Finalizado el concilio de Jerusalén, y zanjada la problemática de la observancia de los ritos judíos para salvación (Hch 15:1), volvió la normalidad a la actividad de la iglesia apostólica. Pablo y Bernabé continuaron con su ministerio de enseñar la Palabra de Dios en el contexto de la iglesia de Antioquía (Hch 1:35).
“Después de algunos días” es la expresión que abre el versículo 37, la que implica en realidad un periodo bastante más largo que sólo unos “días”, fueron varios meses los que Pablo y Bernabé estuvieron de “punto fijo” en la iglesia de Antioquía sirviendo como maestros. Como sabemos, el Señor dotó a su iglesia de hombres y mujeres con dones espirituales, los cuales son desempeñados para el avance del Reino de Dios. Pablo y Bernabé eran ante todo evangelistas, por lo que no podían permanecer durante mucho tiempo sin pensar en la multitud de personas que no conocían el evangelio de Cristo. Si bien su labor de maestros en Antioquía fue igualmente valiosa, su llamado más profundo era a la misión, entendida como la evangelización más allá de las fronteras del entorno inmediato. Para el apóstol Pablo estaba clara la advertencia del Señor “Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y !!ay de mí si no anunciare el evangelio!” (1º Co 9:16).
Por esta razón, después de un tiempo de servicio en Antioquía, apareció nuevamente la inquietud por retomar los viajes misioneros, “Volvamos a visitar a los hermanos en todas las ciudades en que hemos anunciado la palabra del Señor, para ver cómo están” (Hch 15:36). Es de destacar que el equipo misionero mostró responsabilidad y preocupación por la situación de las iglesias que plantaron durante el primer viaje, la idea era saber en qué situación se encontraban, en especial en lo espiritual. Creo que esto se relaciona con el siempre secundario concepto de “discipulado” en la gran comisión; es bueno hacer hincapié en la evangelización, pero no se debe descuidar el discipulado, la formación del nuevo creyente en las verdades esenciales de la Palabra de Dios.
Lamentablemente el inicio del segundo viaje misionero parte con un episodio bastante desagradable y amargo para la iglesia cristiana. Se trata de una discordia importante entre Pablo y Bernabé originada por la idea de este último de incluir a Juan Marcos -el que había desertado al comienzo del primer viaje misionero- en esta nueva expedición, situación que a Pablo no le pareció. Probablemente el apóstol desconfiaba de Marcos, el que había abandonado la misión por motivos desconocidos (Hch 13:13).
Lucas es discreto al narrar este conflicto y no entrega mayores detalles. Por esto mismo no sé si corresponda a los cristianos dar algún veredicto en favor de Pablo o de Bernabé, considerando que la misma Palabra de Dios no se pronuncia en favor de ninguno de los dos personajes. Se puede poner sobre la mesa argumentos en favor de ambas posiciones, por ejemplo, se podría apelar a la autoridad apostólica de Pablo, la que debió haber sido respetada por Bernabé. Pero también podríamos decir que Bernabé mostró misericordia por su sobrino Marcos, dándole una segunda oportunidad en el servicio misionero (después de todo, sólo somos hombres caídos). Quizá la clave se halle en el versículo 40, donde se menciona que Pablo y su nuevo compañero, Silas, salieron a Siria y Cilicia “siendo encomendados” por los hermanos de Antioquía, o sea, se hace explícito que fueron enviados por la congregación. Probablemente tuvieron que partir por Siria y Cilicia para evitar cruzarse con Bernabé y Marcos, los que ya se habían dirigido a Chipre, el lugar de partida del primer viaje misionero.
Como se mencionó, Silas fue el elegido de Pablo para ser reemplazante de Bernabé. Silas era uno de los líderes de la iglesia en Jerusalén, hombre idóneo para la misión. Se menciona que Silas era profeta (Hch 15:32), por lo que estaba capacitado para predicar la Palabra de Dios poderosamente. Sumado a lo anterior, Silas -al igual que Pablo- también era ciudadano romano (Hch 1:37), por lo que tenía el mismo estatus privilegiado que gozaba Pablo frente a las instituciones romanas.
Reflexionando sobre todo este episodio, parece evidente que la controversia no se resolvió de forma amigable. Sin embargo, aún cuando se gestó una división en el cuerpo de Cristo, no hay indicios que la situación haya implicado una confrontación más allá de lo permitido en el contexto de hermanos. En resumidas cuentas, el problema se acotó a una diferencia de opinión, propia de seres humanos con emociones y puntos de vista distintos. No se trató de una disputa con ataques verbales o agresiones físicas, fue una diferencia de opinión resuelta de forma pragmática.
Felizmente, la Palabra de Dios da testimonio que la relación de camaradería cristiana de Pablo tanto con Bernabé como con Marcos se restauró posteriormente, y este episodio de discordia no fue más que un asunto pasajero. Más adelante, en su tercer viaje misionero, Pablo escribió en buenos términos sobre el ministerio de Bernabé (1º Co 9:6). Por otro lado, Juan Marcos se convirtió en un colaborador tanto de Pablo (Col 4:10) como de Pedro (1 Pe 5:13). Por último, interesante es contemplar cómo la gracia de Dios, a pesar de todas estas situaciones poco felices, permitió a Juan Marcos quedar en la historia eterna como el autor de uno de los evangelios de la Palabra de Dios.
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