viernes, 18 de diciembre de 2020

La inmoralidad institucionalizada de nuestro tiempo

 


Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido.

Profesando ser sabios, se hicieron necios

Romanos 1:21-22

 

Puede parecer contradictorio, pero la Biblia afirma que la humanidad sí ha conocido a Dios, o sea, ha tenido la posibilidad de saber de él por medio de lo que en teología se denomina la “revelación general”; el universo, la tierra y todo lo que en ella habita. 

 

Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (1) (Rm 1:20). 

 

Como si todo esto fuera poco, el hombre tiene una conciencia innata de la existencia y poder de Dios (Rm 2:15). Por esta razón, en el día del juicio no habrá excusa para quienes prefirieron negarlo. 

 

Negar a Dios exige un gran esfuerzo, un gasto de energía mental similar al de alguien que esconde una vida paralela. El Salmo 14 dice que los negadores de Dios son necios, lo que pareciera contradecir lo que vemos a diario, donde los personajes más ilustres no tienen relación con el Dios de la Biblia. Sin embargo, la negación de Dios no se relaciona tanto con necedad intelectual, sino con insensatez moral, con la absoluta imposibilidad de vislumbrar siquiera un ápice de la gloria de Cristo. Privarse de esto es la suprema insensatez.

 

La necedad lleva a la inmoralidad y esta última va aumentando como bola de nieve debido al descontrol humano. En los últimos años la descomposición valórica ha superado varios umbrales de ofensa contra Dios, son las mismas instituciones las que se modifican para dar cabida al pecado, son las leyes las que cambian para que el pecado sea normalizado.

 

Todos estos cambios se han dado en un lapso de tiempo increíblemente corto. Hace no más de 20 años minorías de diverso tipo dejaron de ocupar espacios marginales en la discusión pública y pasaron a convertirse en la expresión de grupos “oprimidos” por la estructura social, en una lectura marxista de tipo cultural, a la Escuela de Frankfurt. Con el tiempo estos grupos oprimidos se supieron instalar estratégicamente en espacios de poder y su tímida reivindicación ha pasado a ser el discurso dominante de prácticamente todo occidente. ¿Cómo lo hicieron en tan poco tiempo? ¿quién los respalda? Para un cristiano es fácil suponer quién está detrás de todo. Fueron exitosos en la implementación de programas de adoctrinamiento cultural, difundidos por prácticamente la totalidad de los medios de comunicación y absolutamente toda la industria de la entretención. No exagero al decir que se trata de una modificación a escala planetaria de ciertas pautas culturales, relacionadas a la moral sexual principalmente, situación sin precedentes en la historia de la humanidad, y cuya rapidez ha sido posible gracias a las nuevas tecnologías de la información y comunicación digital. 

 

Cuando pautas anti-bíblicas se convierten en institucionales, el pecado ya no es solo de carácter individual, es la sociedad completa la que condesciende en desafiar a Dios. Las instituciones -las leyes- operan con fuerza coercitiva, se imponen a los individuos, adquieren vida independiente de sus “creadores” y se defienden ante los discursos que las cuestionan. El matrimonio entre personas del mismo sexo, el aborto, la despenalización del consumo recreativo de drogas y la adopción homoparental son algunos ejemplos de ofensas institucionales a Dios.

 

Las valoraciones se invierten, los principios bíblicos pasan a ser “discursos de odio” y lo que el cristiano considera “bueno” es rechazado como algo “malo” por la sociedad-mundo. Como tantas otras veces, Dios ya nos había advertido que pasaría esto. 



[1] A propósito de Romanos 1:20, recordé una hermosa cita que expande la significación de este versículo: “Dios hizo al hombre pequeño y el universo grande para decir algo acerca de sí mismo.” – John Piper

 

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