domingo, 20 de septiembre de 2020

Estudio capítulo 7 de Hechos (Parte II)


Moisés, otro precursor de Cristo

 

El discurso de Esteban se centra ahora en la imponente figura de Moisés, el gran libertador del pueblo de Israel. Como también sucedió con José, es posible hallar varios paralelos entre acontecimientos de la vida de Moisés y la de Cristo, como su nacimiento en condiciones hostiles, la identificación con los sufrimientos de la nación, el rechazo que experimentaron de parte de sus hermanos y finalmente, la acción libertadora en favor del pueblo escogido.

 

El discurso de Esteban va revelando características y acciones propias del Señor en referentes pasados de la nación, haciéndose progresivamente explícito el plan de Dios centrado en la persona de Cristo. Los personajes previos que se insertan en la narrativa fueron sin duda valiosos instrumentos en las manos de Dios, pero sólo constituyen prototipos de corto alcance en relación a Cristo. Los oyentes del concilio tenían cabal conocimiento de los patriarcas y de Moisés, y de esta manera se acercaron a comprender el hilo argumental de Esteban que tenía por propósito la revelación del Señor. La vinculación y subordinación de la historia de Israel a la persona de Jesucristo explicaría la reacción del Sanderín y la cruel resolución que recayó sobre Esteban. De hecho, Esteban también menciona que Moisés habló directamente de su antitipo “Profeta os levantará el Señor vuestro Dios de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis” (Hch 7:37).

 

Moisés sufrió la persecución por orden de Faraón desde recién nacido. Idéntica situación vivió Cristo, que tuvo que ser llevado a Egipto para sortear la amenaza. Una vez superada esta circunstancia, la crianza de Moisés se da en forma milagrosa por parte de la hija de Faraón “Y cuando el niño creció, ella lo trajo a la hija de Faraón, la cual lo prohijó, y le puso por nombre Moisés diciendo: Porque de las aguas lo saqué” (Ex 2:10). Moisés fue criado en el seno de la familia de Faraón y llegó a ser un hombre “poderoso en palabras y obras” (Hch 7:22). El mismo Señor Jesucristo también creció en estatura y sabiduría en su adolescencia (Lc. 2:52), como corresponde a una persona completamente divina, pero no menos humana.

 

Esteban prosigue su discurso narrando un episodio particular en que un israelita rechaza la autoridad de Moisés “A este Moisés, a quien habían rechazado, diciendo: ¿Quién te ha puesto por gobernante y juez?...” (Hch 7:35). En un acto criminal de justicia propia, Moisés da muerte a un egipcio que oprimía laboralmente a un israelita. Esta muerte no sería en vano, pues Moisés al intentar mediar un conflicto entre dos israelitas, es reprendido por uno de ellos “¿Quién te ha puesto por gobernante y juez sobre nosotros? ¿Quieres tú matarme, como mataste ayer al egipcio?” (Hch 7:27-28). De esta manera, Moisés entiende que su crimen ya se había difundido y huye a Madián, volviendo 40 años más tarde a Egipto. Este mismo rechazo halló el Señor Jesucristo en sus hermanos israelitas, “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Juan 1:11), posponiendo la redención completa del pecado de Israel.

 

Moisés huyó a Madián y fue en aquel lugar donde se le aparece el Señor en la llama de fuego de la zarza (Hch 7:30). El Señor se revela a Moisés y le comunica que a través de él liberará al pueblo de la opresión egipcia (Hch 7:35). La “mano fuerte” y libertadora de Dios obra a través de milagros de gran escala, eventos que llegaron a ser conocidos por otras naciones circundantes e hicieron de Israel una nación temible: prodigios y señales en la tierra de Egipto frente a Faraón, la apertura del Mar Rojo, la entrega de la Ley en el Sinaí, la provisión sobrenatural en el desierto, diversos juicios de catastróficas consecuencias, entre otros (Hch 7:36). 

 

Por otro lado, el discurso de Esteban también da cuenta de uno de los oficios del Señor Jesucristo “Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare. Mas a cualquiera que no oyere mis palabras que él hablare en mi nombre, yo le pediré cuenta.” (Dt 18:18-19).  El mismo Señor Jesucristo confirmó su oficio al decir “que el profeta no tiene honra en su propia tierra” (Jn 4:44). Además muchos de sus mensajes son de carácter profético, por ejemplo, el Sermón del Monte (Mt 5-7), el mensaje del Monte de los Olivos (Mt 24-25) o el mensaje a los discípulos en el aposento alto (Juan 13-16). 

 

“Y nunca más se levantó profeta en Israel como Moisés, a quien haya conocido Jehová cara a cara” (Dt 34:10). Moisés recibió de Dios las tablas de la ley y su rostro mostraba las marcas de ese encuentro “Y aconteció que descendiendo Moisés del monte Sinaí con las dos tablas del testimonio en su mano, al descender del monte, no sabía Moisés que la piel de su rostro resplandecía, después que hubo hablado con Dios” (Ex. 34:29). En una forma similar, el Señor Jesucristo expuso de forma visible, aunque limitada, su gloria divina. Él no necesito recibir el reflejo de Dios, pues lo es completamente. “Y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz” (Mt. 17:2) En este episodio el Señor se mostró justamente en compañía de Moisés y de Elías, mientras Pedro y Juan observaban. 

 

La persistente idolatría en Israel

 

Los versículos 42 y 43 hacen referencia a la profecía de Amos (Am 5:25-27). La descripción es dura, pero está en sintonía con la manera en que Dios actúa en determinadas circunstancias. Como se indica en el libro de Romanos, Dios se aparta de los hombres en juicio y los “entrega” al resultado de la maldad de su mente (Rm 1:24, 26, 28). Esta sección pone de manifiesto que Dios abandonó al pueblo a la idolatría que fluía de forma vigorosa desde sus corazones (Os 4:17). Cuando Moisés tardó en el monte Sinaí, el prueblo se “volvió a Egipto”, ofreciendo adoración y sacrificios a un becerro de oro (Hch 7:39-41). Si consideramos el tiempo desde la divagación del pueblo en el desierto hasta el cautiverio babilónico, Israel nunca pudo desprenderse completamente del culto idolátrico.

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