sábado, 5 de septiembre de 2020

Estudio capítulo 7 de Hechos (Parte I)



El turno de Esteban en el Sanedrín  

 

Esteban es otro testigo de Cristo al que le corresponde ir al concilio de Israel y ofrecer su defensa, lo que nos recuerda las palabras del Señor en Hch 1:8 “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”. Es del todo evidente que el poder del Espíritu de Dios guió las palabras de estos hombres y además les revisitió de valentía para enfrentar al Sanedrín. Ya lo había hecho Pedro un par de ocasiones antes, ahora era el turno de Esteban. 

 

El discurso de Esteban tiene como base el nacimiento del pueblo hebreo y traza una sucesión de personajes claves en Israel hasta la llegada del Mesías. El mensaje gradualmente va revelando, a través de la vida de hombres escogidos, rasgos de la obra de redención definitiva realizada por Jesucristo 2000 años después.

 

De Abraham a José

 

En la primera sección del discurso de Esteban destaca la figura de Abraham, y en menor medida sus descendientes, Isaac, Jacob y los patriarcas de las doce tribus. Abraham, el padre de la fe, es la persona que recibe la promesa de parte de Dios “En tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra” (Gn 22:18, Hch 3:25). En Hechos 3:26 se respalda textualmente el cumplimiento de la promesa en Cristo “a vosotros (Israel) primeramente, Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad” (Hch 3:26). La buena noticia es que Cristo es una bendición para todas las naciones de la tierra, aunque Israel tenga la prerrogativa: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego” (Rm 1:16).

 

Abraham es llamado el padre de la fe (Rm 4:16) y antecedente primigenio del pueblo escogido. El apóstol Juan describe la eternidad de Cristo al mencionar la presencia del Señor en los tiempos de la promesa: “Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy” (Jn 8:58). De este modo, la promesa hecha por Dios a Abraham tiene en el Señor Jesucristo tanto el cumplimiento como su autoría. Como se puede apreciar, toda esta sección centrada en Abraham sirve de punto de partida para describir el plan de salvación ideado por Dios desde la eternidad (Hch 2:23; 4:28).

 

 De José a Moisés

 

Como resultado de la envidia de sus hermanos, José es vendido a Egipto (Gn 37:4). Los eventos fueron trágicos para José, no se puede soslayar el sufrimiento y la impotencia ante las circunstancias que debió enfrentar. Sin embargo, el plan de Dios había organizado estos sucesos para que el pueblo de Israel llegara a estar cautivo en Egipto durante 400 años. Dios en su soberanía ordena las cosas a su parecer y no tiene razón para informar a los hombres sobre los detalles, “Nuestro Dios está en los cielos; El hace lo que le place” (Sal 115:3).

 

A pesar de los sufrimientos que experimentó José, como el repudio de sus hermanos (Gn 37:28), la tentación y posterior calumnia de la mujer de Potifar (Gn 39:7-9) o el injusto castigo en la cárcel (Gn 39:20-21), la Biblia dice que Dios estaba con él, y tuvo sabiduría y gracia para desenvolverse en las más “altas esferas” egipcias (Hch 7:9, Gn 39:1-2). De esta manera, el que Dios “esté con alguien” no significa que los acontecimientos resulten siempre “bien” desde una perspectiva humana, Dios está con los hombres que le sirven y hacen su voluntad en cualquier situación. En este marco hermenéutico se puede entender correctamente un versículo tan usado como Romanos 8:28: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”. El “bien” de este verso se entiende desde la perspectiva de Dios, no del hombre.

 

Después de haber sufrido injustamente la cárcel por un par de años, José es convocado a interpretar el sueño de Faraón. Es conocida su recomendación: “acumule tanto como pueda mientras haya abundancia, de esa manera podrá enfrentar la hambruna”. Con esta previsión Egipto pudo enfrentar la adversidad mientras que el resto del mundo -incluído Israel- comenzaban a sufrir escasez. Finalmente, es el hambre lo que moviliza a los hijos de Israel a buscar ayuda en Egipto, y tanto Jacob como sus hijos terminan postrándose ante José -segunda autoridad después de Faraón en ese entonces- dando cumplimiento al sueño que este último había tenido mientras vivía con su familia (Gn 37:9).

 

Ya establecidos en Egipto, los descendientes de Israel se multiplican en número, mientras que su duro trabajo les había dado la reputación de pueblo poderoso. “He aquí, el pueblo de los hijos de Israel es mayor y más fuerte que nosotros” (Ex 1:9). Un hecho clave en esta historia es la aparición de un nuevo rey en Egipto, posterior a la muerte de José, el que probablemente no fue bien informado de lo bueno hecho por el hebreo. Este rey endureció la esclavitud en que vivían los israelitas hasta tornarla insostenible: “ahora, pues, seamos sabios para con él (Israel), para que no se multiplique, y acontezca que viniendo guerra, él también se una a nuestros enemigos y pelee contra nosotros, y se vaya de la tierra. Entonces pusieron sobre ellos comisarios de tributos que los molestasen con sus cargas…” (Ex 1:10-11). 

 

A pesar que José no es mencionado explícitamente como un tipo de Cristo en el NT, son varios los paralelos que se pueden trazar entre su vida y el Señor Jesús. José sufre el oprobio y envidia de parte de sus hermanos, pero a pesar de eso tiene capacidad para perdonarlos olvidando todo lo sucedido: “Entonces dijo José a sus hermanos: Acercaos ahora a mí. Y ellos se acercaron. Y él dijo: Yo soy José vuestro hermano, el que vendisteis para Egipto. Ahora, pues, no os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros” (Gn 45:4-5). De la misma manera, la salvación y liberación que experimenta Israel a través de José adelanta de manera acotada la salvación eterna que se hace posible en la persona de Cristo, “Y Dios me envió delante de vosotros, para preservaros posteridad sobre la tierra, y para daros vida por medio de gran liberación” (Gn 45:7). Finalmente, José tuvo en el copero esperanza de alcanzar misericordia, por eso le dice: “acuérdate, pues, de mi cuando tengas ese bien, y te ruego que uses conmigo de misericordia, y hagas mención de mí a Faraón, y me saques de esta casa” (Gn 40:14). Esa misma esperanza de liberación la hallamos en el ladrón crucificado, el cual le ruega al Señor “… acuérdate de mí cuando vengas en tu reino” (Lc 23:42).

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