domingo, 13 de septiembre de 2020

Un mundo golpeado en su autoestima

 


La humanidad ha desechado al Dios verdadero

“Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido” (Rm 1:21).


La Biblia dice que la creación da testimonio de la existencia de Dios, de modo que en el día del juicio no habrán excusas válidas para los que se declaran no creyentes. Además los cristianos estamos puestos en este mundo para dar testimonio del Señor (1 Ts 3:3), y en mayor o en menor medida hemos comunicado la verdad sobre el Dios de la Biblia.


Sin embargo, la historia nos muestra que la humanidad habiendo conocido a Dios no le ha glorificado como él se merece. Es más, se podría decir que el hombre se ha regocijado en desterrar a Dios de todos los espacios de discusión y decisión. Hay una regla tácita que dice “no hay problema con que usted sea creyente, siempre y cuando no hable sobre su religión”. Parece que los creyentes debemos contentarnos con llevar una fe subjetiva.


Pero esto no termina aquí. Luego de haber expulsado a Dios de la sociedad, el hombre rápidamente encontró un sustituto para enfrentar la incertidumbre natural de la vida. La paradoja es que este sustituto es el mismo hombre. Éste se ha instalado en el lugar que le corresponde a Dios y hábilmente ha legitimado esta usurpación desarrollando ideologías en lugar de la eterna Palabra de Dios. Lamentablemente este fenómeno no es sólo característico del mundo incrédulo, también la iglesia ha ido incorporando la idea que el propósito de toda la creación, incluso de Dios mismo, es la felicidad del hombre. 


“Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios...” (Rm 1:28). Algo característico de la cultura actual es que ha pasado de negar al Dios verdadero a sencillamente “no tenerlo en cuenta”. Nadie se hace problemas por transgredir la ley de Dios, se vive como si el Dios de la Biblia no existiera. En España esta conducta es conocida como el “ninguneo”.


La impotencia del mundo


Vamos ahora a la contingencia. El coronavirus ha afectado seriamente al mundo, los millones de contagiados, los miles de muertos y el descalabro económico así lo acreditan. No obstante, sin desconocer los impactos económicos y sanitarios de la pandemia, creo que el mayor golpe será dado a la autoestima de la humanidad actual. Estoy convencido que los discursos orgullosos sobre el progreso ilimitado de la humanidad debieran tender a ser más ponderados. Ha quedado en evidencia que el avance tecnológico tiene claras limitaciones de tiempo y capacidad.


La humanidad está desorientada, incluso han surgido voces que hablan del fracaso de la globalización, acaso el último de los grandes proyectos mundiales. Parecen de otras épocas los anuncios sobre viajes a Marte o sobre vehículos autónomos, hemos retrocedido a la medicina del siglo XIX; cuarentenas, mascarillas y distanciamiento social (que en vez de “social” debiera ser “físico”, pues ya estamos lo suficientemente segregados como para distanciarnos más aún).


Como se dijo antes, si la humanidad aprobó no tener en cuenta a Dios, es entendible que Dios se burle de la humanidad. En tiempos pasados Dios ya se ha reído del orgullo humano. “Pero tú, Dios nuestro, te burlas de ellos; te ríes de todas las naciones.” (Sal 59:8)


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