jueves, 24 de septiembre de 2020

Estudio capítulo 7 de Hechos (Parte III)



La infinidad de Dios

 

El discurso de Esteban hace referencia ahora al tabernáculo del desierto. Esta estructura constituye un tipo de Cristo, pues prefigura la habitación de Dios entre los hombres. El tabernáculo satisfizo el deseo de Dios de morar entre su pueblo, de la misma manera que lo hizo Emanuel, Dios con nosotros. En Éxodo 25:8 dijo Dios “Y harán un santuario para mi, y habitaré en medio de ellos”. En Juan 1:14 la Biblia dice “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”. En este verso la palabra “habitó” tiene el significado base de “acampar” o “residir”, de la misma manera en que Dios lo hizo en el tabernáculo del AT. Otras versiones traducen esta palabra como “extendió su tabernáculo”.

 

La presencia de Dios se simbolizaba a través de la nube en el día o de la columna de fuego en la noche y ambas se posicionaban sobre el tabernáculo (Ex 13:17-22), lugar donde los sacerdotes debían guardar la más estricta solemnidad, en especial en las secciones interiores, el lugar santo y el lugar santísimo. Después de divagar por el desierto durante 40 años, el tabernáculo es llevado por Josué al otro lado del Jordán (Hch 7:45). Con el tiempo, producto de las sucesivas infidelidades de Israel, el tabernáculo fue perdiendo protagonismo y el pueblo comenzó a realizar sacrificios en formas que Dios no había prescrito (1º Sm 13:9-13).

 

Ya en plena monarquía en Israel, David quiso construirle a Dios una casa de mayor espectacularidad, de hecho alcanzó a hacer algunas gestiones para comenzar la construcción “Y dijo David a Salomón: Hijo mío, en mi corazón tuve el edificar templo al nombre de Jehová mi Dios” (1º Cr 22:7). La intención del corazón de David era buena, pero no fue la voluntad de Dios, pues las manos de David habían derramado mucha sangre, por lo que no eran las más adecuadas para construir el templo “Mas Dios me dijo: Tú no edificarás casa a mi nombre, porque eres hombre de guerra, y has derramado mucha sangre” (1 Cr 28:3). Sería finalmente Salomón -cuyo nombre significa paz- el que construiría el templo, el de mayor gloria en toda la historia de la nación (1º Cr 22:10).    

 

Es importante mencionar que lugares físicos como el tabernáculo o el templo, si bien eran llamados “casa de Dios”, lo eran en un sentido bastante acotado, más bien simbólico. La esencia de Dios no es contenible por un espacio físico, ni por un lapso temporal, ni por algún límite específico. Esto refiere a la infinidad de Dios, que en relación a la dimensión espacial se le conoce como omnipresencia. La cita a Isaías 66:1-2 da cuenta de manera poética que Dios no puede ser contenido ni por el cielo ni por la tierra, él trasciende todas las cosas existentes.

 

El rechazo del concilio

 

Después de haber hecho un breve recorrido por los personajes centrales de la historia de la nación, ahora el discurso de Esteban se vuelve derechamente ofensivo, pues le enrostra a los sacerdotes del concilio su incapacidad de ver en la historia de Israel -la que era bien conocida por ellos- todo un desarrollo que apunta a Jesucristo. “!Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros” (Hch 7:51). Como se puede ver, no se trata de una declaración amistosa, sino un ataque directo al orgullo de los miembros de la principal corte de justicia de la nación, y los trata de una manera que ellos no estaban acostumbrados. 

 

La ofensiva no ha terminado aún. Ahora Esteban traza una continuidad entre las muertes de los profetas del AT con la muerte de Cristo, y al igual que Pedro, le endosa la muerte del Señor a los sacerdotes del concilio “¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Y mataron a los que anunciaron de antemano la venida del Justo, de quien vosotros ahora habéis sido entregadores y matadores” (Hch 7:52). La muerte de los enviados de Dios es algo que el mismo Señor Jesús hubo de destacar “!!Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! !!Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” (Mt 23:37).

 

El cargo final de Esteban se refiere al rechazo de Israel a la ley de Dios. Siendo ésta una bendición exclusiva de esta nación “¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? ¿o de qué aprovecha la circuncisión? Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente, que les ha sido confiada la palabra de Dios.” (Rm 3:1-2) Este abandono de los mandamientos de Dios queda en evidencia al conocer el devenir de Israel, cuyo último registro histórico es un triste retorno desde el cautiverio babilónico.

 

Finalmente, todas estas imputaciones generaron la rabia en los miembros del concilio contra Esteban “Oyendo estas cosas, se enfurecían en sus corazones, y crujían los dientes contra él” (Hch 7:54).

 

Esteban con la mira en Jesús

 

Antes de su terrible muerte, Esteban tuvo un momento de extrema motivación. Uno podría conjeturar que su visión previa eliminó cualquier dolor físico derivado de la lapidación, sé que esto no es parte del relato bíblico, pero siempre he imaginado esta situación en el caso de los mártires. “Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios” (Hch 7:55-56) 

 

Esteban puso los ojos en el cielo, donde pudo ver a Jesús a la diestra de Dios. El apóstol Pablo nos llama a poner la mira en las cosas de arriba, lo que se puede hacer siempre y cuando hayamos resucitado con Cristo. El detalle no es menor, sólo el renacido por la gracia de Dios tiene la capacidad de buscar las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios (Col 1:1). El ser humano no regenerado, el que permanece en sus pecados, está completamente impedido de “poner los ojos en el cielo”.

 

La muerte de Esteban

 

Finalmente se consuma la muerte de Esteban por lapidación. El cargo contra él fue de blasfemia (Lv 24:16), agudizado por la rabia que habían provocado sus palabras. Pablo estaba presente en ese momento y cargó con las ropas de Esteban, lo que pone de manifiesto su acuerdo con la muerte. Nobles son las palabras de Esteban al momento de morir “…Señor, no les tomes en cuenta este pecado...” (Hch 7:60) las que evocan a las proferidas por Cristo en la cruz del calvario “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen…” (Lc 23:34).

 

 

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