Estaba cerca la pascua de los judíos; y subió Jesús a Jerusalén, y halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados. Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado. Entonces se acordaron sus discípulos que está escrito: El celo de tu casa me consume.
Juan 2:13-17
Conocido es el pasaje donde el Señor purifica el templo de todo acto que no se relaciona con el quehacer de la casa de Dios. Por acción directa del Señor salen vendedores de animales, cambistas y saltan las monedas de cambio que se ocupaban en las transacciones en el patio de los gentiles, la sección externa del recinto del templo. Esta situación hizo recordar a los discípulos de Cristo el salmo 69:9
"Porque me consumió el celo de tu casa;
Y los denuestos de los que te vituperaban cayeron sobre mí"
El celo de Cristo por los negocios de su Padre incluyó un enojo santo por el mal uso de las dependencias del templo por parte de los judíos, los que comerciaban animales destinados al sacrificio, despreciando la ley de Dios. Esta situación ilustra de manera clara cómo el pecado humano puede trastornar todas las cosas, incluidas las de Dios. En nuestros días aparecen como hongos después de la lluvia espacios que se hacen llamar iglesias, cuya membresía es tratada como verdadera "mercadería" manipulada con "palabras fingidas" (2° Pe 2:3). Se ha hecho costumbre asociar el calificativo de "cristiana" o "evangélica" a organizaciones cuyos liderazgos se ocupan de engordar sus "propios vientres", engañando a los participantes con "suaves palabras y lisonjas" (Rm 16:18). Tristemente en nuestro tiempo la palabra "predicador" se asocia a "charlatán" o "parlanchín", ya que han abundado los personajes cuyas bocas "hablan cosas infladas, adulando a las personas para sacar provecho" (Jud 16). En estos contextos religiosos abunda la doctrina enferma, las "fábulas y los sueños" (Jud 8; Jer 27:9); los participantes de estos cultos tienen "comezón de oír" y los falsos maestros se amontonan conforme a sus propias concupiscencias (2° Tim 4:3). Nótese que la demanda por estos discursos hace que estos falsos maestros se "amontonen", o sea, son tantos que se apilan unos arriba de los otros. Los asistentes a estos improvisados edificios religiosos buscan liderazgos que proclamen lo que ellos quieren escuchar, rechazando la verdad para ir tras los mitos.
Así como la Iglesia de Cristo tiene obreros aprobados, enteramente preparados para toda buena obra (2 Tim 3:17), también hay obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo (2 Co 11:13). El apóstol Pablo explica que como el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz (2 Co 11:14), sus ministros, siguiendo el ejemplo de su maestro, se disfrazan de ministros de justicia.
La Palabra de Dios adelantó lo que sucedería con muchas congregaciones, la inclusión progresiva de elementos cada vez más pecaminosos terminaría con la iglesia convertida en una fuente de ganancias deshonestas para sus líderes. Finalmente, tenemos congregaciones arruinadas, no pocas veces producto de la cobardía de hombres que no fueron capaces de "contender ardientemente por la fe dada una vez a los santos" (Jud 3).
Los falsos maestros, los ministros de Satanás vestidos de ministros de justicia, la comezón de oír por parte de los asistentes, el deseo de oír fábulas y mitos conforme a sus propias concupiscencias, los liderazgos manipuladores de lenguaje suave y lisonjero y los hermanos cobardes, son el estado de descomposición final de una congregación. Creo que la primera gran alerta de peligro de corrupción congregacional es una sospechosa ausencia del evangelio en la predicación cotidiana.
Es deber de todo hombre o mujer de Dios estar alerta ante esta situación y hacer frente de forma valiente a cualquier intento de destrucción de la esposa de Cristo. Al igual que nuestro Señor, debemos poder decir "El celo de tu casa me consume" (Jn 2:17).
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