sábado, 26 de septiembre de 2020

La verdadera comunión



Hay un problema con la definición

Muchas veces los problemas doctrinales surgen de la vaga definición de los conceptos de nuestro “lenguaje cristiano”. El no ser precisos en nuestras definiciones impulsa a que cada persona elabore para si una idea aproximada de lo que significa o puede significar tal o cual palabra. Recuerdo haber oído a Paul Washer comentar sobre los serios problemas que acarrea esta imprecisión en las definiciones, pues conceptos como salvación, gracia o redención son entendidos de forma distinta por las personas. Los problemas doctrinales surgen o se consolidan porque los conceptos que se invocan rara vez se definen, y los oyentes no siempre disponen de un diccionario bíblico a mano. 

 

Pienso que esta situación aplica también para la idea de “comunión”. Estoy convencido que no todos entendemos lo mismo cuando hablamos de comunión entre hermanos. Lo lamentable es que esta indefinición o ambiguedad tiene consecuencias negativas para la congregación, pues livianamente se le llama comunión espiritual a actividades que no lo son, y los hermanos creyendo tener “comunión”, finalmente no la tienen nunca. 

 

La comunión no bíblica entre hermanos: por similaridad social

 

Lo que se entiende por comunión cristiana en la actualidad es básicamente una reunión informal de hermanos en un contexto diferente al de la iglesia, donde se conversan temas variados mientras se consume algo. Rara vez participa la congregación completa en una actividad informal, normalmente solo se convocan personas cercanas al organizador. De esta manera se van conformando grupos de personas similares al interior de la iglesia, los que estrechan lazos en la medida que se reúnen. Los grupos se pueden articular por edad, trabajo, domicilio, estudios, recursos, vacaciones, compras, marcas, etc, dejando automáticamente afuera a las personas que se alejan de la clasificación. Este tipo de agrupamiento cerrado tiene un fundamento mundano, pues son variables “de este mundo” las que determinan la convocatoria a participar y también son las que guían la interacción entre las personas al interior de los grupos.

 

Este fenómeno social es característico en congregaciones donde predominan intereses terrenales por sobre los espirituales, pues estos últimos no tienen la fuerza suficiente para hacer de la congregación un sólo grupo, unánime. En el libro de Hechos es reiterada la mención a la unanimidad en la iglesia apostólica, la que sólo se puede lograr cuando Cristo es el centro de la vida de los miembros “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos” (Hch 2:1) o “Y por la mano de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios en el pueblo; y estaban todos unánimes en el pórtico de Salomón” (Hch 5:12).

 

La comunión bíblica entre hermanos: por el Espíritu de Dios

 

“Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” (Hch 2:42). La comunión espiritual es el contexto comunitario donde el cristiano en conjunto con sus hermanos, a los cuales ama, puede conocer más al Señor y regocijarse en él.

 

La comunión espiritual incluye oración, estudio bíblico, exhortación y confrontación a través de la Palabra, además de aconsejamiento y consolación. La comunión espiritual requiere de hermanos que anden en luz, como lo advierte el apóstol Juan “Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1º Jn 1:6-7).

 

La comunión espiritual entre hermanos es también verdadera comunión con el Padre y el Hijo, por medio del Espíritu Santo “lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo” (1º Jn 1:3). 

 

La verdadera comunión no genera grupos al interior de la iglesia, puesto que lo “común que nos une” es la persona de Jesucristo y eso debería abarcar a la congregación completa. Por esta razón, la comunión en el Señor se vincula con la “unanimidad”, porque somos un solo cuerpo en el Señor, unidos en el mismo ánimo. Cristo es categórico al respecto en Juan 17:22-23 “La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado”.

 

Conclusión

 

Las iglesias con congregaciones espirituales son más unánimes que las iglesias donde predominan los intereses terrenales, las cuales tienden a dividirse en grupos de personas similares en su interior. 

 

 

 

 

jueves, 24 de septiembre de 2020

Estudio capítulo 7 de Hechos (Parte III)



La infinidad de Dios

 

El discurso de Esteban hace referencia ahora al tabernáculo del desierto. Esta estructura constituye un tipo de Cristo, pues prefigura la habitación de Dios entre los hombres. El tabernáculo satisfizo el deseo de Dios de morar entre su pueblo, de la misma manera que lo hizo Emanuel, Dios con nosotros. En Éxodo 25:8 dijo Dios “Y harán un santuario para mi, y habitaré en medio de ellos”. En Juan 1:14 la Biblia dice “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”. En este verso la palabra “habitó” tiene el significado base de “acampar” o “residir”, de la misma manera en que Dios lo hizo en el tabernáculo del AT. Otras versiones traducen esta palabra como “extendió su tabernáculo”.

 

La presencia de Dios se simbolizaba a través de la nube en el día o de la columna de fuego en la noche y ambas se posicionaban sobre el tabernáculo (Ex 13:17-22), lugar donde los sacerdotes debían guardar la más estricta solemnidad, en especial en las secciones interiores, el lugar santo y el lugar santísimo. Después de divagar por el desierto durante 40 años, el tabernáculo es llevado por Josué al otro lado del Jordán (Hch 7:45). Con el tiempo, producto de las sucesivas infidelidades de Israel, el tabernáculo fue perdiendo protagonismo y el pueblo comenzó a realizar sacrificios en formas que Dios no había prescrito (1º Sm 13:9-13).

 

Ya en plena monarquía en Israel, David quiso construirle a Dios una casa de mayor espectacularidad, de hecho alcanzó a hacer algunas gestiones para comenzar la construcción “Y dijo David a Salomón: Hijo mío, en mi corazón tuve el edificar templo al nombre de Jehová mi Dios” (1º Cr 22:7). La intención del corazón de David era buena, pero no fue la voluntad de Dios, pues las manos de David habían derramado mucha sangre, por lo que no eran las más adecuadas para construir el templo “Mas Dios me dijo: Tú no edificarás casa a mi nombre, porque eres hombre de guerra, y has derramado mucha sangre” (1 Cr 28:3). Sería finalmente Salomón -cuyo nombre significa paz- el que construiría el templo, el de mayor gloria en toda la historia de la nación (1º Cr 22:10).    

 

Es importante mencionar que lugares físicos como el tabernáculo o el templo, si bien eran llamados “casa de Dios”, lo eran en un sentido bastante acotado, más bien simbólico. La esencia de Dios no es contenible por un espacio físico, ni por un lapso temporal, ni por algún límite específico. Esto refiere a la infinidad de Dios, que en relación a la dimensión espacial se le conoce como omnipresencia. La cita a Isaías 66:1-2 da cuenta de manera poética que Dios no puede ser contenido ni por el cielo ni por la tierra, él trasciende todas las cosas existentes.

 

El rechazo del concilio

 

Después de haber hecho un breve recorrido por los personajes centrales de la historia de la nación, ahora el discurso de Esteban se vuelve derechamente ofensivo, pues le enrostra a los sacerdotes del concilio su incapacidad de ver en la historia de Israel -la que era bien conocida por ellos- todo un desarrollo que apunta a Jesucristo. “!Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros” (Hch 7:51). Como se puede ver, no se trata de una declaración amistosa, sino un ataque directo al orgullo de los miembros de la principal corte de justicia de la nación, y los trata de una manera que ellos no estaban acostumbrados. 

 

La ofensiva no ha terminado aún. Ahora Esteban traza una continuidad entre las muertes de los profetas del AT con la muerte de Cristo, y al igual que Pedro, le endosa la muerte del Señor a los sacerdotes del concilio “¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Y mataron a los que anunciaron de antemano la venida del Justo, de quien vosotros ahora habéis sido entregadores y matadores” (Hch 7:52). La muerte de los enviados de Dios es algo que el mismo Señor Jesús hubo de destacar “!!Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! !!Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” (Mt 23:37).

 

El cargo final de Esteban se refiere al rechazo de Israel a la ley de Dios. Siendo ésta una bendición exclusiva de esta nación “¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? ¿o de qué aprovecha la circuncisión? Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente, que les ha sido confiada la palabra de Dios.” (Rm 3:1-2) Este abandono de los mandamientos de Dios queda en evidencia al conocer el devenir de Israel, cuyo último registro histórico es un triste retorno desde el cautiverio babilónico.

 

Finalmente, todas estas imputaciones generaron la rabia en los miembros del concilio contra Esteban “Oyendo estas cosas, se enfurecían en sus corazones, y crujían los dientes contra él” (Hch 7:54).

 

Esteban con la mira en Jesús

 

Antes de su terrible muerte, Esteban tuvo un momento de extrema motivación. Uno podría conjeturar que su visión previa eliminó cualquier dolor físico derivado de la lapidación, sé que esto no es parte del relato bíblico, pero siempre he imaginado esta situación en el caso de los mártires. “Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios” (Hch 7:55-56) 

 

Esteban puso los ojos en el cielo, donde pudo ver a Jesús a la diestra de Dios. El apóstol Pablo nos llama a poner la mira en las cosas de arriba, lo que se puede hacer siempre y cuando hayamos resucitado con Cristo. El detalle no es menor, sólo el renacido por la gracia de Dios tiene la capacidad de buscar las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios (Col 1:1). El ser humano no regenerado, el que permanece en sus pecados, está completamente impedido de “poner los ojos en el cielo”.

 

La muerte de Esteban

 

Finalmente se consuma la muerte de Esteban por lapidación. El cargo contra él fue de blasfemia (Lv 24:16), agudizado por la rabia que habían provocado sus palabras. Pablo estaba presente en ese momento y cargó con las ropas de Esteban, lo que pone de manifiesto su acuerdo con la muerte. Nobles son las palabras de Esteban al momento de morir “…Señor, no les tomes en cuenta este pecado...” (Hch 7:60) las que evocan a las proferidas por Cristo en la cruz del calvario “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen…” (Lc 23:34).

 

 

domingo, 20 de septiembre de 2020

Estudio capítulo 7 de Hechos (Parte II)


Moisés, otro precursor de Cristo

 

El discurso de Esteban se centra ahora en la imponente figura de Moisés, el gran libertador del pueblo de Israel. Como también sucedió con José, es posible hallar varios paralelos entre acontecimientos de la vida de Moisés y la de Cristo, como su nacimiento en condiciones hostiles, la identificación con los sufrimientos de la nación, el rechazo que experimentaron de parte de sus hermanos y finalmente, la acción libertadora en favor del pueblo escogido.

 

El discurso de Esteban va revelando características y acciones propias del Señor en referentes pasados de la nación, haciéndose progresivamente explícito el plan de Dios centrado en la persona de Cristo. Los personajes previos que se insertan en la narrativa fueron sin duda valiosos instrumentos en las manos de Dios, pero sólo constituyen prototipos de corto alcance en relación a Cristo. Los oyentes del concilio tenían cabal conocimiento de los patriarcas y de Moisés, y de esta manera se acercaron a comprender el hilo argumental de Esteban que tenía por propósito la revelación del Señor. La vinculación y subordinación de la historia de Israel a la persona de Jesucristo explicaría la reacción del Sanderín y la cruel resolución que recayó sobre Esteban. De hecho, Esteban también menciona que Moisés habló directamente de su antitipo “Profeta os levantará el Señor vuestro Dios de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis” (Hch 7:37).

 

Moisés sufrió la persecución por orden de Faraón desde recién nacido. Idéntica situación vivió Cristo, que tuvo que ser llevado a Egipto para sortear la amenaza. Una vez superada esta circunstancia, la crianza de Moisés se da en forma milagrosa por parte de la hija de Faraón “Y cuando el niño creció, ella lo trajo a la hija de Faraón, la cual lo prohijó, y le puso por nombre Moisés diciendo: Porque de las aguas lo saqué” (Ex 2:10). Moisés fue criado en el seno de la familia de Faraón y llegó a ser un hombre “poderoso en palabras y obras” (Hch 7:22). El mismo Señor Jesucristo también creció en estatura y sabiduría en su adolescencia (Lc. 2:52), como corresponde a una persona completamente divina, pero no menos humana.

 

Esteban prosigue su discurso narrando un episodio particular en que un israelita rechaza la autoridad de Moisés “A este Moisés, a quien habían rechazado, diciendo: ¿Quién te ha puesto por gobernante y juez?...” (Hch 7:35). En un acto criminal de justicia propia, Moisés da muerte a un egipcio que oprimía laboralmente a un israelita. Esta muerte no sería en vano, pues Moisés al intentar mediar un conflicto entre dos israelitas, es reprendido por uno de ellos “¿Quién te ha puesto por gobernante y juez sobre nosotros? ¿Quieres tú matarme, como mataste ayer al egipcio?” (Hch 7:27-28). De esta manera, Moisés entiende que su crimen ya se había difundido y huye a Madián, volviendo 40 años más tarde a Egipto. Este mismo rechazo halló el Señor Jesucristo en sus hermanos israelitas, “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Juan 1:11), posponiendo la redención completa del pecado de Israel.

 

Moisés huyó a Madián y fue en aquel lugar donde se le aparece el Señor en la llama de fuego de la zarza (Hch 7:30). El Señor se revela a Moisés y le comunica que a través de él liberará al pueblo de la opresión egipcia (Hch 7:35). La “mano fuerte” y libertadora de Dios obra a través de milagros de gran escala, eventos que llegaron a ser conocidos por otras naciones circundantes e hicieron de Israel una nación temible: prodigios y señales en la tierra de Egipto frente a Faraón, la apertura del Mar Rojo, la entrega de la Ley en el Sinaí, la provisión sobrenatural en el desierto, diversos juicios de catastróficas consecuencias, entre otros (Hch 7:36). 

 

Por otro lado, el discurso de Esteban también da cuenta de uno de los oficios del Señor Jesucristo “Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare. Mas a cualquiera que no oyere mis palabras que él hablare en mi nombre, yo le pediré cuenta.” (Dt 18:18-19).  El mismo Señor Jesucristo confirmó su oficio al decir “que el profeta no tiene honra en su propia tierra” (Jn 4:44). Además muchos de sus mensajes son de carácter profético, por ejemplo, el Sermón del Monte (Mt 5-7), el mensaje del Monte de los Olivos (Mt 24-25) o el mensaje a los discípulos en el aposento alto (Juan 13-16). 

 

“Y nunca más se levantó profeta en Israel como Moisés, a quien haya conocido Jehová cara a cara” (Dt 34:10). Moisés recibió de Dios las tablas de la ley y su rostro mostraba las marcas de ese encuentro “Y aconteció que descendiendo Moisés del monte Sinaí con las dos tablas del testimonio en su mano, al descender del monte, no sabía Moisés que la piel de su rostro resplandecía, después que hubo hablado con Dios” (Ex. 34:29). En una forma similar, el Señor Jesucristo expuso de forma visible, aunque limitada, su gloria divina. Él no necesito recibir el reflejo de Dios, pues lo es completamente. “Y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz” (Mt. 17:2) En este episodio el Señor se mostró justamente en compañía de Moisés y de Elías, mientras Pedro y Juan observaban. 

 

La persistente idolatría en Israel

 

Los versículos 42 y 43 hacen referencia a la profecía de Amos (Am 5:25-27). La descripción es dura, pero está en sintonía con la manera en que Dios actúa en determinadas circunstancias. Como se indica en el libro de Romanos, Dios se aparta de los hombres en juicio y los “entrega” al resultado de la maldad de su mente (Rm 1:24, 26, 28). Esta sección pone de manifiesto que Dios abandonó al pueblo a la idolatría que fluía de forma vigorosa desde sus corazones (Os 4:17). Cuando Moisés tardó en el monte Sinaí, el prueblo se “volvió a Egipto”, ofreciendo adoración y sacrificios a un becerro de oro (Hch 7:39-41). Si consideramos el tiempo desde la divagación del pueblo en el desierto hasta el cautiverio babilónico, Israel nunca pudo desprenderse completamente del culto idolátrico.

domingo, 13 de septiembre de 2020

Un mundo golpeado en su autoestima

 


La humanidad ha desechado al Dios verdadero

“Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido” (Rm 1:21).


La Biblia dice que la creación da testimonio de la existencia de Dios, de modo que en el día del juicio no habrán excusas válidas para los que se declaran no creyentes. Además los cristianos estamos puestos en este mundo para dar testimonio del Señor (1 Ts 3:3), y en mayor o en menor medida hemos comunicado la verdad sobre el Dios de la Biblia.


Sin embargo, la historia nos muestra que la humanidad habiendo conocido a Dios no le ha glorificado como él se merece. Es más, se podría decir que el hombre se ha regocijado en desterrar a Dios de todos los espacios de discusión y decisión. Hay una regla tácita que dice “no hay problema con que usted sea creyente, siempre y cuando no hable sobre su religión”. Parece que los creyentes debemos contentarnos con llevar una fe subjetiva.


Pero esto no termina aquí. Luego de haber expulsado a Dios de la sociedad, el hombre rápidamente encontró un sustituto para enfrentar la incertidumbre natural de la vida. La paradoja es que este sustituto es el mismo hombre. Éste se ha instalado en el lugar que le corresponde a Dios y hábilmente ha legitimado esta usurpación desarrollando ideologías en lugar de la eterna Palabra de Dios. Lamentablemente este fenómeno no es sólo característico del mundo incrédulo, también la iglesia ha ido incorporando la idea que el propósito de toda la creación, incluso de Dios mismo, es la felicidad del hombre. 


“Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios...” (Rm 1:28). Algo característico de la cultura actual es que ha pasado de negar al Dios verdadero a sencillamente “no tenerlo en cuenta”. Nadie se hace problemas por transgredir la ley de Dios, se vive como si el Dios de la Biblia no existiera. En España esta conducta es conocida como el “ninguneo”.


La impotencia del mundo


Vamos ahora a la contingencia. El coronavirus ha afectado seriamente al mundo, los millones de contagiados, los miles de muertos y el descalabro económico así lo acreditan. No obstante, sin desconocer los impactos económicos y sanitarios de la pandemia, creo que el mayor golpe será dado a la autoestima de la humanidad actual. Estoy convencido que los discursos orgullosos sobre el progreso ilimitado de la humanidad debieran tender a ser más ponderados. Ha quedado en evidencia que el avance tecnológico tiene claras limitaciones de tiempo y capacidad.


La humanidad está desorientada, incluso han surgido voces que hablan del fracaso de la globalización, acaso el último de los grandes proyectos mundiales. Parecen de otras épocas los anuncios sobre viajes a Marte o sobre vehículos autónomos, hemos retrocedido a la medicina del siglo XIX; cuarentenas, mascarillas y distanciamiento social (que en vez de “social” debiera ser “físico”, pues ya estamos lo suficientemente segregados como para distanciarnos más aún).


Como se dijo antes, si la humanidad aprobó no tener en cuenta a Dios, es entendible que Dios se burle de la humanidad. En tiempos pasados Dios ya se ha reído del orgullo humano. “Pero tú, Dios nuestro, te burlas de ellos; te ríes de todas las naciones.” (Sal 59:8)


sábado, 5 de septiembre de 2020

Estudio capítulo 7 de Hechos (Parte I)



El turno de Esteban en el Sanedrín  

 

Esteban es otro testigo de Cristo al que le corresponde ir al concilio de Israel y ofrecer su defensa, lo que nos recuerda las palabras del Señor en Hch 1:8 “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”. Es del todo evidente que el poder del Espíritu de Dios guió las palabras de estos hombres y además les revisitió de valentía para enfrentar al Sanedrín. Ya lo había hecho Pedro un par de ocasiones antes, ahora era el turno de Esteban. 

 

El discurso de Esteban tiene como base el nacimiento del pueblo hebreo y traza una sucesión de personajes claves en Israel hasta la llegada del Mesías. El mensaje gradualmente va revelando, a través de la vida de hombres escogidos, rasgos de la obra de redención definitiva realizada por Jesucristo 2000 años después.

 

De Abraham a José

 

En la primera sección del discurso de Esteban destaca la figura de Abraham, y en menor medida sus descendientes, Isaac, Jacob y los patriarcas de las doce tribus. Abraham, el padre de la fe, es la persona que recibe la promesa de parte de Dios “En tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra” (Gn 22:18, Hch 3:25). En Hechos 3:26 se respalda textualmente el cumplimiento de la promesa en Cristo “a vosotros (Israel) primeramente, Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad” (Hch 3:26). La buena noticia es que Cristo es una bendición para todas las naciones de la tierra, aunque Israel tenga la prerrogativa: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego” (Rm 1:16).

 

Abraham es llamado el padre de la fe (Rm 4:16) y antecedente primigenio del pueblo escogido. El apóstol Juan describe la eternidad de Cristo al mencionar la presencia del Señor en los tiempos de la promesa: “Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy” (Jn 8:58). De este modo, la promesa hecha por Dios a Abraham tiene en el Señor Jesucristo tanto el cumplimiento como su autoría. Como se puede apreciar, toda esta sección centrada en Abraham sirve de punto de partida para describir el plan de salvación ideado por Dios desde la eternidad (Hch 2:23; 4:28).

 

 De José a Moisés

 

Como resultado de la envidia de sus hermanos, José es vendido a Egipto (Gn 37:4). Los eventos fueron trágicos para José, no se puede soslayar el sufrimiento y la impotencia ante las circunstancias que debió enfrentar. Sin embargo, el plan de Dios había organizado estos sucesos para que el pueblo de Israel llegara a estar cautivo en Egipto durante 400 años. Dios en su soberanía ordena las cosas a su parecer y no tiene razón para informar a los hombres sobre los detalles, “Nuestro Dios está en los cielos; El hace lo que le place” (Sal 115:3).

 

A pesar de los sufrimientos que experimentó José, como el repudio de sus hermanos (Gn 37:28), la tentación y posterior calumnia de la mujer de Potifar (Gn 39:7-9) o el injusto castigo en la cárcel (Gn 39:20-21), la Biblia dice que Dios estaba con él, y tuvo sabiduría y gracia para desenvolverse en las más “altas esferas” egipcias (Hch 7:9, Gn 39:1-2). De esta manera, el que Dios “esté con alguien” no significa que los acontecimientos resulten siempre “bien” desde una perspectiva humana, Dios está con los hombres que le sirven y hacen su voluntad en cualquier situación. En este marco hermenéutico se puede entender correctamente un versículo tan usado como Romanos 8:28: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”. El “bien” de este verso se entiende desde la perspectiva de Dios, no del hombre.

 

Después de haber sufrido injustamente la cárcel por un par de años, José es convocado a interpretar el sueño de Faraón. Es conocida su recomendación: “acumule tanto como pueda mientras haya abundancia, de esa manera podrá enfrentar la hambruna”. Con esta previsión Egipto pudo enfrentar la adversidad mientras que el resto del mundo -incluído Israel- comenzaban a sufrir escasez. Finalmente, es el hambre lo que moviliza a los hijos de Israel a buscar ayuda en Egipto, y tanto Jacob como sus hijos terminan postrándose ante José -segunda autoridad después de Faraón en ese entonces- dando cumplimiento al sueño que este último había tenido mientras vivía con su familia (Gn 37:9).

 

Ya establecidos en Egipto, los descendientes de Israel se multiplican en número, mientras que su duro trabajo les había dado la reputación de pueblo poderoso. “He aquí, el pueblo de los hijos de Israel es mayor y más fuerte que nosotros” (Ex 1:9). Un hecho clave en esta historia es la aparición de un nuevo rey en Egipto, posterior a la muerte de José, el que probablemente no fue bien informado de lo bueno hecho por el hebreo. Este rey endureció la esclavitud en que vivían los israelitas hasta tornarla insostenible: “ahora, pues, seamos sabios para con él (Israel), para que no se multiplique, y acontezca que viniendo guerra, él también se una a nuestros enemigos y pelee contra nosotros, y se vaya de la tierra. Entonces pusieron sobre ellos comisarios de tributos que los molestasen con sus cargas…” (Ex 1:10-11). 

 

A pesar que José no es mencionado explícitamente como un tipo de Cristo en el NT, son varios los paralelos que se pueden trazar entre su vida y el Señor Jesús. José sufre el oprobio y envidia de parte de sus hermanos, pero a pesar de eso tiene capacidad para perdonarlos olvidando todo lo sucedido: “Entonces dijo José a sus hermanos: Acercaos ahora a mí. Y ellos se acercaron. Y él dijo: Yo soy José vuestro hermano, el que vendisteis para Egipto. Ahora, pues, no os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros” (Gn 45:4-5). De la misma manera, la salvación y liberación que experimenta Israel a través de José adelanta de manera acotada la salvación eterna que se hace posible en la persona de Cristo, “Y Dios me envió delante de vosotros, para preservaros posteridad sobre la tierra, y para daros vida por medio de gran liberación” (Gn 45:7). Finalmente, José tuvo en el copero esperanza de alcanzar misericordia, por eso le dice: “acuérdate, pues, de mi cuando tengas ese bien, y te ruego que uses conmigo de misericordia, y hagas mención de mí a Faraón, y me saques de esta casa” (Gn 40:14). Esa misma esperanza de liberación la hallamos en el ladrón crucificado, el cual le ruega al Señor “… acuérdate de mí cuando vengas en tu reino” (Lc 23:42).

La balanza de nuestras obras en el día del juicio

  "El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios trae...