Una vez retirados de Filipos, los hermanos siguen dirección sur por Anfípolis y Apolonia, llegando finalmente a Tesalónica. Sólo de esta última ciudad se dice que tenía "una sinagoga de judíos" (Hch 17:1), quizá ésta fue la razón para ministrar en aquel lugar y no en las otras ciudades.
Como es sabido, el primer lugar al que Pablo se dirigía en cada ciudad eran las sinagogas. Ahí predicaba la Palabra en un contexto de personas familiarizadas con la profecía y con esperanza en el Mesías. Si bien Pablo se presentó como el apóstol a los gentiles (Rm 11:13), en el capítulo primero de su carta a los Romanos clarifica el orden de los destinatarios del evangelio: "Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego" (Rm 1:16). De esta manera, Pablo cumplió con el mandato de anunciar el evangelio primeramente a los de su nación, al olivo natural (Rm 11:24). El texto agrega que Pablo estuvo ministrando en la sinagoga por 3 días de reposo, lo que equivale a un periodo de 3 semanas.
Como hemos mencionado en otros análisis, Pablo presentaba el evangelio de forma diferente según la audiencia. No hablamos de variaciones en el evangelio, sino de distintas formas de introducir la exposición. Por ejemplo, tanto en la ciudad de Listra -en su primer viaje misionero- como en Atenas -durante su segundo viaje- Pablo no predica en una sinagoga, por lo que sus oyentes no son judíos. En ambos casos su exposición comienza con Dios y su poder creador de todo lo existente. En cambio, cuando visitaba las sinagogas el apóstol asumía que los oyentes tenían conocimiento del Dios de la Biblia y de la profecía del Antiguo Testamento. Pablo presentaba la historia haciéndola converger en la persona de Jesucristo, el cual debía padecer y resucitar de los muertos. Esto último generaba confusión en los judíos, pues la creencia común de ellos era que el Mesías sería una especie de conquistador que restauraría la nación a una situación más esplendorosa incluso que la de Salomón. Además, vengaría la opresión que sufría el pueblo en manos de los Romanos. Finalmente, el Mesías los conduciría al reino eterno. Por esta razón, un Mesías muerto en una cruz era un relato contradictorio a la expectativa del judío común, era una piedra de tropiezo para ellos (1º Co 1:23).
Probablemente Pablo apeló a pasajes como el Salmo 22 o Isaías 53 para comprobar que el Mesías debía padecer. El sistema de sacrificios del Antiguo Testamento, coordinado por los sacerdotes, fue un mero "adelanto", una "sombra" del sacrificio perfecto y completo efectuado por el Señor en la cruz del calvario (He 8:5). También es posible que Pablo haya citado el salmo 16 para describir la resurrección del Mesías.
Esta situación puede tener un paralelo en nuestros días. Es evidente que las promesas bíblicas no logran cumplir las expectativas de los hombres. Cuando el ser humano desea un progreso concreto en sus condiciones de vida, Dios "sólo" ofrece reconciliación con él mismo y una salvación cuyo disfrute se difiere al futuro más remoto. Cuando el mundo reclama la "ausencia" de Dios en las guerras, sufrimientos y catástrofes, se está clamando por un Dios que intervenga milagrosamente solucionando estas situaciones. Sin embargo, Dios no prometió intervenir resolviendo o anulando las consecuencias de las acciones humanas. De la misma manera en que el judío esperaba una liberación histórico-concreta, el hombre actual quiere la solución a sus problemas. Un Mesías sufriente y de muerte sustituta no satisfizo al judío del primer siglo, y tampoco al hombre natural actual.
Todos sabemos que la predicación del evangelio es un mandato para el cristiano, pero a veces es duro saber que Dios no garantiza resultados positivos. La predicación de Pablo en la sinagoga de Tesalónica hizo que "algunos de ellos creyeron" (Hch 17:4). El mismo Pablo escribió tiempo después a los Corintios "Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios" (2º Co 4:3-4). Esta impresionante cita da cuenta que la condición base del ser humano es de enceguecimiento, situación que sólo quizá pueda ser revertida por medio de la predicación del evangelio.
Entre los conversos en Tesalónica se contaron algunos judíos, muchos griegos piadosos y también mujeres nobles, o sea, la conversión traspasó fronteras sociales y raciales. Sin lugar a dudas esto gatilló el celo de los judíos dirigentes, los que reaccionaron tramando una especie de revuelta contra Pablo y la comitiva. Este "celo de los judíos" se ha repetido muchas veces a lo largo del libro de Hechos, y siempre tiene como consecuencia una expresión violenta contra los cristianos. El cristianismo no sólo ponía en jaque el sistema de rituales y toda la religión construida en torno al judaísmo, por sobre todo hacía tambalear el estatus privilegiado que tenían los grupos religiosos en aquella sociedad. Probablemente esto era lo que más indignación generaba en los cabecillas del judaísmo, la idea de perder la condición privilegiada que mantenían hasta ese entonces.
Gracias a Dios no lograron encontrar a los hermanos. La turba creyó que estaban en la casa del hermano Jasón, el que tuvo que sufrir el mal momento. Siguiendo con este intento de encontrar a Pablo y su comitiva, sacaron a Jasón de su casa y lo llevaron a las autoridades de la ciudad, acusándolo de proteger a los hermanos:
"Estos que trastornan el mundo entero también han venido acá; a los cuales Jasón ha recibido; y todos éstos contravienen los decretos de César, diciendo que hay otro rey, Jesús" (Hch 17:6-7).
En esta acusación hay dos verdades, pero utilizadas con la intención de dañar a los hermanos. Primero, es cierto que el mensaje que trata de Cristo reconciliando a Dios con el mundo es de tal relevancia que trastornó al mundo de ese entonces y sigue haciéndolo. Por otro lado, todo cristiano tiene sólo un Señor, y ningún gobernante puede atribuirse rasgos similares ni solicitar adoración ni nada parecido, lo que solía ser la norma en el imperio.
El versículo 8 confirma la acusación, el pueblo tesalonicense se "alborotó" y también las autoridades de la ciudad. Finalmente se pagó la fianza y Jasón quedó en libertad.
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