como declaró el apóstol Pablo “!ay de mí si no anunciare el evangelio!” (1º Co 9:16). 

 

Finalmente, el concilio decide soltar a Pedro y a Juan, a los que no fue posible castigar ya que el pueblo glorificaba a Dios por la sanidad realizada.

 

La alabanza a Dios

 

Una vez puestos en libertad Pedro y Juan contaron todo lo sucedido al resto de los apóstoles y discípulos, alabando a Dios por tal situación. En una expresión típica de adoración a Dios y que da cuenta de su soberanía sobre todo lo existente, se hace referencia al “creador de los cielos y de la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay” (Hch 4:24). Por otra parte, el Espíritu Santo, por boca de David, profetizó en el Salmo 2 los eventos que culminaron con la crucifixión del Señor. Ambos temas (Dios creador y los sufrimientos de Cristo anunciados en el AT) dan cuenta del designio o decreto de Dios, “para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera” (Hch 4:28). Con esta declaración queda en evidencia el reconocimiento de la soberanía de Dios por parte de la temprana iglesia apostólica.

 

Los creyentes piden denuedo

 

“Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra” (Hch 4:29). Es de notar que ni siquiera los apóstoles se eximían de la necesidad de pedir valor para predicar la Palabra de Dios, la valentía no se incluye instantáneamente al momento de la conversión, sino que es algo que el cristiano debe procurar por medio del Espíritu Santo. En particular ellos pedían valor para enfrentar las amenazas del concilio, pero el creyente actual también se enfrenta a diversas amenazas, en la misma medida que es fiel a la predicación del Evangelio genuino.

 

Hechos 4:31 señala que después de haber orado fueron llenos del Espíritu Santo y la consecuencia de esa llenura fue que “hablaban con denuedo la palabra de Dios” (Hch 4:31). El párrafo establece una relación causal indesmentible.

 

Todas las cosas en común

 

El libro de Hechos abunda en describir al cristianismo apostólico en términos de “unanimidad”. Había unidad de corazón, de alma, de comunión y solidaridad en los temas económicos. La vida cristiana de la iglesia primitiva es un ejemplo de servicio al prójimo, donde se suplen las necesidades concretas, donde cada miembro subordina su interés individual al bienestar de la comunidad de redimidos. El amor de Dios se manifiesta en una preocupación concreta por el bienestar del prójimo, no sólo en teoría.

 



[1]El Sanedrín era el cuerpo legislativo de la nación judía y también la corte suprema de justicia, tenía setenta y un miembros entre los que se contaba el sumo sacerdote.

[2]F. Bruce destaca que los integrantes del Sanedrín no hicieron un ataque directo a la enseñanza sobre la resurrección. Ni en esta situación ni en las sucesivas hubo acción contra la enseñanza apostólica central: que Cristo resucitó de los muertos.

sábado, 1 de agosto de 2020

Estudio capítulo 3 de Hechos



Las sanación de un cojo

 

El escenario de este capítulo es el templo de Jerusalén, en particular la zona de ingreso conocida como puerta “la Hermosa”. Los apóstoles Pedro y Juan asistían a la oración de la hora novena (equivalente a las 3 de la tarde), la que se relacionaba con el sacrificio continuo que se ofrecía en el templo dos veces al día. La instrucción de este procedimiento viene de Números 28.


La tranquilidad que proviene de lo predecible y regular -como este ritual permanente- es abruptamente quebrada por un acontecimiento sobrenatural; la sanación milagrosa de un hombre cojo que pedía limosna en la puerta del templo. Aquel arrastraba una cojera de nacimiento, sin remedio, por lo que la limosna era su único sustento. Afortunadamente, el hombre es sanado por Dios a través de Pedro y Juan, milagro realizado a vista de todos los presentes. Agradecido de Dios el hombre “se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios” (Hch 3:8). Es de notar que el sanado no dirige su alabanza ni agradecimiento a los apóstoles, sino que es consciente del verdadero autor del milagro. Esto podría indicar que Dios obró regenerándolo completamente. 

 

La reacción del pueblo fue de asombro y de espanto al presenciar este acontecimiento milagroso, probablemente debido a la poca costumbre que tenían en vivenciar un hecho como éste. De todos modos, este evento constituyó una credencial irrefutable del poder que actuaba a través de los apóstoles, poder que el Señor Jesucristo les había prometido recibir (Hch 1:8).

 

El segundo discurso de Pedro

 

El apóstol evita a toda costa ser el destinatario de la veneración del pueblo, pues temía que le atribuyeran a él la sanación del cojo. Es notable que Pedro, con un claro liderazgo en el apostolado, sea plenamente consciente de ser un mero instrumento en las manos de Dios, por lo que entrega toda la gloria y alabanza al Señor Jesucristo. Para eliminar cualquier duda el mismo pregunta en forma retórica: “¿por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a éste?” (Hch 3:12). Pedro se esmeró en no eclipsar en lo más mínimo la alabanza que solo el Señor Jesucristo merece recibir.

 

Acto seguido el apóstol no pierde la oportunidad de endosar nuevamente la muerte del Señor a su audiencia judía: “El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su Hijo Jesús, a quien vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilato, cuando éste había resuelto ponerle en libertad. Mas vosotros negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diese un homicida, y matasteis al Autor de la vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos, de lo cual nosotros somos testigos.” (Hch 1:13-15). Pedro evitó toda diplomacia en su discurso y acusó directamente al pueblo sin importarle su reacción. No obstante, después matiza la acusación al decir que no hubo “dolo” en la actuación de los judíos, sino solo ignorancia.

 

A continuación Pedro predica el Evangelio incluyendo algunos elementos que no estaban en su primer discurso de Hechos 2. Añade la finalidad expiatoria del llamado al arrepentimiento y la conversión, “para que sean borrados vuestros pecados” (Hch 3:19). Además, da cuenta del estado de paz con Dios que obtiene el hombre al ser reconciliado en Cristo “para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio”. La paz en Cristo constituye el verdadero reposo para todo ser humano (Rm 5:1). 

 

Más adelante el apóstol proclama que Cristo es aquel profeta del cual habló Moisés (Dt 18:15-16), levantado por Dios de entre su pueblo y al que es necesario prestar atención (Hch 3:22). La advertencia para quien no lo oye es ser “desarraigado del pueblo” (Hch 3:23). No sólo Moisés profetizó sobre Cristo, sino que desde Samuel en adelante la profecía refiere al Señor. ¿Por qué desde Samuel si antes también hay referencias a Cristo? Porque desde Samuel se estima el inicio de la época de los profetas. Finalmente, el mismo Señor Jesucristo señala que toda la Escritura trata sobre él (Jn 5:39). 

 

Finalmente, los últimos dos versículos del capítulo respaldan textualmente el cumplimiento en Cristo de la promesa que Dios hizo a Abraham “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra” (Gn 22:18). Dios envió a su Hijo primeramente a su pueblo, “a vosotros primeramente, Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad” (Hch 3:26). La bendición a Israel es finalmente bendición a todas las naciones (Rm 1:16).

 

Cristo dio por mi sangre carmesí

  Yo confío en Jesús y salvado soy, por su muerte en la cruz, a la gloria voy.   Cristo dio por mí sangre carmesí, y por su muerte en la cru...