sábado, 31 de agosto de 2024

Cristo dio por mi sangre carmesí

 



Yo confío en Jesús

y salvado soy,

por su muerte en la cruz,

a la gloria voy.

 

Cristo dio por mí

sangre carmesí,

y por su muerte en la cruz,

la vida me dio Jesús.

 

Todo fue pagado ya.

Nada debo yo,

salvación perfecta da

quien por mí murió.

 

 

Comparto una sección de este maravilloso himno, desconozco su origen y autor. Mencionaré tres características que hacen notable su contenido:

 

I. La alabanza centrada netamente en el Señor Jesucristo. Como se puede observar, en este cántico Cristo crucificado lo es todo y es motivo suficiente para ser adorado por todos los hombres. La confianza en Jesús por parte del hombre es un don de Dios (Ef. 2:8), no algo propio del hombre. Por otro lado, la vida perfecta y muerte del Señor constituyen la "obra única" que nos permite entrar a la gloria de Dios (Rm 4:25).  

 

El ministerio de Pablo consistía básicamente en predicar el evangelio, tanto a judíos como a gentiles. El Evangelio, el testimonio de Dios, se centra en Cristo crucificado pagando la deuda por el pecado de su pueblo y reconciliando a los hombres con Dios. Pablo se propuso no saber algo diferente para entregar a los hombres; "Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a este crucificado" (1º Co 2:2).

 

El mensaje de Cristo crucificado es el único que tiene poder para regenerar al pecador, sólo en el Evangelio hay poder de Dios para salvación (Rm 1:16), no en los argumentos persuasivos ni las experiencias sobrenaturales que el hombre pueda contar. Si la conversión del hombre se debiera a la excelencia de la argumentación humana, entonces la fe cristiana se fundamentaría en la sabiduría de los hombres y no en el poder de Dios (1º Co 2:4-5).

 

La muerte y resurrección del eterno Hijo de Dios fue la única forma de reconciliar a Dios con este mundo caído. La sangre vertida en la cruz, expresión que simboliza su muerte, es la única y excluyente vía de satisfacer la demanda de un Dios justo, obligado a sentenciar y castigar el pecado de la humanidad: "Porque yo os entregué en primer lugar lo mismo que recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras" (1° Co 15:3). 

 

La salvación que recibimos por gracia es perfecta sólo por quien la obró: Cristo. El que no hizo pecado fue entregado como ofrenda, medio de pago por la deuda de nuestro pecado. De esta manera hemos sido justificados en Cristo delante de Dios (2° Co 5:21), liberados de la sentencia eterna del pecado, tenemos como regalo la vida eterna en Cristo Jesús (Rom 6:23).

 

II. Si usted puede notar en el himno, las alusiones a los hombres tales como "yo confío en Jesús" o "Nada debo yo", están claramente puestas en referencia a la obra del Señor. Qué diferencia con los cánticos actuales donde el protagonismo está en los vericuetos de la vida cotidiana, o en los problemas del hombre moderno. En la música actual, el Señor aparece -si es que aparece- como una mera una vía de escape para lograr paz temporal. Como podemos apreciar, este himno legendario hace lo opuesto, la mirada del compositor está en la cruz del calvario y los hombres estamos contemplando, desde nuestras posibilidades, la gloria de Cristo en el evangelio. Los cristianos tenemos la posibilidad -a diferencia de los hombres que viven en tinieblas- de vislumbrar la gloria de Cristo por la fe: "Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo" (2° Co 4:6).

 

III. La mirada del compositor está puesta en las cosas eternas, no en las de esta vida. No se trata que todo lo que suceda en esta vida sea pecaminoso, pero debido a nuestra naturaleza caída, tenemos esa tendencia a construir castillos de cristal en nuestro andar diario, buscando en esta vida la satisfacción profunda que sólo Cristo puede dar. El Señor Jesucristo señaló: "más el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna" (Jn 4:14). 

 

El himno mira hacia 2 mil años atrás, momento en que cumplido el tiempo, el autor de todas las cosas, en obediencia al Padre, obró en nuestro favor. Cuando Dios decidió el devenir de la historia, determinó que alguien debería tomar el lugar del pecador, recibir su castigo en forma sustituta y salvarlo, el Hijo clamó "Heme aquí, envíame a mí". Gracias a Cristo todo fue pagado, la salvación perfecta y final fue lograda y los cristianos genuinos tenemos una perspectiva de gloria eterna, "a la gloria voy", como dice el himno, en virtud de lo obrado por aquel en quien no hubo pecado. 

 

El himno se centra en la eternidad, en las cosas de arriba, donde el Señor, por medio del apóstol Pablo, nos manda a poner "la mira" (Col 3:1-2).

 

 

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